Dir. Woody Allen | 124 min. | Reino Unido – EE.UU.
Guión: Woody Allen
Intérpretes:
Scarlett Johansson (Nola Rice)
Jonathan Rhys Meyers (Chris Wilton)
Emily Mortimer (Chloe Hewett Wilton)
Matthew Goode (Tom Hewett)
Brian Cox (Alec Hewett)
Penelope Wilton (Eleanor Hewett)
Estreno en Perú: 20 de abril del 2006
Tras varios intentos y títulos poco afortunados dentro de su amplia filmografía, Woody Allen vuelve con esta sorpresa no sólo por su historia sino por su tono, su espíritu y su ética. Match Point es el regreso tan anhelado de ese costado arriesgado de su realizador que no veíamos desde Sweet and Lowdown y que aquí consigue desarrollarse en una película interesante y muy lograda. Todo el recorrido de la odisea de Chris, el protagonista, estará balanceándose entra lo picaresco y lo inquietante, aunque parezca que este último aspecto es el que gana. Película personal a la que Allen no duda en revestir de las galas y el refinamiento más clásicos, también aunque sea para aparentar. Mucho de ello ya simboliza este viaje por el mundo de la élite al que la suerte conducirá como corriente a nuestro antihéroe.
Woody Allen parece aquí revestido de una moral desengañada mucho más que en sus películas anteriores. No es que se dedique a lanzar parrafadas cínicas como tantas otras veces sino que de verdad se las cree y las recita ahora de manera tranquila y segura. Seguridad que se transmite en esta historia acerca de hombre que tendrá paradójicamente de todo menos eso. Su única creencia o certeza a favor es la que tiene sobre el azar. Su credo se resume perfectamente en aquella imagen inicial de la cancha de tenis con la pelota estática en el aire luego de dar en la red. La suerte definirá el triunfo o el fracaso en el juego de la vida reza a fin de cuentas más que la destreza de un movimiento. Puede que la pelota pase a la cancha contraria o caiga en la de uno. Siendo así el empeñoso y apasionado tenista tirará por la borda la creencia del trabajo duro para ser estrella y asumir las posibilidades que el mundo y no sólo el de su pasión le favorezcan.
Es así que establecida la compleja postura de este personaje la película no habrá sino de confirmarla e incluso ponerla a prueba. La corriente poderosa de las circunstancias por las cuales se dejará llevar le abrirán las puertas del confort. La potentada familia Hewett le abrirá las puertas como en tantas ficciones de la tradición británica la cual siempre esta ávida de historias alrededor del puro arribismo del ascenso plebeyo que rompe por un momento la rutina a la que están acostumbrados en sociedades tan jerarquizadas. No es casual el apego de Allen entonces por una historia tan cercana a la de tantos Barry Lyndon que dan que hablar en las alturas de los palacios y rascacielos. Chris resulta de los menos calculadores pero conserva la raza y la fortuna. La película lo presenta por demás incluso hasta pasivo con las maniobras y rituales a los que poco a poco se irá acostumbrando ya involucrado con Chloe, la hija de la familia. Woody no descuida entonces de pintar todas las caminatas y travesías citadinas y culturosas como si se tratara de su tantas veces homenajeada New York, solo que la mirada es distinta como la que puede tener un irónico americano en la ciudad del Támesis y su tradicional flema. La película es muy rica en este aspecto y demás está hablar de su manejo de los actores (siempre de primera línea). El irlandés Chris rápidamente deslumbrado no tardará en convertirse en propiciador de las situaciones también.
He aquí que para alguien que no haya nacido en cuna de oro y pruebe la miel de lo bueno, un solo bocado no será suficiente. Hay siempre algo más a lo cual aspirar. La personificación de todo ello se materializa en Nola una bella americana (Johansson convertida en toda una musa por Allen). Todo el asunto a partir de entonces jugará con la tradición pasional que fácilmente puede llegar a aparentar tantos intentos frívolos como Cruel Intentions por ejemplo. Lejos está Allen de ello aunque coquetee con esa pinta. Y es que como nunca al director se le siente tan preocupado por una narración clásica y rigurosa en extremo. Si la primera mitad de la película se mueve en el retrato costumbrista la segunda se desenvuelve dentro del suspense nunca declarado como tal. Match Point juega con los géneros pero muy al estilo de su creador quien si ya había tomado mucho de Bergman y Fellini e incluso había realizado sendos homenajes a Truffaut o Cassavetes, aquí se vuelve notoriamente hacia los mecanismos de Hitchcock. La ambición del joven protagonista nunca delatada en alguna actitud decidida se verá ante este botín trastocada y desbordada. Asumiéndose como un nuevo rico hará lo que sea necesario para conservarlo. Consecuente la película inclina la balanza hacia la conformidad en contra de las aspiraciones obligadas a abandonar.
Para salir del paso no estará nuevamente la suerte ajena. La notable secuencia del crimen nos presenta el clímax de todas estas tensiones pero sin que la película abandone esa extraña apariencia consonante con su protagonista. La película nunca llega a ser decididamente grave a pesar de lo que va aconteciendo a raíz del affair Chris-Nola. Estamos pisando terreno intransferible del cine de autor. Ésta también era la marca de aquella película extraordinaria que fue Crimes and Misdemeanors, en la cual Allen presentaba una historia despiadada sobre la ambición y la moral dentro del mundo ideal. La película siempre estaba revestida de una aparente ligereza pero sin agravar los tintes terminaba convirtiéndose en un cuadro desolador. Mucho de ello hay en Match Point solo que aquí Allen se revela más descreído, aquí no hay un dios, no hay fe que siquiera lo haga a uno presa de la culpa. Los temores apenas se manifiestan alrededor de si la jugada ha sido bendecida por la suerte y ha dejado atrás a todos (incluyendo a los detectives, los que de manera más pícara revelan el costado pragmático de este Allen de la vejez). Así con el único sino establecido, Woody por boca de Chris dejará constancia de la sentencia con la que abre esta aventura: “Prefiero ser afortunado que ser bueno”. Palabras que en estos tiempos asesinos de las lealtades se pueden asumir como muy sabias.
Jorge Esponda
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