The Lake House
Dir. Alejandro Agresti | 105 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Keanu Reeves (Alex Wyler)
Sandra Bullock (Kate Forster)
Shohreh Aghdashloo (Anna Klyczynski)
Christopher Plummer (Simon Wyler)
Ebon Moss-Bachrach (Henry Wyler)
Estreno en Perú: 29 de junio del 2006
El argentino Agresti tienta las posibilidades en la industria norteamericana con esta película para el lucimiento de Sandra Bullock y Keanu Reeves, descansando de las persecuciones para reencontrarse en una simpática historia de amor recogida de un film coreano. Cinta que recoge la antigua tradición del romance superando los límites de lógica gracias a la surrealidad (expresión misma de la ilusión puesta por encima de cualquier condición de la realidad). El director se alista a preparar la función con todo el oficio conseguido en su tierra natal. Lugar donde siempre se las ingenió para mantenerse muy activo a pesar de las dificultades de producción en la región y que lo mantuvieron como uno de los nombres más notorios de este medio. Algo de ello se puede apreciar en este trabajo para los grandes alcances y promociones de la industria norteamericana.
Kate y Alex son los protagonistas, se conocen por casualidad a través de una aparente confusión del correo que los pondrá en una situación insólita en medio de su rutina solitaria. No podrán creer que ambos se encuentren habitando la misma casa en el lago. Un misterioso evento los enfrentará también a la maravillosa experiencia de encontrarse el uno al otro: ambos viven ahí pero con dos años de diferencia. Sin querer acercarse a una intriga ni mucho menos, la película no hace sino de esta extraña circunstancia una celebración misma del encuentro con amor (nada de ordinario tiene el encuentro con la persona ideal ya sea un cruce en la calle o en el extremo de esta historia). Lejos de asombrarse por el motivo del fenómeno (a lo Back to the Future o Frecuency), la película hace una serena celebración por el fenómeno total de poder sintonizar con otra persona en medio de la sociedad rauda y sofocadora de pasiones personales, de pequeñas y gloriosas historias mínimas.
A pesar de la discreción con la que trabaja Agresti, se puede apreciar todo el criterio de un cineasta a la hora de abordar una historia difícil de trabajar en el panorama resbaloso del cine de género. La frivolidad y comodidad del transcurrir normal de los ciudadanos de una gran ciudad es de repente interrumpida. La película hace todo un tranquilo goce de la manera como van acercándose los desorientados enamorados y como intentan consumarlo de manera candorosamente torpe. No importan las barreras del tiempo y el espacio, querrán creer (y recrearse) en la posibilidad. Un pequeño portal mágico se abrirá ante las obstinadas voluntades. Nada de parafernalia de por medio, el director consigue durante buen tramo un llamativo retrato íntimo de dos almas buscando el instante de la felicidad (obsesión absoluta del hombre aunque en clave muy menor a otros osados de antes).
Unos breves instantes de lecturas epistolares harán parte fundamental de su tránsito sentimental. Forma clásica ésta de expansión del amor a lejanas distancias (a no ser también a través de los sueños mismos) ajenas a tantos estrafalarios emails, Tom Hanks, Meg Ryans, y etc. La osadía de continuar esta absoluta entrega será el encuentro con su otro yo, quien como estimulado por un déjà vu no dudará en dejarse llevar en un momento de baile (breve también pero regocijante). Todos estos pequeños instantes se escapan de la convención para siquiera dejarnos vislumbrar, como a sus contrariadas criaturas, el sueño de amor. Camino elegido y que deberá sufrir ante los impedimentos de la existencia a ojos abiertos.
Tributo similar tendrá que pagar el film con resoluciones más trilladas que invierten el trayecto para que solo tenga que ser una sencilla y feliz matinée. Lastima por ello, pero no deja de ser refrescante ver intentos por salir de tal programa fílmico como lo hacen con el suyo vital los convencidos protagonistas. Creyentes en las posibilidades de cumplir sus sueños más allá de las omnipotentes reglas del mundo, tal y como hicieran tantos sacrificados por la misma causa. Muchos de ellos protagonistas de las más hermosas (y a veces terribles también) aventuras surrealistas.
Jorge Esponda
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