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Dir. Greg Marcks | 85 min. | EE.UU. – Canadá
Intérpretes:
Henry Thomas (Jack), Blake Heron (Aaron), Barbara Hershey (Norma), Clark Gregg (Policía Hannagan), Hilary Swank (Buzzy), Patrick Swayze (Frank), Rachael Leigh Cook (Cheri), Shawn Hatosy (Duffy), Stark Sands (Tim), Colin Hanks (Mark), Ben Foster (Eddie)
Estreno en Perú: 18 de mayo del 2006
Dentro del poco panorama del cine norteamericano independiente que vemos últimamente siempre podemos darnos con hallazgos curiosos y hasta realmente interesantes. Llama por ello la atención el estreno tardío de esta entretenida cinta del debutante director Marcks, quien nos revela posibilidades de narrador en esta nocturna y ágil conjunción de pequeñas intrigas que se suscitan en el genérico e imaginario Middletown, escenario modélico de tanto pueblo chico e infierno grande de la Norteamérica actual. Con mucho de humor negro y hasta parodiando el film noir, se trata de toda una visión recapituladora de tantos ambiciosos y torpes conspiradores que Tarantino habría de resucitar a su particular modo. Mucha de su influencia perdura y esta película lo demuestra.
Como discípulo aplicado, Marcks se inspira en las fantasías de Quentin para presentarnos un momento de sobresalto en la monótona vida de Middletown. Momento en el que la muerte hará su aparición sólo para revelar el lado más mezquino, malévolo y mediocre de estas criaturas absorbidas por sus pretensiones banales o sus maneras de matar el rato. Casi como castigo divino (un Dios definitivamente burlón) los protagonistas habrán de vérselas con líos hasta absurdos que dan la apariencia de un perro persiguiéndose la cola.
Un ebrio y despreocupado conductor recibirá del cielo la alerta más poderosa que cualquier resaca en la figura (desfigurada) de uno de tantos desconocidos que engrosan las estadísticas de muerte, y automáticamente se colocará en posición de padre adoptivo de semejante carga. Un trío de chiquillos despreocupados se verán como involuntarios victimarios. Un padre de familia también hará el sórdido hallazgo en su cementerio familiar. Un desesperado chico se pone de acuerdo con su compañera de trabajo para simular el robo de la tienda en la que trabajan, etc.
Estas historias son enlazadas unas con otras girando alrededor de la hora que alude el título. Momento crucial que en cierta manera se emparenta con otra famosa cinta tributaria de Tarantino: Amores perros. En todas ellas la presencia de personajes nada reinvindicadores de los valores y demás mensajes y lemas domina toda esta cosmovisión de una sociedad desorientada e interesada. Acá rápidamente pasamos de una historia o perspectiva a otra, así como sus protagonistas se pasan los problemas u obstáculos de una mano a otra como una papa caliente. Lejos está de aquellas miradas solidarias de las cualidades humanas dentro de la realidad pura y dura (tipo la estupenda Grand Canyon o la grandilocuente Crash). Ni siquiera nos instala a un personaje que haga reclamo de ella (como en las lejanas cintas de King Vidor o las más recientes de John Sayles). Aquí no se hace concesiones sobre la mezquindad y la pura maldad. Tan sólo es el demiurgo el que se encarga de darle tal sentido castigándolos con su humor.
Todo esta conducido como un juego del absurdo y la arbitrariedad (como a veces lo es el destino) en el que el inocente es señalado como victimario y la cara de inocencia y amor es la de la perfidia absoluta. Los bobos son víctimas de sus propias intrigas y volvemos con el inocente quien no lo resulta al fin y al cabo. Nadie se salva de ser tocado por el boomerang (propio o ajeno). Consciente, como otros artesanos de los últimos años, que en el género negro no puede quedar títere con cabeza, Marcks tiende a aligerar la carga con aquellas armas heredadas de Pulp Fiction.
Finalmente como diría Freud, lo mejor es tomarse la condición humana con una sabia jocosidad. Por ello los mejores momentos son los que transitan paralelamente con el horror y el humor: un cadáver en la maletera (referencia otra vez a Quentin) es confundido con un ciervo y otro cadáver es victima de las torpes maniobras de su descubridor. Hasta no se escapan las referencias clásicas a las manipulaciones femeninas (casi siempre el impulso de las intrigas negras). Tan sólo basta ver la cara de inocencia y llamativas curvas al ritmo de “These Boots are Made for Walkin’” para encontrarse con su destino no sin antes llevarse un trofeo de venganza en forma de falo.
Aplicada y eficaz conjunción de referencias que nos presentan a un talento con criterio y posibilidades para el género tal vez en el mismo Hollywood. Aunque ejemplos sobran de estos casos. Pero quedémonos con la buena imagen que nos deja esta hora de morir en medio de tantas quimeras.
Jorge Esponda
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