Dir. Fabián Bielinsky | 134 min. | Argentina – España – Francia
Intérpretes:
Ricardo Darín (Esteban Espinosa), Dolores Fonzi (Diana Dietrich), Pablo Cedrón (Sosa), Nahuel Pérez Biscayart (Julio), Jorge D’Elía (Urien), Alejandro Awada (Sontag), Rafael Castejón (Vega), Manuel Rodal (Carlos Dietrich), Walter Reyno (Montero)
Estreno en Perú: 3 de agosto del 2006 (10º Festival ElCine)
Un introvertido taxidermista que sufre ataques de epilepsia, tiene por hobby imaginar crímenes milimétricamente planificados. Cuando viaje al sur, las circunstancias y el azar le brindarán la oportunidad de cometer un “golpe perfecto” a un casino, pero tendrá que lidiar, primero, con el ambiente violento y sus propias debilidades.
Clínicamente, el aura es el momento previo al ataque de epilepsia, instante de aviso, en el que se confunde lo real con el ensueño, en el que se crispan los sentidos antes de sucumbir a una crisis y en el que el sujeto se siente liberado, cuenta el protagonista de la segunda y lamentablemente última película de Fabián Bielinsky.
Así también, El aura cuenta a manera de crónica los momentos preliminares de un crimen, en la que el principal ejecutor – intelectual – tiene que resolver cómo es que se llevará acabo; juntando contra el tiempo las piezas como en un rompecabezas, para que a semejanza de los ataques que el mismo padece, el atraco se ejecute: sucinto, efectivo y brutal. Bielinsky conjuga de forma sutil dos géneros casi opuestos por antonomasia: el de investigación (casi policial) y el de asaltos.
Contradicción o dualidad de la que está plagada toda la película. En la contraposición de ambientes ciudad/campo y en la naturaleza de sus personajes, que siempre ocultan pasados o secretos cargados de negatividad, o como el perro-lobo que se vuelve en un símbolo del protagonista, un ser que puede ser por igual salvaje y doméstico, mientras está atento a todo.
El protagonista: el taxidermista extraviado y anónimo que interpreta Ricardo Darín de manera cabal y hasta sorprendente, sin manierismos, siempre en clave baja, impidiéndonos entrar en su mundo interior; resulta a pesar de su mediocridad y carácter esquivo, un antihéroe interesante y atrayente. Este carácter contenido se complementa con el ambiente y la fotografía de los bosques del sur argentino que transmiten una esencia aciaga, misteriosa, casi fantasmal.
La cinta puede parecer lenta al principio, mientras nos presenta al personaje principal y su entorno, pero luego, conforme se va desarrollando involucra al espectador en un viaje enrarecido hacia el delito, en el que los juegos de la moral se ven tentados a cada momento, y por los que nos pasea con maestría el director, en una obra mucho más personal que su anterior Nueve reinas, más lúdica y acelerada.
Bielinsky nos deja con “su aura” en los prolegómenos de una carrera mayor, que por azares del destino, fue corta (dos opus) pero efectiva, como los ataques de su personaje.
Antolín Prieto
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