Hablar del «nuevo» cine uruguayo (así, entre comillas), refiere más a una cuestión cronológica, generacional, a un cambio de propuesta o a una tendencia estética y argumental que a un cambio de rumbo o siquiera, de filosofía. Al menos desde 1985 con la reinstauración de la democracia, en que el realismo es el gran escenario. Por razones obvias, este artículo será insuficiente e incompleto y más bien, limitado. Pero limitado a tres películas (las tres últimas producciones uruguayas venidas a Perú) que reflejan la tendencia y el carácter que deseo resaltar; acaso lo último que el cine uruguayo nos ha dejado degustar, más todavía porque 25 Watts anduvo hace poco por El Cinematógrafo de Barranco, gracias a uno de sus directores.
Todo apunta a que En la puta vida, de la directora Beatriz Flores Silva, basada en la novela “El huevo de la serpiente” de María Urruzola, recibiendo varios premios de la crítica nacional y extranjera en 2001, convocando a más de 140,000 espectadores (aquí una reseña), es hasta ahora, la película uruguaya más exitosa del siglo XXI. Ojo, “exitosa” en metálico. No obstante no califica para tomarla en cuenta en este artículo, debido a que es una adaptación y no una creación; pero más porque su planteamiento argumental es ajeno al resto, más participativo y de una dinámica antagonista a la que envuelve al trío que me interesa: 25 Watts (2001), Whisky (2004) y La perrera (2005). Este trío de películas también ha conseguido la atención de los medios extranjeros. Cosa curiosa, hablar de estas tres producciones plantea, inevitablemente, pensar en una “nueva” escuela de cine uruguayo. Una independiente. Una escuela de directores vouyers. Juan Pablo Rebella, Pablo Stoll y Manolo Nieto. Un signo inequívoco de rechazo a la sociedad, de problemas de adaptación al status quo. Un modus operandi apático, resignado, que en lugar de condenarlos, creo yo, los distingue del resto.
Como sabemos, hace poco se suicidó Juan Pablo Rebella y quizá luego de su muerte comprendemos el mensaje oculto en sus películas (25 Watts y Whisky), así como en su momento sucedió con los textos de Andrecito Caicedo, pero eso es otra historia. En 25 Watts se retrata a un grupo de muchachos salidos de la escuela y enfrentados al curso corriente de sus vidas. Una ruta que, impedidos de hacer a un lado, se limitan a simular que la recorren, evitando en lo posible involucrarse realmente con lo que se supone serían actos responsables. La vida les pasa por encima. Cerveza, televisión, drogas, esquinas, nada que hacer, resignación, dormir, levantarse. Finalmente el círculo de sus vidas se cierra perfecto en dónde inició: un estado abstracto, una esquina cualquiera, sin nada que hubiera podido agregarle valor a sus vidas, salvo sus anécdotas, importantes tan sólo para ellos.
Luego vendría Whisky, instalando esa misma apatía en personajes adultos, de una supuesta consciencia y madurez capaz de discernir entre lo absurdo y lo racional; pero que también ceden ante una rutina aplastante, demoledora, que termina deglutiéndolos al punto de hacerles perder vergüenza al fracaso, esperando con apenas movimientos y decisiones a que la muerte venga a por ellos. Ambas películas son de Rebella-Stoll y además, como dato curioso, trabajaba con ellos nuestro tercer director, Manolo Nieto, quien respiraba de ese aire vouyer. En La perrera, mostrado en el 10º Festival ElCine de Lima, Nieto plantea el mismo conflicto de Rebella-Stoll: la negación a encajar en un orden preestablecido; no obstante tampoco será ésta una batalla por librarse de aquel supuesto orden, sino un cúmulo de episodios bañados de un letargo y una apatía que pronto trastocan a dicho orden, inventándose otro, en que sus personajes, fantasmas de un pueblo olvidado, discurren con lentitud, pero en libertad y con maestría, sin pensar en ninguna geografía distinta al pueblito en que habitan, donde la construcción (real) de una casa es la gran metáfora del tiempo. Un tiempo privado, al que sólo le piden un poco de vino y marihuana y amigos y una esquina apacible para consumirlo.
Tres jóvenes directores uruguayos que hicieron del «no hacer» su rúbrica inconfundible, y que me pregunto si esa rúbrica pudiera ser tomada como la de una generación; justamente la que ocupa las esquinas y las buhardillas del Uruguay.
Óscar Pita-Grandi
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