Dir: Stephen Gaghan | 126 min. | EE.UU.
Intérpretes:
George Clooney (Bob Barnes), Matt Damon (Bryan Woodman), Jeffrey Wright (Bennett Holiday), Chris Cooper (Jimmy Pope), Christopher Plummer (Dean Whiting), Amanda Peet (Julie Woodman), Tim Blake Nelson (Danny Dalton), Alexander Siddig (Príncipe Nasir Al-Subaai), Max Minghella (Robby Barnes), William Hurt (Stan)
Estreno en Perú: 16 de febrero del 2006
La compleja problemática y juego de poderes a través del gigantesco negocio de los energéticos es el punto central de esta película que cual abanico intenta mostrarnos todas las aristas de este poliedro a través del thriller político y de manera sumamente ambiciosa. El guionista de Traffic nos muestra con afán totalizador un caleidoscopio sobre el tema como aquella otra película lo hacía con la problemática de las drogas (no en vano Steven Soderbergh aparece como productor).
El abanico se abre de manera funcional y efectiva como buena cinta de acción. Somos testigos de diversas líneas argumentales que van, vienen y se entrelazan. Desde la perspectiva de un agente de la CIA (Clooney sorprendente) convertido en soldado obedeciendo a ciegas las misiones más sucias, las cuales poco a poco lo harán dudar sobre su propia ética, un experto en el negocio alrededor del oro negro (Damon) quien a causa de una tragedia personal se convertirá en un arribista e insaciable asesor de los poderes concesivos de los monarcas de tierras árabes, un abogado conciliador (Wright) que encontrará su oportunidad de ascender a riesgo de vender su alma a los grandes consorcios petroleros, hasta un joven obrero árabe desempleado que poco a poco se volverá al fundamentalismo.
Tratando así de abarcar hasta lo último, la estrategia cerebral de Gaghan comienza a buscar la manera de traducirla en una narración cautivante sin querer ponerse ostentosa ni demasiado original. Por el contrario le interesa ser lo más limpia posible ya que la sola complejidad del entramado se supone suficiente. Siguiendo las lecciones de Soderbergh, Michael Mann y sus respectivos maestros, el director Gaghan hace de su película de investigación toda una declaración en contra de los manejos de la explotación petrolífera, al menos a la manera de cómo se ha desarrollado hasta ahora (como lo hacía Traffic alrededor del combate contra las drogas). Así se suceden los momentos de acción y los de las transacciones y negociados (estos últimos que caen a veces en lo excesivamente explicativo o más bien obvio) para configurarnos todo este monstruo devorador de conciencias y voluntades. Los protagonistas casi sin darse cuenta han vendido sus individualidades a la causa “patriótica” de mantenerse como la mayor potencia a costa de cualquier cosa. La política convierte en pobres a los habitantes de las tierras más ricas y en estorbos a los más decididos o pensantes representantes de sus súbditos de las tierras del oriente.
El pobre agente Bob, el oportunista Bennett y el ingenuo Bryan se darán cuenta que sólo son peones parados en un tablero de ajedrez de límites más allá de la vista. Apenas si los ideales se traducen y recompensan con frustración (como la del príncipe Nassir). La narración efectiva aun con toda la densidad de la que no escapa (por su difícil y titánica intención) nos hace interesarnos por sus criaturas, más allá de los grandes temas que los mueven. Eso es tal vez lo único que deja a Syriana algo corta respecto a otros apasionantes exponentes del género. Esa claudicación final de los personajes se encuentra lejos de la ambigüedad que hubiera requerido una visión tan pretendidamente compleja (con excepción del personaje de Clooney).
Sería interesante ver también más de lo que hace el cine documental al respecto de este tema convertido en mal necesario para nuestras dependientes sociedades actuales. Y es que se requeriría el talento de un Errol Morris para tocar este tema a fondo, lejos de la ligereza y vedettismo de un Michael Moore.
Jorge Esponda
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