El terrible mercado de imágenes
Por Ricardo Bedoya
En carta entregada al Presidente de la República, los cineastas peruanos exigen el cumplimiento de la Ley No. 26370, vigente desde 1994 e incumplida desde el día de su promulgación. El reclamo tiene sustento: las leyes existen para aplicarse en su integridad y no a cuentagotas, como ha ocurrido en los últimos doce años. En ese período, el Estado solo aportó el quince por ciento de los recursos a los que estaba obligado para honrar el compromiso legal.
Los cineastas, con su carta, recuerdan algo elemental: la cultura del deber, de la que se habla tanto en estos tiempos, no solo se orienta en una dirección. La exigencia al ciudadano tiene como correlato el cumplimiento de los deberes del Estado, más aún si sus orígenes nacen en la ley.
¿Qué piden los cineastas? Que se incluya en el presupuesto del Ministerio de Educación los recursos que la ley destina para el fomento del cine. Es decir, cerca de siete millones de soles que irán a estimular la producción de películas de corto y largometraje. Un estímulo que se debe expresar en premios a cuarenta y ocho cortos y seis proyectos de largometrajes cada año.
¿Por qué lo piden? En primer lugar, porque los mandatos legales son exigibles, pero también porque hacer cine en el Perú -como en cualquier otro país del mundo- supone movilizar recursos muy grandes y escasos. Por eso, los países que tienen una producción regular de películas, desde Ecuador hasta Francia, desde Corea hasta Brasil, mantienen leyes promocionales. Hasta Estados Unidos las tiene, ya que no todo está librado a las decisiones de los productores de Hollywood. Allí están los apoyos al cine canalizados a través del National Endowment for the Arts.
Pero no sólo por eso. Las leyes de cine no son mecanismos proteccionistas y creadores de privilegios, como alguien ha dicho. Al contrario, son normas que aplican correctivos para que las películas del país encuentren las condiciones mínimas de equidad para competir en un mercado que no es libre ni igual para todos.
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