The Break-Up
Dir. Peyton Reed | 105 min. | EE.UU.
Intérpretes: Vince Vaughn (Gary Grobowski), Jennifer Aniston (Brooke Meyers), Joey Lauren Adams (Addie), Jon Favreau (Johnny O), Jason Bateman (Riggleman), Judy Davis (Marilyn Dean)
Estreno en Perú: 22 de junio del 2006
Dentro de lo que podríamos llamar comedia romántica es donde se puede ubicar esta película, a pesar de desarrollarse en pleno momento de ruptura. La pareja central no protagoniza una historia a partir del encuentro y la atracción sino de la crisis y la posibilidad de la separación. Aunque no llega a salirse del libreto de tantas otras (repletas de psicología barata y demás), posee algunas variaciones que llaman algo la atención. El director Peyton Reed (el mismo de la divertidísima Down with Love) se toma con algo de criterio el encargo de realizar un vehículo de lucimiento para Jennifer Aniston y Vince Vaughn, dos actores limitados de recursos pero efectivos en lo suyo.
Las películas que abordan el tema de la separación amorosa por el lado de comedia son numerosas. Desde las que juegan a la payasada total (tipo las de Adam Sandler) o las que trabajan a partir de un registro más realista siempre atentas a los detalles y ocurrencias de la vida cotidiana casi siempre episódica (la clásica An Unmarried Woman, para no irnos más atrás). Esta película trata de ingresar al segundo grupo pero bebe de ambas a partes iguales finalmente. Somos testigos del resquebrajamiento de la relación de Brooke y Gary con el detalle que ambos, en plena pelea, no darán su brazo a torcer y optan por seguir conviviendo de esta conflictiva manera. Casi una versión ligera y blanquísima de The War of the Roses pero adaptada como extensión de alguna teleserie a lo Friends. Apariencia que no se borrará a lo largo de la cinta apenas ni comenzada la función.
La película tiene todo preparado precisamente para el desenvolvimiento de sus actores protagonistas. Aniston ofrece su característico abanico de tics y cierta seriedad que la han caracterizado (y conformado) siempre. Vince Vaughn aplica lo mismo que le hemos visto en todas sus películas de humorada, sin ser un payaso tampoco. Aporta su tosquedad despreocupada y bonachona muy cercana al Joey de la serie de TV que hiciera famosa a Jenn. El director Reed se limita a conducir todo lo decentemente posible el show, y a llamar incluso la atención con algún que otro detalle bien insertado acá y allá. El guión con todos sus lugares comunes no deja de tener simpatía aún cayendo en las muletillas televisivas a la que están tan acostumbrados sus actores (solo se destaca entre ellos la gran Judy Davis en el histriónico papel de la dueña de la galería), e incluso preferirá resoluciones ajenas a lo esperado por los fans de sus estrellas.
Pero por ejemplo las réplicas que se van sucediendo para darle a las peleas una agilidad casi alleniana (meta muy lejana por lo que se puede ver), sirven para configurarnos más bien toda una visión sumamente plástica de la situación (aunque cierta gravedad envuelva un poco los colores). Por ahí esa opción hubiese sido certera, acercarse a la sofisticación y banalidad de esta comunidad a la hora de enfrentar los tragos amargos. Reed apenas si roza esta vertiente (a diferencia de su ingeniosa película anterior), y en los momentos en los que lo hace no tarda de aparecerse tras de sí el fantasma de la ñoñez y el lugar común. En realidad si no fuera por haberse ceñido demasiado al vedettismo y monolitismo de su estrella hubiera despegado hacia el nervio o tal vez la jocosa neurosis (como justamente conseguía Davis de la mano de Allen).
Tal vez muy en el fondo se intentó realizar todo un homenaje al genial cineasta neoyorquino (trasladado a Chicago). Pero justamente el personal arte de Allen en la comedia se balanceaba en una delicada y muy personal capacidad de creador total (como guionista, director de actores y actor mismo). Tal vez hubiera sido mejor que en un caso como este que intenta salirse del libreto, la personalidad del director saliera de manera más contundente. Algo que en proyectos de cara a las grandes audiencias resulta cada vez más difícil.
Jorge Esponda
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