Dir. Martin Scorsese | 113 min. | EE.UU.
Guión: Paul Schrader
Intérpretes:
Robert De Niro (Travis Bickle), Cybill Shepherd (Betsy), Peter Boyle (Wizard), Jodie Foster (Iris Steensma), Harvey Keitel (‘Sport’ Matthew), Leonard Harris (Senador Charles Palantine), Albert Brooks (Tom)
Martin Scorsese ha sido desde los años 70 uno de los nombres capitales dentro del cine norteamericano en plena reconstrucción y experimentación de nuevas posibilidades. El enorme suceso de esta furiosa y espiritual película habría de definir una de las obras más notorias de las últimas décadas, cuyo inquietante poder se mantiene intacto con el paso del tiempo. Como el personaje del conflictuado Travis, protagonista de esta exploración sobre la insatisfacción absoluta, la lucha consigo mismo por establecer un orden y por imponerla mas allá de su frontera individual. Búsqueda del paraíso personal que bien puede conducir al infierno de la locura. Su tránsito y rutina por el mundo se verán resumidos en esos recorridos mayormente nocturnos por la incandescente y malvada (como cualquier otra) ciudad de New York. Universo pequeño y a la vez infinito que como arcángel o misma divinidad se propondrá purificar.
Travis Bickle es el taxista del título. Noche tras noche pasea su alma autotorturada por la inmensa, bulliciosa y multicultural ciudad en busca de algo que no puede definir con claridad. Para él, que viene de la disciplina y orden militar (si es que la hubo en Vietnam), no puede haber espacio para preguntas sin contestar (por más que sus respectivas respuestas sean por demás contradictorias), ni problemas sin solución. Así que su itinerario mental rápidamente habrá de llevarlo tan lejos como su profunda soledad se lo permita. La suciedad y maldad que habitan a su alrededor serán acaso las primeras y obvias respuestas a la pregunta. Sus recorridos asqueados son enfatizados por el director con todas aquellas reflexiones en off. Lamentos por el imperio de “las putas, los drogadictos, los maricas”, que han transformado la tierra del Edén con todo y una coraza de concreto y humedad turbia. Sueña con que algún día sobrevendrá un gran diluvio que arrasará con todo signo de corrupción o en general con todo aquello que conforma la caótica y polisémica vida.
El trance depresivo del protagonista se extiende a todo el paisaje neoyorquino (fotografiado magistralmente por Michael Chapman y con la nota justa del score jazzístico de Bernard Herrmann) y todas aquellas conversaciones con los colegas del volante llenas de chismes y fanfarronadas.
No hay momento en que esta letanía no se respire en cada calle, avenida, muchedumbre o letrero de neón (que con sus luces chillonas es la expresión total de la alarma del protagonista buscando una verdadera luz al final de este túnel). Esta luz no tardará en ser imaginada en la dulce Betsy. Un ángel surgido insólitamente en medio de la maraña de andares rápidos y expresiones frías. Travis piensa haber encontrado su partner, su ideal, a pesar de que trabaje para la representación excelsa de lo que más detesta: un candidato presidencial. Pero esta pretensión será rápidamente desmentida para quien no admite desigualdades en su proyecto de orden (siempre presente la insólita cita en un cine porno). Travis no habrá de abandonar su proyecto vital que es el de escapar a este destino frustrante en el que se ve atrapado.
La mayor osadía es intentar contradecir el orden establecido, dice Scorsese, y en ello no está ajeno su credo católico. La historia creada por Paul Schrader se reviste de una universalidad absoluta casi al punto de lo abstracto en manos del director. La firme convicción de que finalmente se enfrenta al orden establecido por Dios. Inquietante presencia en la colectividad y a la cual Travis clama, tal vez sin darse cuenta, ser su único elegido. Completamente incapaz de creer que la vida trasnochada que lleva es lo único que el supremo ha preparado para él. La cercanía de sus constantes pensamientos en la vigilia lo harán ya rozar el límite del delirio. La absoluta soledad es la perfecta compañera para mucho de la lucidez del hombre pero también para la ilusión y los cimientos de la locura. Las pretensiones de Travis por fin encontrarán un camino: el de extender su proyecto del orden hasta afuera, al mundo práctico. Con las armas a su alcance se autoconvierte en un nuevo caballero. Se reviste de una aureola y se alista para la misión pontificadora (alusión a tantos magnicidas, orates absolutos vistos a simple vista).
Robert De Niro en magistral actuación da vida a este en apariencia ordinario pero excepcional personaje, retrato mismo de tantas almas en conmovedora búsqueda de su lugar en el mundo. Se puede encontrar rápidamente en esta cinta un retrato sobre el germen del fascismo y toda esa obsesión por el control total de las voluntades.
Pero todos esos momentos de abstracción del protagonista (encerrado ya sea en su pequeño cuarto o en la asfixiante cabina de su auto, lo mismo da) reflexionando mientras juguetea con las armas, con su cuerpo o en las rutinas más banales como contemplar la televisión (rito absoluto de la monotonía asumido como tal), nos alejan de esa visión maniquea. El complejo protagonista pasea su proyecto para cambiarlo por otro, uno que finalmente le dará autentico sentido. Así emprende el heroico rescate de una damisela en peligro en la figura de una pequeña prostituta, Iris (Jodie Foster). La gran batalla para el jinete citadino se librará en un castillo menos noble que los de antaño, el palacio de la gran lujuria y depravación llena de maleantes y proxenetas.
Esta secuencia cargada de una sobrecogedora violencia culminará el ritual de purificación, el extasiado final del proyecto tan largamente acariciado por el errante caballero. Recorrido existencial en medio de salpicones de sangre y balazos retumbantes. Alcanzado el objetivo, al parecer no hay más para este ser de otro mundo. Tal afirmación es negada por su dios (y director). El camino habrá de continuar ya satisfecho el ansia por escapar de lo ordinario. El errante taxista continuará su recorrido de idas y venidas. Quien sabe si aún insatisfecho o no (punto realmente inquietante), pero cargado con un preciado don: sabiduría. El único que el divino podrá conceder al hijo pródigo vuelto al hogar. Dimensiones gigantescas y complejas que extraemos de este tablero que aparenta para muchos ser sólo cine criminal atípico y retrato social a partes iguales. En fin, un Scorsese perfecto e inolvidable.
Jorge Esponda
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