Dir. Aldo Salvini | 90 min. | Perú | Documental
Producción: Fauno Films
Estreno en Perú: 8 de diciembre de 2005
Protagonista: Jorge Pohorylec
El caudillo pardo: ¿Un neonazi?, ¿Un loco?, ¿Un desfasado crítico del sistema?, más bien un hombre que navega en su propio barco ajeno a los avatares de una época descreída y de una Lima que enmudece los discursos marginales y particulares. Un Hitler desgastado por el tiempo, misógino a ultranza, pero al mismo tiempo lleno de recuerdos y de regreso de múltiples naufragios personales.
Aldo Salvini (Lima, 1964) desarrolló una buena carrera como cortometrajista, llegando a obtener premios importantes como el de Clermont-Ferrand en Francia por El gran viaje del capitán Neptuno, así como menciones y premios en Tampere (Finlandia), Santiago de Chile y Alemania (Festival Prisoner), en total dirigió 7 cortos y un mediometraje. Pero más importante aún se convirtió en la gran promesa del cine peruano de los noventas, su salto al largo llegó por fin en 2001 con Bala perdida, que obtuvo el premio de la crítica del 5º Encuentro Latinoamericano de Cine de Lima, junto con El bien esquivo, en un fallo que levantó polémica.
Hasta entonces Salvini logró instalar un cine personal, con fuertes referentes fantásticos, cercanos al cine de Fellini y Jodorowski, usando los variados elementos del cine de ficción para cargar sus personajes de un aura maléfica, monstruosa y desquiciada, Por ello fue sorprendente conocer que su último proyecto era un documental, nada más lejano –pensábamos- del cine que había practicado hasta entonces, ver la cinta que nos ocupa en el 9º Festival de Cine de Lima nos quitó esa idea de la cabeza.
Como el mismo Aldo nos comentó en una entrevista con Cinencuentro, la realización de El caudillo pardo fue en parte fruto del azar, él se hallaba preparando un guión de ficción sobre los neonazis en el Perú (si, aunque no lo crean, existen) pero en la búsqueda de personajes se topó con Jorge Pohorylec (que es el caudillo pardo del título), entonces viró sus propósitos y acabo dedicándose a retratarlo intensamente en esta cinta documental.
¿Pero quién es Pohorylec? ¿Un neonazi?, ¿Un loco?, ¿Un desfasado crítico del sistema? Muchos deben haberlo visto en su búnker particular de la Avenida Angamos en Lima, a pocas cuadras de la Vía Expresa, contra el fondo de una pared de carteles de propaganda, arengando a la multitud que cruza presurosa por esta vía, gente que avanza sin prestarle atención, algunos curiosos que se detienen a oírlo y por encima de todo el coro de combis y automóviles que no se detienen, la imagen se ha vuelto parte del muestrario de seres particulares y medio desquiciados que habitan nuestra súper poblada ciudad.
Pero vayamos al documental, la secuencia inicial es determinante: vemos a Pohorylec recostado en un pobre camastro narrando a la cámara el recuento de su rutina diaria, frugal, sumamente organizada y llena de un ideal superior, el cuidado del cuerpo y de la mente para la consecución de un fin supremo. Pero todo parece estar fuera de lugar, la prédica del caudillo corresponde a la de un líder iluminado y pleno de vitalidad, mientras que el hombre y el ambiente que lo rodea no hacen sino mostrar un desastre y ruina por doquier. Esta paradoja se mantendrá a lo largo de la historia, terminando por dibujar a un personaje lleno de contradicciones, un Hitler desgastado por el tiempo, un misógino a ultranza, pero al mismo tiempo lleno de recuerdos y de regreso de múltiples naufragios personales.
Entonces acá es que hallamos el nexo con el mundo de alienados personajes que pueblan la cinematografía de Salvini, dándonos cuenta que en el diario vivir existen seres tan o más fantásticos que los que retratan su primeras cintas, ese es uno de los privilegios de vivir en esta parte del mundo, basta mirar un poco para encontrarse con gentes que han cruzado por la tangente el camino racional y se han escapado irremisiblemente de la esfera de lo ordinario, locos y decididos a vivir en su propia ley.
Pero ojo que con el caudillo pardo nada es lo que parece, el prototipo de neonazi no encaja para nada con Jorge Pohorylec, el retrato de su vida niega constantemente su afilada perorata (al extremo que sabemos que en realidad Pohorylec es judío). Y no sólo eso, pues a medida que nos introducimos en su mente y sus sueños, debemos admitir que muchas cosas que dice suenan totalmente sensatas y podríamos suscribirlas sin sonrojo, y aquí está el merito de la cinta, el hecho de elevarse por encima de lo anecdótico y concentrarse en el mundo interior de un hombre con tantas vueltas, a ratos lúcido y risueño y por otros francamente demente.
La fotografía en blanco y negro producto de una cámara digital está al servicio del protagonista, no lo suelta para nada y va mostrando las distintas facetas del personaje, ya sea recostado en su viejo sillón, parado sobre una mesita en medio de la acera o montado sobre una bicicleta que ha conocido mejores tiempos. La música pertenece al tiempo en que vive el caudillo, viejas melodías y marchas militares que nos trasladan a un tiempo ya ido. La edición se da maña para lidiar en sus 90 minutos con el único personaje y aquí está tal vez uno de los pocos problemas del documental, por momentos el ritmo se vuelve denso y farragoso, constantemente Salvini apela a colocar carteles para separar en secciones la historia, pero hubiéramos agradecido un corte en el metraje de la cinta.
Nuestra impresión final es la de un caudillo pardo que navega en su propio barco ajeno a los avatares de una época descreída y de una Lima que enmudece los discursos marginales y particulares, un hombre que ha hecho del discurso sin fin su tabla de salvación para escapar de la enorme soledad que lo rodea. Hay que ver este valioso documental (en una cartelera que los ignora por completo, sólo contadas veces hemos visto trabajos documentales en nuestras pantallas) y por supuesto, esperamos más de Aldo Salvini.
Luis Ramos
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