Espejismo es tal vez la película de Armando Robles Godoy que se presenta como la más ambiciosa. Mas radical que en La muralla verde acá el afán rupturista apenas nos permite vislumbrar (cual espejismo ciertamente) una historia de herencia maldita en un pueblo iqueño. Así conocemos la historia de un niño y el misterio de lo que fue una hacienda dedicada al cultivo de la vid, tiempo alterno del film en el que se deja ver el choque de clases expresado a través de un amor prohibido.
Robles hace uso de una imaginería visual innegable, pero esto no encuentra concordancia adecuada con su discurso, pretendidamente poético, pero más que nunca inclinado a la artificialidad salvo algunos momentos (hay que recordar la idea sobre el control de sus revejidos “renacuajos”). Por lo demás la historia pasional no llega a ser lo suficientemente candente, perdiéndose en el torrente de referencias a la cultura peruana que incluyen el fútbol, la miseria, y la religión nuevamente.
Habría que citar el trabajo de Enrique Pinilla en la musicalización, como uno de los más complejos y acabados realizados hasta el momento en el cine del Perú, lastima que no encuentre eco satisfactorio.
No es que la ambición expresiva este demás. Todo lo contrario, de ahí surgen las novedades y la evolución casi siempre. Pero lejos de sus grandes influencias (Resnais especialmente) Robles no hace otra cosa que exhibirse como aprendiz menor, como incapaz de dar la nota alta cuando se requería. Apenas unos pocos años después surgirían algunas figuras más bien interesadas en trabajar a base de los términos clásicos, si se quiere más convencional (como Lombardi) pero que definitivamente llegaron más lejos.
Como que si de verdad apenas se vislumbrara una imagen idealizada, Espejismo es el anuncio de ese rumbo autocomplaciente de supuesta neonarrativa que convertiría el cine de Robles en sus dos siguientes cintas en un callejón sin salida.
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