A mediados del los años cincuentas surgió uno de los empeños más llamativos del cine peruano: la llamada Escuela del Cusco. A partir del entusiasmo de tres apasionados del cine como Luis Figueroa, Eulogio Nishiyama y César Villanueva, se dio origen a este movimiento breve y colorido, pero de bastante repercusión en su momento.
En sus películas (de corte documental mayoritariamente) se percibe por primera vez una verdadera intención de reivindicar la cultura autóctona del país, especialmente la quechua. Esta sensibilidad alcanza la apoteosis en su mas ambicioso proyecto: Kukuli.
Conservando su tendencia documentalista los realizadores cusqueños se embarcan en el largo de ficción para introducirnos en una sencilla y trágica historia de amor ambientada en las alturas de Paucartambo. Ahí vemos a la bella protagonista que se despide de su familia de campesinos para acudir a la fiesta de la virgen del Cármen, en este viaje encontrará su destino fundido con las leyendas y mitos de la región.
Lo mejor de la cinta son las imágenes espectaculares conseguidas con un innegable talento y con los recursos envidiables con los que se contaron. Pocas veces el paisaje andino ha lucido tan bello, aunque muchas veces pueda resultar un elemento desgajado del resto.
Pero con todas sus buenas intenciones, la película no sale de este aspecto decorativo. Afectada por su extrema ingenuidad y acartonamiento, exhibe un desarrollo primario que no llega a convertirse en el canto poderoso y hasta desaforado que pretende ser. Más bien se queda como una curiosidad, que sin duda la distante mirada extranjera, ávida de exotismo, habrá aplaudido más.
Aún así el empeño realmente pionero de sus realizadores es digno de permanecer en la historia todavía embrionaria del cine peruano.
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