Nos complacen los premios ganados por El custodio, una obra mayor del argentino Rodrigo Moreno. Pulcro retrato de un hombre que cumple religiosamente con su discreto rol a costa de la vida propia y la paz interior. Narración aséptica, libre de accesorios y clichés, precisa en la construcción de una personalidad hermética que sutilmente deja pistas en el camino para revelar sus puntos débiles. Percepción punzante del mundo de la política, excluyente, sectaria y alienante. Puesta en escena inspirada, cerebral, coreográfica, que convierte en protagonista absoluto a un personaje de actos predeterminados y vocación de extra, encarnado por Julio Chávez, un intérprete notable que entiende lo que el cineasta busca y le ayuda a manejar el ritmo flemático y la tensión acumulada. Una película ganadora, muy merecidamente, de los premios de mejor filme de ficción y mejor actor del 10º Festival ElCine.
Tuvimos ocasión de participar en el conversatorio que ofreció Rodrigo Moreno, al lado de los colegas Mario Castro Cobos y Carlos Galiano, el amigo cubano que desde 1997 organiza los ya clásicos Diálogos con cineastas. Ahí el realizador argentino confesó que su interés se centraba en los personajes periféricos, convirtiéndolos en protagonistas, que en el cine más estandarizado pueden estar cerca del foco central de atención, pero en condición de satélites o accesorios. Los panelistas indicamos que se trataba de una constante del llamado nuevo cine argentino, como los migrantes de Bolivia, los ex convictos, urbano y selvático, de Un oso rojo y Los muertos, el policía degradado de El bonaerense, la familia invasora de Buena vida delivery, etcétera.
Moreno reveló que la idea original de su proyecto era más radical, un estudio rigurosamente clínico de un custodio. Todo empezó cuando una vez vio a los miembros de la escolta de un ministro real, le llamó la atención cómo dejaban de vivir su vida para ponerla a disposición del funcionario. Así que empezó a entrevistar a algunos guardaespaldas y realizó seguimientos con cámara escondida a un ministro, con lo que consiguió una primera mirada de la interacción de protectores y protegidos. Incluso Moreno pretendía, para aproximarse al registro extraordinariamente veraz del maestro francés Robert Bresson (Un condenado a muerte se escapa, Pickpocket), que un verdadero custodio fuera el personaje, casi autorretratándose, no quería un actor. Pero ninguno pudo trascender la competencia de su oficio y estar a la altura del trabajo profundo y sutil que es trasladar a la pantalla la propia cotidianidad con la mayor transparencia posible, subvirtiendo las fronteras de la ficción y el documental.
Ante esa situación, concluyó que necesitaba un talentoso profesional de la actuación que entendiera la propuesta, y asumió que se orientaba hacia otra película. Buscó a Julio Chávez, el protagonista de Un oso rojo, de Israel Adrián Caetano, y Extraño, de Santiago Loza, donde encarnó a hombres solitarios y, sobre todo en el primer caso, con una ostensible carga individualista y violenta. Chávez, conocido por su exigencia y aislamiento a la hora de componer sus personajes, estudió el guión y aceptó. Moreno está muy satisfecho del resultado final, pero algo frustrado por haber tenido que renunciar al propósito inicial.
Una de las indicaciones que Rodrigo le daba a Chávez consistía en que la esencia de la película dependía del punto de la vista de la cámara. Un cambio de posición de unos grados podía hacer pasar a Rubén, su personaje, de extra a protagonista y viceversa. En realidad, el custodio es el protagonista de un universo en que participa como extra. La secuencia del restaurante chino, la única en la que se ubica intrínsecamente en el centro de la mirada grupal, porque celebra su cumpleaños junto a su familia, curiosamente no formaba parte de las primeras dieciocho de las veinte versiones que tuvo la edición. Rodrigo no le encontraba sitio, hasta que la colocó en el momento preciso del relato para mostrar la relación incompatible con los suyos, el deterioro de su estado emocional y preparar al espectador para el desenlace.
Reforzando las paradojas de la interpretación, Moreno contó que cuando se filmaba una de las secuencias donde aparecen estacionados los autos del ministro y su custodio, de pronto se encontraron con unos autos más en el mismo lugar, a pesar de que habían coordinado para tener restringida la zona por el rodaje. Justamente eran los vehículos del verdadero ministro de Planeamiento y su escolta, y fueron filmados en una toma aérea. Lo más gracioso es que cuando se filmó la escena del disparo, con el funcionario no muy lejos de la locación, el ruido fue notorio y, sin embargo, su protección ni se inmutó. Un rato después, Rodrigo y Julio Chávez se encontraron con ellos en un ascensor del edificio, y se miraron sorprendidos por un par de segundos. Si parecían intercambiables.
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