Dir. Bennett Miller | 114 min. | EE.UU. – Canadá
Intérpretes:
Philip Seymour Hoffman (Truman Capote)
Catherine Keener (Harper Lee)
Clifton Collins Jr. (Perry Smith)
Chris Cooper (Alvin Dewey)
Mark Pellegrino (Dick Hickock)
Estreno en Perú 17 de agosto del 2006
Truman Capote y la concepción de su obra maestra A sangre fría (In Cold Blood) es el motivo central de esta película que indaga acertadamente en los móviles de la creación, más aún tratándose de un personaje tan insólito que hizo de sí mismo una vedette de la sociedad norteamericana. El director Bennett Miller nos trae nuevamente la figura del escritor a través de la presencia absoluta y contundente de Philip Seymour Hoffman quien se adueña del personaje al punto de ser el indiscutible motor de la película. Su acercamiento al terrible crimen y sus responsables, que se convertirían en la inspiración de su célebre novela, es el proceso que se desmenuza aquí. Un acercamiento a la compleja figura y una inmersión en el acto casi oportunista de beber de las aguas de la realidad pura y dura en pos de la gloria personal.
Estamos ante una crónica, casi diario íntimo de Capote concentrado en su auge como escritor. Su perfeccionismo y poca modestia se manejan a la par como respuestas insolentes a la sociedad media que lo contempla como bicho raro y a la alta que le ha abierto las puertas a costa de la extravagancia (o pose). Mecanismo para mantener la atención alrededor y que se convierte en una de sus no siempre confesas obsesiones. La película rápidamente nos introduce en esta dualidad con las imágenes del desolado paraje de Kansas donde son hallados los miembros de la familia brutalmente asesinada, rápidamente cambiada por la de la noche bohemia en New York donde el escritor interpreta su rol de showman. Rol asumido a lo largo de la película aún en circunstancias cruciales.
La noticia ejerce sobre él un rápido interés, acaso como trayéndole de sopetón el recuerdo (nada agradable) de su vida provinciana. Interés sujeto a partir de entonces a tanta ambigüedad como la que exhuda el protagonista. Seymour Hoffman preciso en cada gesto y frase pronunciada nos hace olvidar lo falseado de su pose para inmiscuirnos dentro del universo contradictorio de Capote. El escritor viaja hasta el lugar de los hechos para encontrarse con miradas extrañadas ante sus ademanes a los cuales convencerá con el arma que usa en Manhattan: la gracia. Detalladamente la película de Miller trabaja esta recreación de época y sus modales. El protagonista entonces aparece plantado como un marciano adelantado a décadas tal vez.
Pero es cuando surgen los culpables del crimen que la cinta desarrolla con densidad el costado frágil y oscuro del escritor-personaje. Capote se gana la amistad de ellos especialmente la de Perry Smith quien resulta tan extraño y auténticamente solitario como él. Aquí la película trabaja bien esa relación entre interesada y solidaria. Acude a verlos y les da esperanzas ante el fallo judicial mientras que recoge al detalle información y la catadura moral y vital de estos. Les tiende la mano pero a la vez extrae de ellos el material de su libro. El Capote de la película es un personaje de extraña voluntad o dócil y caritativa o sinuosa y calculadora. Tal vez un poco de ambas, escondidas tras el disfraz de la superficialidad. Mucho de ellos se halla en su propia obra como si la abierta y autoproclamada confesional estrella fuera en realidad un disfraz asumido para sobrellevar las inseguridades de mantener la gloria. La distancia que hay entre el escritor (delicioso es cierto) de “Breakfast at Tiffany’s” y el que surgirá en la magistral “In Cold Blood”.
Mucho de este doble juego de engaños y apariencias se trasluce bien en la película. Nunca llegamos a saber el punto de compromiso entre Capote y sus criaturas. El largo mal de crisis creativa que sufrirá luego del éxtasis de descubrimiento de la historia coincide con la larga y sombría espera de apelación tras apelación. Las criaturas a las cuales ofreció amistad se ven casi desplazadas por sus versiones al papel (muy buena la secuencia de la confesión de Smith). Ya como hartándose de la larga espera tanto Capote como los criminales se someten sin remilgos al tan pospuesto final. La obra encuentra su final a costa de un agotador proceso, expiación de culpas que dejará marcado al protagonista mucho más que el arrollador y éxito y prestigio que habrá de acompañarlo hasta el fin de sus días. Visión certera sobre la extraña comunión creativa de los sucesos de la vida y una sensibilidad receptiva a moldearlos.
Jorge Esponda
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