Pulp Fiction
Dir. Quentin Tarantino | 154 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Tim Roth (Pumpkin – Ringo), Amanda Plummer (Honey Bunny – Yolanda), John Travolta (Vincent Vega), Samuel L. Jackson (Jules Winnfield), Phil LaMarr (Marvin), Bruce Willis (Butch Coolidge), Ving Rhames (Marsellus Wallace), Maria de Medeiros (Fabienne), Rosanna Arquette (Jody)
El boom que significó Kill Bill trajo para la nueva generación el nombre de un director que supo ganarse tanto a la crítica como a la audiencia. La fuerza gráfica de Pulp Fiction no radica en cuanta sangre se pueda ver. Es una violencia irónica que llega incluso a producir gracia cuando una cabeza estalla en la parte trasera de un auto o entendemos con maldad la venganza de Wallace contra Zed. Más irrisorio aún el saber donde estuvo escondido el reloj de Butch todo este tiempo.
Hasta hace un par de años no podía decir con exactitud lo mucho que significaba Quentin Tarantino al cine de la década de los noventa. Me refiero a que era una chiquilla de diez años que no sabía aún que tiempo era ese y mucho menos, qué es lo que me perdía.
El boom que significó Kill Bill trajo para la nueva generación el nombre de un director que supo ganarse tanto a la crítica como a la audiencia. Entonces no había canal de cable que no pase las tres primeras películas, en un afán de empañarnos con el realizador y estar listos para la tan promocionada cuarta película de Tarantino. Así que una noche prendí el televisor lista para ver la tan famosa cinta que nunca pude disfrutar en una sala de cine.
Los primeros minutos son claves, y lo sé yo, hace poco, que tuve que retroceder el DVD a cada rato, esperando a que mi papá se sentara en el mueble para empezar a verla. Lo sabía porque ya la había visto y en ese afán de querer trasmitir la misma emoción tenía que tener todo programado. Entonces entendí porque eran vitales esos minutos, la emoción describe muy bien todo el filme, la expectativa de que pasará sólo para tener un final que te haga repetir; qué genio. Entonces vemos a esta pareja de ladrones medios díscolos intercambiando palabras como si balas fueran y vinieran. Nunca la velocidad del habla me había parecido mortal y la irrelevancia del léxico común, tan fundamental. Se capta la onda de la película y de pronto nos estallan unos créditos al mejor ritmo de la música. Que entretenido fue verlos.
Debo confesar que antes de ver la película me sumergí en cuanta información pude juntar de la red, fue así que estaba preparada para la famosa escena de la cajuela que ya había identificado previamente en Reservoir Dogs, por lo tanto mis ánimos eran muchos. Pero no basta toda la información para tremendo filme, que para su duración parece corto y donde terminamos por completo dentro del mundo mafioso de nuestros sicarios favoritos; Vincent Vega y Jules Winnfield, los cuales van tras las misiones encargadas por este jefe tácito, alrededor del cual se tejen las historias de este mundillo bajo y violento de Los Ángeles.
Aunque lo de violento es discutible, porque la fuerza gráfica de la película no radica en cuanta sangre se pueda ver (ni siquiera pensarlo de Kill Bill). Es una violencia irónica que llega incluso a producir gracia cuando una cabeza estalla en la parte trasera de un auto o entendemos con maldad la venganza de Wallace contra Zed. Más irrisorio aún el saber donde estuvo escondido el reloj de Butch todo este tiempo. Tal vez, la escena más tensa es aquella en donde vemos tendida a la futura novia, Uma Thurman, a punto de recibir la estocada que la reviva de la sobredosis y nosotros, con el corazón detenido, al igual que ella, queriendo verla bailar de nuevo y yo queriendo imitar sus pasos mentalmente.
Se puede entender entonces porqué fascina esta película, porque es el trabajo de un cinéfilo, es la obra que todos quisiéramos tener, homenajeando lo que queremos y añorando, aunque sea, una noche de baile.
Ana Karina
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