Il vangelo secondo Matteo
Dir: Pier Paolo Pasolini | 136 min. | Francia – Italia
Intérpretes:
Enrique Irazoqui (Cristo)
Margherita Caruso (María – joven)
Susanna Pasolini (María – adulta)
Marcello Morante (José)
Mario Socrate (Juan Bautista)
Settimio Di Porto (Pedro)
Una película basada en la primera versión del nuevo testamento es lo que el italiano Pier Paolo Pasolini presentó en esta ambiciosa realización a mediados de los años sesenta. Dedicado homenaje al fallecido Papa Juan XXIII que nos presenta una aparentemente ortodoxa versión convertida por el genial realizador en una magnífica y poderosa proclama humanista, situada en medio de la convulsión de esta década repleta de cambios históricos, de prosperidades socioeconómicas de algunos, de diferencias y crisis de muchos. Ampliación de los males y las comodidades de siempre.
La compleja figura de Pasolini dentro de su tiempo siempre le valió ser desarraigado. Toda su obra primero literaria y luego cinematográfica habría de teñirse de esa mirada “rabiosa” como bien citan algunos y que tiene sus inicios dentro de las amargas experiencias en el régimen fascista. Toda su mirada antropológica y lírica junta se forjó a partir de todos los contradictorios cambios de su país devastado y su resurgimiento posterior en todos sentidos. Las diferencias con el primer mundo en relación con los lugares más necesitados se haría más ostensible y la intolerancia cambiaría de cara pero no dejaría de tener la misma fuerza. De todo ello Pasolini se lamentaba y por ello parecía reclamar una especie de revolución. Cual profeta (y por ello mismo no comprendido en su propia tierra) hacía alusión a la decadencia del mundo moderno en un sentido mucho más complejo y contradictorio al de la bonanza italiana empezada a disfrutar recién con holgura en esos años.
No es casual por ello resultara peleado con casi todas las convicciones ideológicas de su vida o más bien las redireccionó a su muy particular manera. Su vocación católica, sus creencias marxistas y sus inclinaciones homosexuales se manifestaron como convicciones indisolubles que fueron configurando una de las obras más precisas e inquietantes del último siglo. Fue un reportero y analista de su tiempo como pocos, fue por ello tal vez que su lirismo ambiguo, colérico y auténticamente moralista cayó cada vez más en la amargura, como convencido de que la ola a la que se enfrentaba era imposible de detener y eso habría de pagarlo con la vida. Su cine por ello nos remite a alegorías y simbolismos muy ligados a la convivencia compleja de las fuentes de su ideología. Esta versión del Evangelio según San Mateo es ejemplar de todo esto y acaso es la versión más bella y completa del dogma más penetrado del mundo occidental como lo es la llegada del divino a la tierra.
La película como varias otras de Pasolini se inspira en textos literarios. En este sentido es lineal y formal y el recorrido vital de Cristo es presentado con todos los recursos del neorrealismo que tanto admiraba el director incluyendo el de actores no profesionales, todo esto aún cuando a su manera es una ambiciosa realización. Así contemplamos la historia sin alteraciones ni truculencias (como la de tantas otras versiones entre ellas la de Zeffirelli). La pasión en versión de Pasolini es una película desnuda por completo como el mismo Cristo sufriendo el calvario del mundo. La historia que conocemos no sufrirá cambios mayores y de esto se preocupa en extremo. Es esta apariencia tan sencilla la que requiere para dedicarse a darle al mensaje toda esa gran dimensión que nos exhibe. Vemos entonces uno a uno los pasajes de María y José, de Herodes y los tres reyes magos sin sobresaltos ni algún intento de aparente originalidad. Consecuente con su predica la llegada de Cristo (interpretado por el español Enrique Irazoqui) será rodeada tan solo de los pobres y el mundo silvestre antes de las grandes civilizaciones, sin palomas ni estallidos en el cielo.
Cristo llega como mensajero o heraldo más que como solucionador de problemas. El mundo antiguo recibe su mensaje en medio de los dogmas establecidos, oponiéndose a ellos y dando a conocer su envilecimiento. Pasolini así concibe a su Cristo como un ser adelantado pero sin maravillas externas, lo imagina plantándose ahí en medio de los intereses creados y sus mega propulsores del siglo XX a quienes les recita la venida del juicio, donde todos pobres y ricos, buenos y malos se encontrarán en las misma circunstancias. Todos los pasajes de su predica son poderosos como los de un discurso sociopolítico preparado para la devastación del orden antiguo. Aquí reluce toda esa rabia característica en el italiano. Mucho antes que el Cristo de Scorsese, el de Pasolini ya exige a sus discípulos abandonar a sus familias y sus costumbres heredadas, promete bautizar con fuego purificador, promete una guerra y no la paz. La inquietante lectura deja de serlo ante la vehemencia de sus prédicas. Poco a poco cada pueblo y cada ciudad conocerá el mensaje que en tiempos oscuros se rodea con fama mística casi mágica (¿acaso así no surgió cualquier mito incluyendo el cristiano?).
El Cristo de Pasolini habla con gran pasión y certidumbre del gran mal mundial, del antiguo y el actual, que más da si no hay diferencia entre ambos, si todavía hay parias y favorecidos, si todavía hay diferencias entre los semejantes. Su mensaje de sacrificio ante la flacidez de la comodidad (antes en ricos ahora a mano de millones) resulta tan inquietante como entonces. Mas allá de que muchos crean o no las grandes y sabias palabras, nunca dejan de ser útiles para todo aquel que pueda oír. Como claudicación final ante la estupidez del mundo se suscita el vía crucis, sacrificio de la voz iluminada que otorga a este mundo aquel que se atreve a seguir sus ideales. Camino de pocos elegidos, como rezan las santas escrituras. A muchos años de haber pasado el propio sacrificio de Pasolini el mensaje retumba potente como exigiéndonos a todos ser escuchado, sea que nuestra rutina nos lo permita o no. Mensaje subversivo tal vez, pero innegable. Muchos ahora mirarían a Cristo de esa manera si se apareciese por las calles como hace dos mil años.
Jorge Esponda
Deja una respuesta