Fa yeung nin wa
Dir. Wong Kar-wai | 98 min. | Hong Kong – Francia – Tailandia
Intérpretes:
Tony Leung Chiu Wai (Chow Mo-wan)
Maggie Cheung (Su Li-zhen Chan)
Ping Lam Siu (Ah Ping)
Rebecca Pan (Sra. Suen)
Estreno en Perú: 6 de octubre del 2005
“Ella bajó la cabeza para que él pudiera acercarse pero él temía acercarse, ante esto a ella solo lo tocó voltear e irse”. Las desilusiones del amor y su campo ideal de acción en el cine: el melodrama, han recibido tratamientos disímiles. Desde aquellos que presentan estos episodios férreamente atados al género hasta los que se inmiscuyeron en ellos a través de diversas posibilidades. Finalmente el gran tema del amor y la pasión siempre ha encontrado su vehículo de entrada de generación en generación. Wong Kar-wai se entusiasma por la idea de desarrollar, muy a su estilo, una historia de amor. El resultado es una de las más elegantes y bellas películas que hayamos visto en los últimos años. No se ciñe a la gran tradición pero consigue, a pesar de eso, lograr su objetivo y transmitir toda su esencia. La historia de desencuentro y desolación de dos almas pérdidas en el Hong Kong de los años 60 nos es transmitida con la certidumbre de estar presenciando un capítulo vital sorpresivamente surgido de la más absoluta rutina y ante el cual (como tesoro revelado) los protagonistas intentarán aferrarse a costa casi de tener la seguridad de estar apenas capturando breves burbujas en el aire.
Wong Kar-wai se convirtió rápidamente en la estrella más promisoria dentro del cine chino de Hong Kong. Sus películas nos muestran el intento de supervivencia de las ilusiones individuales dentro de la sociedad contemporánea, especialmente tratándose de una como la China tan elogiada por su pujanza y crecimiento. Dentro de estas calles repletas de muchedumbre extrae pequeñas historias a partir de las cuales habrá de crear crónicas plenas de lirismo. Acaso poemas audiovisuales concebidos con toda una gama de recursos que toman tanto de los juegos postmodernos de Jean-Luc Godard o Michelangelo Antonioni hasta de la publicidad e incluso el videoclip. Referencias que se condensan y funden en la tendencia tan propia de estos tiempos como es el reciclaje. El poder y talento visual de su cine alcanza su momento absoluto de depuración y refinamiento con este poema triste y cabizbajo pero aún así pasional a extremo.
Los años de la próxima crisis política en el sudeste asiático acaso si comienzan a afectar en algo a la ultracomerciante, y todavía en ese momento, colonia británica rodeada como una isla por la república popular. En una pequeña casa de huéspedes hacen su aparición casi al mismo tiempo la señora Chan y el señor Chow personajes que comienzan a ser oteados por la cámara de una manera tan sigilosa y expectante que va a caracterizar a la película. La agotadora mudanza junto a sus respectivas parejas no puede sino alterar apenas las funciones y rutinas diarias. El cruce de miradas al encontrarse por los pasadizos o en alguna conversación o reunión con los vecinos no habrá de tener demasiada significación. Se desata de repente la melodía desgarrada y sensual (obra magistral de Shigeru Umebayashi) que nos remite a las lentas costumbres y rituales de la convivencia, pero a la vez nos prepara también para presenciar la irrupción de este sendero vital que mantendrán muy escondido los contrariados protagonistas.
La magistral mano del director nos transmite entonces la intranquilidad de ambos para mantenernos atentos (como la cámara) a cada detalle mínimo y cada diferencia que los despierte del letargo existencial. El temor de ser víctimas de engaños no es tan doloroso como el sentirse adelantados o consumidos por dos seres dispuestos a romper con su establecido ritmo de vida. Seres que apenas si conocemos por las referencias de los dos a los que dejan abandonados y como centro absoluto de cada imagen. Alarma de la que son pequeñas señas bolsos, corbatas y horarios nuevos o surgidos de improviso ante la entrometida mirada de quienes los rodean. El transcurrir de la melodía y de los lentos andares de Chow y la señora Chan nos van creando entonces esa atmósfera sensual que va a caracterizar la cinta a partir de entonces. Se imponen los colores cálidos (rojos y amarillos fotografiados por Christopher Doyle) y el acercamiento entre las criaturas desorientadas será inevitable. Acaso como curiosidad por tratar de aprender a escapar de la asfixiante realidad (como buena historia de amor) repleta de deberes, ajena a sueños (Chow hace resurgir sus intentos por escribir), y siempre dispuesta (con todos los otros) a no dejarlos salir fácilmente.
La fantasía romántica de los protagonistas se dejará llevar más por la atracción de tener algo de intimidad con otro ser humano dentro de la, sólo en apariencia, acogedora sociedad repleta de sonrisas (forzadas o no) casi como norma. Sensualidad y melodioso ritmo que magistralmente se convierte en celebración (tímida es cierto) de pequeños episodios y encuentros en los que, los casi amantes encontrarán el milagro que buscaban aunque sea breve. Ambos no dejarán en ningún momento de pagar el precio culposo de la conciencia, de estar viviendo una ilusión de tan rauda aparición y desaparición como la velocidad de la luz (aunque tengan a Nat King Cole como celebratorio cupido). La sombra de la tragedia siempre inherente al melodrama y a la cual rinde tributo el director. Cada encuentro cálido y despreocupado habrá de sucederse por momentos de resignada soledad mucho más extensos. Tal vez demasiado mayores se consideren todavía para creer en ilusiones de nuevos florecimientos.
Juegan masoquistamente con la idea de esos otros amantes que se fueron a vivir su fantasía lejos de la superpoblada y condenatoria tierra local. Se imaginan asumiendo sus roles y adivinando respuestas como si fuesen incapaces de encontrar la felicidad por sí mismos. Los largos momentos dedicados a contemplarse en la soledad dicen mucho más que mil palabras. La modorra existencial casi expresada en las volutas de humo que arrojan los cigarrillos de Chow puede ser mucho más fuertes que sus deseos. La posibilidad de las consecuencias indeseadas ganan más y la resignación ante el deber habrá de triunfar, primero por un lado y luego por el otro (el más niño tal vez). Entonces el amor ve esfumar su deseo alrededor de ellos para introducírse en el rincón donde guardará los secretos por siempre: la memoria.
Acaso el epílogo suscitado en las ruinas de un templo en Camboya sea unos de los momentos más bellos que hayamos visto jamás en el cine. Chow encuentra un agujero donde intentará vaciar aquel episodio como susurrando al oído de la amada. Muy bien apuntado el contexto y época en el que se desarrolla, mostrando imágenes de la llegada de De Gaulle a Camboya, símbolo de la intervención dolorosa en las tierras de la antigua Indochina y la otra que habría de venir. El peso de las realidades globales asesinando aún más el sentido de la convivencia entre los hombres. Pero ahí quedará el pequeño santuario para conservar todavía dentro de sus viejas paredes los ecos de algún susurro guardando algún deseo tan profundo como el de un beso a escondidas.
Jorge Esponda
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