Nosferatu, eine Symphonie des Grauens
Dir. F. W. Murnau | 94 min. | Alemania
Guión: Henrik Galeen, basado en la novela «Drácula» de Bram Stoker.
Intérpretes:
Max Schreck (Conde Orlock)
Gustav von Wangenheim (Thomas Hutter)
Greta Schröder (Ellen Hutter)
John Gottowt (Profesor Bulwer)
Alexander Granach (Knock)
Georg H. Schnell (Harding)
Obra maestra absoluta, esta película se convirtió rápidamente en un clásico. Y de ello da cuenta el espectador en este relato convertido en el modelo de la película de terror por excelencia. En adelante ninguna película de este género escaparía al influjo y precisa estructura de esta enigmática joya. Casi hasta no podría identificársela directamente con toda su descendencia. Visión de un creador como pocos y que como algunos otros (como Einsenstein, Keaton, Lang o Buñuel) locos de su tiempo forjaron la transformación del cine, el cual apenas había salido de su fase primitiva hacia nuevas posibilidades expresivas, incluso mucho antes que el advenimiento del sonoro. Y esta sinfonía de horror es producto de esta era de enorme creatividad.
Esta es acaso una de las películas más influyentes de la historia del cine. El alemán Friedrich Wilhelm Murnau (Alemania, 1888) desarrolló aquí la primera versión de una historia y estilo que luego tendría infinitas copias y variaciones. En los primeros intentos vanguardistas del cine, los cineastas alemanes desarrollaron un estilo en el que las historias criminales o de misterio encontraban su representación ideal dentro de atmósferas siniestras y decorados artificiales. Esta corriente llamada Expresionismo tuvo acaso, junto con la no menos innovadora Das kabinett des doktor Caligari (El gabinete del Dr. Caligari, 1920), a Nosferatu como la primera cumbre de esta escuela si se quiere llamarla así, a la cual pertenecieron otros grandes nombres como Fritz Lang o Georg Wilhelm Pabst. Rápidamente estos cineastas llamarían la atención completa del por entonces en ciernes pero ya bien asentado Hollywood, la cual no dudaría en convocarlos para hacer suyos todos sus aportes creativos cada uno más espectacular que el otro. Fue así que surgieron las cintas policiales y el horror al otro lado del Atlántico.
Nosferatu viene a ser la primera adaptación del Drácula del británico Bram Stoker, pero por problemas con los derechos del libro, Murnau optó por cambiar el nombre del clásico monstruo, siendo renombrado como «Nosferatu» (que en checo antiguo significa “vampiro”) para definir al señor de estos seres que tanto han penetrado en las fantasías populares con sus amenazantes y a la vez tristes presencias. El ser de la oscuridad que en esencia no está lejano de tantos seres románticos que al fin y al cabo buscan tan solo realizar sus deseos, transformar la realidad acorde a ellos. De ello da cuenta la película y su tránsito hacia el oasis soñado, solo que el suyo es un sueño destructor que no repara en la vida y destinos de cuantos mortales encuentra a su paso. Hay muchas lecturas además que han dado al vampiro todo un parentesco simbólico con el cine, surgiendo de las sombras para tenernos en estado de trance, para maravillarnos o estremecernos. Puede que sea una definición muy precisa del cine en sí mismo como espectáculo y tal vez por ello sustente la omnipresencia de estos seres de la oscuridad a lo largo del cine. Incluso en sus albores y mucho antes de la sofisticación de esta película ya habían surgido algunos de estos no-muertos en la pantalla.
A su vez la película define ya los caminos que seguirá al terror fílmico. La cinta se ciñe a una historia lineal pero subyugante por esa sensación de asombro por lo insólito y por su crueldad. Apenas si la atmósfera nos sugiere el poder maléfico que esta por desatarse. Murnau fue un creador auténticamente romántico, un poeta que representa su particular visión del hombre y la crueldad del mundo que lo rodea. La triste pero maléfica naturaleza de su protagonista el conde Orlock (en las inolvidables facciones de Max Schreck) contiene esa gran tragedia de estar cumpliendo con un destino, quiéralo o no, ya trazado. El señor de las tinieblas contiene en sí mismo el tener poderes sobrehumanos pero que como tales lo alejan de la misma naturaleza, del verdadero disfrute. Apenas quedan recuerdos de algo que alguna vez fue, un auténtico ser y no una casi fantasmal presencia. Enigma a lo largo del relato que otras versiones han querido dilucidar ¿qué es lo que hay detrás de esta figura extraña? No valen explicaciones de este tipo para Murnau, solo que nos dejemos someter por el influjo de su historia que es la de un duelo postergado por siglos hasta donde el hombre ya no tiene memoria.
Hutter, el inocente y entusiasta joven que acude a verlo seguirá el camino que -la atmósfera nos ha insinuado- será el de su perdición. De nada servirán las advertencias del extraño y temeroso pueblo y las siniestras presencias a lo largo del camino (como el cochero y su tenebroso carruaje). Él conocerá al señor de la noche y será irremediablemente seducido. Los lúgubres y amplios espacios de su castillo (expresión triste también de alguna gloria pasada) son el ambiente preciso para hacer retumbar de manera suave y sinuosa la gran tragedia que se cierne sobre él y todo aquel que ose acercársele. Para el conde no hay límites ni siquiera en su deseo, su sedienta ambición por la vida (por aquello que le es negado) lo hará recorrer millas a lo largo del mar en busca de Ellen, la joven prometida de su víctima (que ya siente su presencia). A lo largo de su viaje sembrará la muerte por doquier (solo eso puede dar), preámbulo del clímax más célebre de las fantasías insidiosas del romanticismo erótico de Murnau. El conde, cual mito de la bella y la bestia, encontrará su tan marcado destino y cerrará por fin su círculo destructor.
Fin de toda una odisea o acaso descanso para una alma sometida y torturada, eso no lo sabremos nunca. Demás estaría citar aquí a todas aquellas representaciones que con mayor o menor fortuna han intentado alcanzar tal precisión en la composición de un cuadro de semejante fuerza y poderosa belleza. El Nosferatu de Murnau no ha conocido muchos epígonos dignos de él, ¿qué pensaría el gran alemán de vivir ahora?
Jorge Esponda
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