Der Blaue Engel
Dir. Josef von Sternberg | 99 min. | Alemania
Intérpretes:
Emil Jannings (Profesor Immanuel Rath)
Marlene Dietrich (Lola Lola)
Kurt Gerron (Kiepert, el mago)
Rosa Valetti (Guste, la mujer del mago)
Hans Albers (Mazeppa)
En los albores del cine sonoro aún muchas películas conservaron las tendencias y tan mágicas ilusiones de las imágenes mudas. Los decorados fantasiosos y las convulsiones desaforadas de sus criaturas y sus ficciones se mantuvieron incólumes ante la cercanía de otras posibilidades expresivas que otorgaba el sonoro. En Alemania, Josef von Sternberg resaltó notoriamente como creador de historias exóticas, líricas y de pasiones excesivas a las cuales supo adecuar la nueva capacidad auditiva del cine. Esta película se convirtió precisamente en el símbolo de esta tendencia, del melodrama absoluto y del cine alemán de comienzos de los años 30. El suceso mundial dejó a una estrella recién nacida: Marlene Dietrich convertida desde entonces en la presencia más sofisticada del erotismo. No resulta extraño que el apabullante éxito fuera seguido por el viaje hacia las tierras de la costa oeste norteamericana donde habrían de seguir una carrera eternizada en varias películas extraordinarias.
El sufrimiento a causa de una pasión es la base de cualquier historia romántica que se precie de serlo, aun las mas festivas. De ello da cuenta de manera desaforada y genial Von Sternberg en este remolino desolador de humillación y desesperación al límite basada en la novela de Heinrich Mann. Casi bebiendo a partes iguales del expresionismo como del surrealismo (las dos grandes vanguardias) hace la película emblemática de la sumisión masculina. Aun más que la también trágica Lolita surgida varios años después, proveniente de la mente de otro europeo de apariencia casta y formal que como en la gran tradición satírica esconde a un lujurioso en potencia o en fin a cualquier ser humano necesitado de afectos sensuales y castigados por la tradición y doctrinas de sus tiempos. Tal es la medida a la que se modela al honorable profesor Immanuel Rath el protagonista de esta entrega a los abismos del deseo, interpretado por el gran Emil Jannings quien entre tantos otros personajes notables también fue el sufrido y burlesco héroe de la magistral Der letze mann de Murnau.
Una pequeña ciudad alemana revestida de apariencias deformadas y hasta siniestras (como lo mandaba la moda y estética del cine de su país) es el escenario de este juego de seducción. El buen y serio profesor es un miembro distinguido de la comunidad, se levanta muy temprano para acometer la noble labor diaria de adoctrinar a los jóvenes en todo aquello útil para la vida. Tal es la teoría pues en la practica es tan o mas novicio que ellos, quienes no dudarán de poner a prueba siempre que puedan su carácter y afabilidad. El recto profesor no dudará inocentemente en acudir hasta los desconocidos antros de perdición de los que ha escuchado (ambientes de fantasía que se acercan mucho a los de las películas criminales de Lang) para rescatar a los corruptibles muchachos. Tan convencido estará de hacerles un bien que en su búsqueda hallará una blanquecina luz cegadora, la misma que tiene embobados a sus calenturientos pupilos: Lola Lola la reina del cabaret. Su descarada sensualidad (aún para la época) no tardará en descongelar siquiera una mirada del maestro.
El hallazgo es tal también para los espectadores del momento. Tal vez no capturemos el mismo furor que en el momento desató la venus rubia. Pero tan solo la mirada cínica y coqueta a mas no poder de la Dietrich (imitada hasta la saciedad por Sharon Stones de acá y allá) es estimulo suficiente para detenerse como el mismo profesor que inocente todavía le pregunta a uno de sus alumnos que es lo que va a buscar en este ángel azul. El torrente pasional que esconde la voluminosa y bonachona figura del profesor Rath como la de cualquier hombre falto de afectos se abrirá ante los mimos, las sonrisas y las blancas y torneadas piernas de la veleidosa Lola. Finalmente ¿quién se deja seducir? El talento de Sternberg nos lo hace conocer en todo este ambiente de biombos, telones y ropa interior por doquier que crean un extraño exotismo en la imagen además de todos los otros desopilantes miembros de la revista que convocan la atención de este nuevo cliente como trucos de feria a un niño. Seducido rápidamente por los aromas del pecado que tanto rehuyó, Rath no vacilará en vender su alma, su prestigio, su dinero, su dignidad. El canto del gallo de esta otra felicidad será su declaración ante el embrujo que lo tiene sometido como artilugios de mago.
La belleza del amor inocente siempre es frágil y víctima potencial de la maldad del mundo. Cual melodrama ideal nos cantará que la felicidad tan solo se filtra fugazmente como la luz dentro de está prisión a la que ha ingresado y de la cual no podrá salir tan fácilmente. Vuelto a la realidad el profesor tocará suelo de la peor forma como esclavo de los caprichos y humores de su ángel y toda la tropa circense alrededor. La película es magistral en cada detalle, desde la progresiva decadencia del protagonista hasta la perdición apenas advertida por el melancólico payaso al cual ha sustituido. Tocado el fondo y ya perdida la identidad y la noción de la realidad el payaso Rath no encontrará otra salida que la locura. El estallido en pleno escenario de aquel canto del gallo que anuncia la noche mas oscura que el amanecer sigue siendo tan sobrecogedor como si se hubiera presenciado la entrada del infierno (algo no muy alejado al mundo que lo rodea).
Si se quiere un rotundo castigo a quien se atreve a probar las delicias del mundanal ruido. Su propio abismo de pasión que luego de consumido solo deja entrever casi como ensueño la seguridad y el respeto de una lejana vida pasada. Ahí en el pupitre de un salón del cual tal vez nunca debió salir. Mas allá de ser una aparente alarma moralista lo que hace Sternberg es hacernos sentir compasión ante el derrumbe total hasta el fondo el abismo. Melodrama ejemplar que sin duda no ha perdido vigencia a lo largo de los años, si no basta rever cuantas almas puras fueron sacrificadas en la historia del género romántico por excelencia.
Jorge Esponda
Deja una respuesta