Dir: Ernest B.Schoedsack, Merian C. Cooper | 104 min | EE. UU.
Efectos especiales: Willis H. O’Brien
Intérpretes:
Fay Wray (Ann Darrow)
Robert Armstrong (Carl Denham)
Bruce Cabot (John “Jack” Driscoll)
Frank Reicher (Capitán Englehorn)
King Kong ha quedado como uno de los más rotundos hitos de la historia del cine fantástico, romántico y del cine en general. La rocambolesca versión, alucinantemente surrealista del mito de la bella y la bestia, ha dejado en el imaginario cinematográfico algunas de sus imágenes mas bellas y apasionantes. Obra de la conjunción de varios talentos que como en la mejor tradición del Hollywood dorado dieron todo lo mejor de sí en esta realización. Expresión misma de la maquina de sueños.
Correspondió a la locura de Ernest Schoedsack (EE. UU. 1893 – 1979) y Merian Cooper (EE.UU. 1893 – 1973), dos hombres de milicia internacional dedicados después al cine, plantar el sacudón mas fuerte del cine de su época. Su fantástica idea sólo pudo encontrar acogida bajo las alas del genial productor David O. Selznick, quien entonces se encontraba en plena expansión de su imperio, poco antes de entrar al proyecto que sería Gone with the Wind (Lo que el viento se llevó, 1939). Fue entonces que se creó el mito por el cual son recordados ambos.
Esta es una historia narrada con eficacia ejemplar, desde el misterio alrededor de la obsesión del cineasta aventurero Carl Denham, quien no se detendrá hasta trasladar a la realidad fílmica sus fantasías, justamente la película empieza cuando está por acometer su más ambicioso proyecto, para el cual necesita una protagonista, así halla
a la bellísima Ann Darrow (Fay Wray en el papel de su vida) encontrada de repente dentro de la jungla de asfalto y la necesidad, y quien se convertirá en la musa de su mas ambicioso proyecto.
Ya con el equipo completo Denham y su tripulación se lanzarán a alta mar (como todos los aventureros de siglos atrás), pero en plena era de la industrialización ya quedan muy pocos lugares por conocer y muy poco que la razón no pueda explicar. Aún así la atmósfera y la determinación del líder terminarán por hacernos abrir los ojos ante otra posibilidad.
Es entonces que encontramos el mundo perdido, el lugar que el tiempo olvidó. La megalomanía de Denham encontrará su canto del cisne entre aborígenes caricaturescos, sus rituales y altas murallas. En este universo ajeno a lógicas temporales (y de otras índoles) la bella Ann será la llave que abrirá la puerta del imaginario encarnado por el simiesco señor de este santuario profanado. La bestia se verá inevitablemente atraída hacia nuevas sensaciones, eróticas incluidas.
El camino que ha tomado será también el de su perdición, como reza el proverbio árabe del inicio:
«And the prophet said: And so, the beast looked upon the face of beauty. And it stayed is hand from killing. And from that day, it was one dead.
(Y el profeta dijo: «Y entonces, la bestia miró el rostro de bella. Y detuvo su mano asesina. Y desde ese día, estuvo destinado a morir)»
Así que vencido por sus debilidades la tropa humana lo llevará como trofeo a su mundo, sin imaginar que como caballo de Troya desbocado el rey del mundo imaginario desatará su grito de libertad ahí en plena modernidad, colgándose y destrozando todo a su paso, desatando el terror y miedo en pleno Manhattan. Y esperando por fin su destino en las alturas del rascacielos más alto de la época, la osadía mayor del hombre por alcanzar los cielos. Éxtasis absoluto de este ensueño, imagen permanente a través de los años.
King Kong es antes que nada una película lírica en extremo, todas las ideas o lecturas que se le han dado a partir de entonces han sido diversas y todas ellas válidas. Se la puede ver como una alerta acerca de la depredación del hombre sobre la naturaleza que se remueve de dolor y responde el golpe, es así mismo una fantasía libertaria y contestataria, desafío a las reglas impuestas por la sistematización al curso de la vida humana. Acaso también como muestra del cine de evasión, como inyección a la desesperanzada población que sufría por entonces la dura realidad de la depresión.
Pero dejémonos en todo caso, seducir por sus imágenes que conservan inalterables su cualidad y fuerza hipnótica, cual magma emergiendo. Incluso en sus ahora ingenuos recursos (obra del gran Willis O’Brien) la obra se ha colocado en la irrefutable posición de gran clásico. Vaivén de emociones, que solo las grandes obras de arte nos pueden entregar.
Jorge Esponda
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