Tan sólo para acercarnos a los lugares por donde lloran las heridas.
Considero que el cine es una forma de literatura, como lo son el cuento y la novela, la poesía, el ensayo, etc.; pero con su propio lenguaje: el audiovisual. Entonces, como toda ficción, se plantea el problema de generar una realidad alterna a la “verdadera realidad” que, según la eficacia y eficiencia con que fuera resuelta, fuese capaz de competir con ésta, la “verdadera realidad”, al punto de suplantarla (en el mejor de los casos y al menos mientras dure la función). Para lograrlo requiere, como en las tramas literarias, coherencia de orden narrativo, estructural. Requiere, además, un buen trazo de personajes y arquitectura. Un guión que satisfaga las expectativas de dichos personajes en sus particulares misiones dentro de ese pequeño mundo en que han sido asignados, sin olvidar la principal, y en ambas son guiados (dirigidos) por el director. Si la trama es innovadora, lo es mejor. Si es un tema clásico pero su tratamiento interesante, también. Todo esto por decir lo menos y no extendernos demasiado, más todavía porque no es mi costumbre hacer leña del árbol caído.
Sin embargo poco de ello se aprecia en La mujer de mi hermano. Así, el film se convierte en una historia, una ópera prima, realizada de un modo que delata todas sus costuras. Que descubre su andamiaje en cada minuto, lejos de ser lo intimista que pudo haber sido, quizá con un giro inesperado, y esto lo digo por lo que percibí en su manejo de interiores, atosigante.
Las historias proyectadas para que se conozca desde el inicio su final, se hacen de otros hilos para atraparnos y hacernos pensar que lo que sabemos es aún insuficiente para armarla hasta el fin. Pero esta adaptación no repara en la nimiedad de una historia predecible: la “sacada de vuelta” de una insatisfecha mujer con su cuñado bohemio, hermano de su esposo homosexual. Arduo es desprender a Jaime Bayly de temas homosexuales. Está bien, es su sello personal y acá no somos homofóbicos. Lo que se discute es la falta de imaginación con que abordó el asunto (ahí están los dos vaqueros gay de Ang Lee en Brokeback Mountain, como buen ejemplo).
La mujer de mi hermano contiene un guión primarioso, plagado de lugares comunes (más cuando parlan Ignacio y Zoe) y coloquialismo impostado (“pinche cabrón”). Los personajes parecían conocer en todo momento el futuro de sus acciones. Muestra, además, demasiadas situaciones innecesarias (el trasero de Ignacio subiendo por las escaleras), escenas que parecen enviadas por courier desde otro film (la reunión de negocios de Ignacio en el lobby del hotel donde se escondía Zoe) y puestas ahí para ¿solucionar? en dos patadas lo que el hilo argumental ni se molestó en masticar. Una vez que se esfuma la sorpresa (acá nunca la hubo), se pierde todo. Sí quisiese elegir lo mejor de esta caravana de bostezos, eso sería los encuentros de Zoe con su burgués y gay amigo, acaso el personaje más sólido, en el que me animo a adivinar la frescura de Jaime Bayly. En fin. Bayly dice estar más que satisfecho con el resultado (¿el económico o el artístico?). El director, contento por que ha debutado en algo grande (me refiero sólo al formato). Ustedes formulen su juicio, el mío ya lo conocen. Se perdona el pecado, mas no el escándalo.
Óscar Pita-Grandi
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