Francisco Lombardi habría de convertirse en la cabeza visible del cine peruano en los años 80, precisamente a partir de esta película en la que dejaría presente toda su particular visión del país, la decadencia de los valores y la tergiversada interpretación que se le otorga a los jóvenes, aquellos que ya perciben las reglas del sistema como símbolos vacíos a los cuales brindarles saludo por mero protocolo y nada más. Que mejor escenario para presenciar esta adaptación al mundo establecido que las experiencias dentro de un colegio militar donde caen los unos y los otros, pobres y ricos, negros y blancos. La fuente de esta compleja visión reside en la novela de Mario Vargas Llosa que es transformada por el director en una atractiva cinta sobre el proceso del conocimiento, donde su capacidad de narrador se hace plausible, siendo uno de los pocos que la ha trabajado con criterio en nuestro medio.
La película nos traslada hasta el Colegio Militar de Lima acaso último refugio para nuestros hijos, según dirían los esperanzados padres en busca del ideal hacia el camino de hacerlos útiles a la sociedad. Hasta ahí llegan los educandos para recibir el bautizo como miembros de esta sociedad. Bautismo de golpes, insultos y humillaciones de todo tipo en medio del cual conoceremos al cronista de esta historia: el Poeta. Un chico listo pero igual de soñador, acaso uno de los rostros que identificarán a este Perú en pequeño y a los cuales iremos conociendo poco a poco hasta dar con el extremo: el feroz Jaguar. Convertido en el héroe absoluto de la cuadra, un líder autoimpuesto gracias a su voluntad avezada y su mala fama. Ambos personajes serán los más potentes de la película. Acaso si con todo lo descreído que es (y será) el Poeta lo contempla tan maravillado como sus demás compañeros. Así comienza entonces esta anécdota de aprendizaje que se prolongará por algún tiempo, hasta el momento en el que se le considere un hombre hecho y derecho.
Lombardi logra sacar a flote su adaptación más bien resumida y episódica de la historia para comprometernos más directamente con las vivencias del Poeta y sus compañeros. Cada uno de ellos ya definido por su grupo y su idiosincrasia como todo ciudadano. Poeta ocupará en medio, el lugar de lúcido observador, si se quiere de la parte intelectual de esta nación a catres y cuatro paredes. Como tal acoge bajo sus alas a la parte más desvalida representada por el Esclavo, asumido como tal quien solo guarda la esperanza de pasar desapercibido entre los demás uniformados y en especial por los del “círculo” de Jaguar y compañía. Tal disímil convivencia solo tiene en común el rechazo y descreimiento ante sus maestros y superiores en general como representación de toda una cadena de insatisfactorios líderes arrastrados de generación en generación. El rígido teniente Gamboa (Gustavo Bueno) la única posible cara amiga (si es posible) capaz incluso hasta de hacer bromas célebres en la noble y esforzada labor de imponer disciplina.
Será casi al terminar el periodo militar que habrá de imponerse la lección a los perros a partir del robo de un examen por parte del Círculo. Las lealtades al grupo habrán de imponerse a costa del castigo de unos cuantos. La tensión que maneja Lombardi alrededor de ellas se maneja por momentos de manera muy lograda. La desesperación habrá entonces de hacer mella en el más débil que habrá de sucumbir a la tentación y al ansia de libertad. Punto crítico en el que los hasta entonces inofensivos ritos de la cuadra se volcarán hacia la posibilidad de la peor manifestación de la intolerancia: el crimen. Posibilidad a la cual se rebelará el sensible Poeta aún a costa de cometer la osadía de querer enfrentarse ante el paquidermo de lo establecido. El perro vaga por la ciudad en busca de una respuesta ante las asfixiantes cláusulas que le imponen para poder graduarse de hombre.
La desazón ante las instituciones del aparente orden y orgullo por los valores encontrará lograda exposición en la secuencia de la declaración ante el Coronel (Luis Alvarez). El viejo zorro que alecciona al joven cachorro sobre la verdadera interpretación de los deberes, entre ellos el de saber hasta que punto llegar con la ética y la moral para beneficio propio y no en contra. La muerte como corolario de la autentica realidad de esta escuela-nación deberá ser encubierta para salvaguardar el orden antes que nada, en beneficio de los propios ciudadanos. Como dice la antigua y conocida frase: “se perdona el pecado pero no el escándalo”. Lo único que le queda es transar con esta muralla verde con la suficiente maña para haberle quitado la sartén por el mango. La frustración absoluta vuelve a imponerse acaso como síntoma identificatorio del mal de país. Rabia contenida que solo queda desahogar ante los que se encuentran al mismo nivel, ya sean culpables o no de toda esta circunstancia.
Momento de debacle para los símbolos ya solo mirados con risa amarga y descreída por todos. Pequeña rebelión que mengua algo la sensación y que dejará al otrora poderoso Jaguar en la imagen del desarraigo, totalmente separado de la manada. Verdades confesas o inconfesas que logran resonar con eficacia y por momentos de manera lograda en esta película.
Dir: Francisco Lombardi | 135 min. | Perú
Producción: Inca Films S.A.
Guión y adaptación: José Watanabe, basado en la novela homónima de Mario Vargas Llosa.
Intérpretes:
Pablo Serra (El Poeta), Gustavo Bueno (Teniente Gamboa), Luis Álvarez (El coronel), Juan Manuel Ochoa (El Jaguar), Eduardo Adrianzén (El Esclavo), Liliana Navarro (Teresa), Miguel Iza (Arróspide), Alberto Isola, Jorge Rodríguez Paz (El General), Ramón García, Lourdes Mindreau (Pies dorados), Aristóteles Picho (El Boa), Toño Vega (El Rulos)
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