Dir. Alberto Fuguet | 115 min. | Chile
Intérpretes:
Luciano Cruz-Coke (Gastón Fernández)
Francisca Lewin (Elisa)
Felipe Braun (Julián Balbo)
Benjamín Vicuña (Paul Kazán)
Ignacia Allamand (Cordelia)
Nicolás Saavedra (Luc Fernández)
Estreno en Perú: 12 de octubre del 2006
El rabioso entusiasmo juvenil y su choque con la resbalosa realidad son el punto de partida de este debut como cineasta del escritor Fuguet. A través de Gastón, su protagonista, vemos el reflejo personal del realizador sobre los cambios y dificultades de la llegada a la irreversible edad de la madurez y como algunos, los soñadores, intentan escapar a este designio de la naturaleza o de quien sea. Fuguet se revela como un cineasta solvente y muy atento a las técnicas narrativas. La pasión lo lleva a contar de manera cariñosa pero lúcida todo el tránsito de su protagonista alrededor de su arte, en realidad casi inexistente ante el conflicto del deber y el querer. Historia de desencuentro con el resto y con uno mismo ante el síndrome siempre rondante de la insatisfacción.
Gastón Fernández es un músico, de estudios más no de carrera. Frustración que lo lleva hacia el pasado donde conoceremos la raíz y terquedad que han hecho de su presente una habitación o departamento arrollado por la modernísima Chile de la actualidad. Sus días de libertad universitaria transcurriendo mientras los días estaban contados para el régimen de Pinochet, siempre al lado de su grupo de camaradas de utopías (como la misma generación del autor). Un viaje hacia la vecina y distinta Argentina a ritmo de Soda Stereo será el canto de alegría tan aguantado por años y que los hace soñar con el gran cambio acaso como la llegada del paraíso recibido de cara al sol en sus últimas temporadas lejos de las responsabilidades. Pero con los cambios, nuevas reglas habrán de establecerse y no necesariamente las que hubiera deseado el idealista protagonista.
El director se esmera bastante en configurar a sus personajes desde la más mínima frase. Cada uno de los compañeros alrededor de Gastón habrá de convertirse en expresión de una tendencia. El extravagante proyecto de “Las hormigas asesinas” es la prueba bajo la cual se someten las éticas y talentos de los integrantes de la patota de artistas en ciernes y cuyas consecuencias habremos de conocer en tiempo presente (representación misma de la generación del autor recorriendo aquel periodo crucial de la historia chilena y con el entusiasmo cinéfilo a cuestas) . Para entonces el intocable Gastón ha llegado a la edad madura con el gran vacío no llenado por todo aquello que esperaba y esperaban de él. La lucha absoluta contra el arrollador y consumista mundo que lo hizo ir y regresar de la gran promesa del primer mundo con el único cambio del paso del tiempo en su rostro y aire desgarbado.
La crisis sobreviene de manera estoica pero contundente. La integración al negocio de la familia significará para él la sumisión absoluta pero resignada, en la cual así como arrienda departamentos a saco y corbata también abre de par en par las puertas que salvaguardan su alma para que sea recogida y vendida al mejor postor. Tragedia personal que pasa por disgustos inútiles ante los demás. Solo atina a preguntarles a los compañeros de antaño ¿qué pasó?, ¿qué pasó?, como si lo hiciera a sí mismo. El éxito conseguido por su amigo Julián, mega productor de la escena nacional y por su primo cine(tele)asta Luc, pasa por él como otra forma de venderse. Acogida al gran oropel del marketing que rechaza pero envidia a partes iguales. Frustración que se hace notoria para sus amigos y para alguna amante que lo mantiene en la oscuridad como goce culposo. Gastón y su alma soñadora pero triste se pasean por este laberinto sin aparente camino para escapar del infierno que tal vez él mismo se ha creado como si fuera el protagonista de aquel film (el primer corto de Fuguet en realidad) en blanco y negro (a lo Bergman, Jarmuch y etcétera) que traspasa la parte colorida del metraje una y otra vez.
Ante esta oscuridad total, el rescatado de alguna época, Fuguet, manda a su rescate a la angelical presencia de Elisa (rostro inolvidable el de Francisca Lewin). Acaso para presentarle la otra cara de la modernidad actual. Al llamado de su personal arrendamiento acudirá para dar por cerrado el trato no sin antes recibir la última lección de que finalmente un sentón de cabeza no es una claudicación ante la realidad sino como le dice el vivaz Julián “caerse bien uno mismo”. Resultado de un demorado viaje de madurez que Fuguet nos presenta con entusiasmo y corrección, asumiendo su lugar dentro del panorama ahora no solo literario. Debut para aprender y subir un escalón más la próxima.
Jorge Esponda
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