Vanity Fair
Dir. Mira Nair | 140 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Reese Witherspoon (Becky Sharp), James Purefoy (Rawdon Crawley), Eileen Atkins (Miss Matilda Crawley), Jim Broadbent (Mr. Osborne), Gabriel Byrne (El Marqués de Steyne), Bob Hoskins (Sir Pitt Crawley), Jonathan Rhys Meyers (George Osborne)
Estreno en Perú: 9 de marzo del 2006
La india Mira Nair regresa a la pantalla grande con esta adaptación de la clásica novela de William Makepeace Thackeray con la cual debe sentirse muy identificada la cosmopolita realizadora de Salaam Bombay. Una historia de arribismo en plena convulsión de la Inglaterra de principios del siglo XIX. Época de cambios raudos en la que los valores tradicionales se ven obligados a someterse o desaparecer ante otros imperativos. En medio de ello tendremos a la heroína representante de esta nueva camada que era la obsesión del narrador y ahora de la cineasta.
Thackeray sufría también de estas contradicciones en su calidad de ser descendiente británico nacido en la India, lugar de leyenda como aroma a fortuna y sueños de expansión pero que inevitablemente transformará a toda la misma sociedad de la imperial (a su modo) albión. Sus obsesivas miradas, siempre desde abajo, desde la plebe, configuraron relatos notables disfrazados de aventuras algunas veces. Mucho de esto recoge Nair a la hora de plantearse su cuadro de época, ahí tenemos a la voluntariosa Becky Sharp (Witherspoon siempre a la altura) haciendo honor a su nombre, quien intentará de vencer a las circunstancias que la han colocado en desventaja social pero sin perder las ilusiones propias de una chica como cualquiera.
El solo hecho ya de nacer en determinada cuna es el punto neurálgico de su sociedad y de la rica mirada de los cronistas de su tiempo a quienes siempre los caracteriza el detallismo extremo con el que describen todo ese mundo de ritos y opulencias hoy convertidos en redundancias para el que menos pero que eran vitales en este mundo, especialmente para las mujeres. Y eso es precisamente a lo que se dedica la directora con todo el oficio y afición etnológica que la caracteriza. Así todos los avatares amorosos y sociales de Becky y todos los que giran a sus alrededor se alimentan básicamente de lo meticuloso del acercamiento a todas estas ceremonias. Desde esos recuerdos o secretos de la infancia que habrán de relucir en determinado momento de su transito vital o todos los golpes del azar que la llevarán a subir o bajar posiciones en la escala social, todo está dispuesto para llenar los ojos con su novelesca y limpia narración.
Así encontraremos unidas a su anécdota otras más que irán dándole forma a este calidoscopio de la Gran Bretaña durante la era Bonaparte. Ahí esta la triste Amelia incapaz de vislumbrar algo más allá del altivo George Osborne (haciendo sufrir con ello al noble capitán Dobbin) o la familia Crawley. Algo mucho menos logrado resulta en cambio la aparición de Steyne (Gabriel Byrne) el personaje más supuestamente misterioso (casi salido de alguna historia de Dickens).
No llegaremos a encontrar algo verdaderamente descollante u original como tampoco lo hacíamos con la reciente Pride and Prejudice. Pero lo que tenía esta por encima de la feria previctoriana de Mira Nair era un sentido del ritmo más logrado, así como la introducción del humor y picardía. Tal vez ello se deba a que se mira así misma como una jovial aventura romántica lejos de ambiciones o “vanidades” por ello es que resulta más fresca y efectiva que esta otra incursión en los recargados interiores e intrigas del mundo de polleras, corsé y gestos hipócritas que aguantan pecados pero no escándalos.
Jorge Esponda
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