Una serie de aristas encarna Perú en pantalla, la campaña emprendida por Cinemaperú, la Sociedad Peruana de la Industria Audiovisual (SPIA), la Asociación de Productores Cinematográficos del Perú (APCP) y la comunidad audiovisual en pleno para que el Consejo Nacional de Cinematografía (Conacine) cuente, de acuerdo a la ley 26370, con los siete millones de nuevos soles para el fomento a la producción cinematográfica.
El cine peruano enriquece nuestra identidad cultural, aportando lecturas sobre lo que somos y provocando debate y reflexión que trasciende el ecran. Pese a los escasos recursos, ya presenta cierta diversidad generacional, geográfica, ideológica, estilística y de formatos en medio de un creciente caudal de participaciones y premios en festivales extranjeros y estrenos en la cartelera local, dándose la posta y compartiendo salas, como ocurre desde setiembre con Madeinusa, La prueba, Good bye Pachacútek y Mariposa negra, a las que se sumará en unos días Talk Show. Convergen un grupo de autores experimentados y un enjambre de jóvenes realizadores, que incluye una pujante producción en distintas zonas del país, principalmente Puno, Ayacucho, Huancayo, Cuzco, Arequipa, Trujillo y Cajamarca, la cual ha logrado en conjunto un importante éxito regional y en varios casos recuperado un desaparecido mercado de exhibición.
El quehacer audiovisual comparte las exigencias y los beneficios de toda actividad productiva y contribuyente a la economía nacional. En esta época globalizada, la diversa producción –de ficción, documental, largo, corto, mediometraje, celuloide y digital– sirve, mediante las embajadas, a la promoción general del país en el escenario internacional. Sin embargo, el sector audiovisual no es tratado como algunos rubros de exportación ya avanzados en su desarrollo que logran mayor atención del Estado. No hay en el mundo una sola cinematografía floreciente que no haya recibido un decidido fomento estatal –incluida la norteamericana– y que no lo haya retribuido en dos grandes fines que se retroalimentan: la proyección internacional de su cultura y el crecimiento económico del país. Una industria audiovisual constante, competitiva y rentable anima el turismo, genera divisas, aviva el movimiento financiero, contrata industrias anexas, crea nuevos puestos de trabajo, alienta el consumo y aumenta los ingresos fiscales. Pero para conseguirlo se necesita –en términos del gobierno– un shock de inversión, que en otros sectores representa cifras mucho mayores.
Lo comprendieron claramente Estados vecinos como Argentina, Brasil, Colombia, Chile y Venezuela, cuyas cinematografías están más desarrolladas en buena parte por contar con modernas legislaciones que se cumplen, mientras en el Perú se entrega sólo el 15% del presupuesto desde hace una década. Ahora se suma Ecuador: hace menos de un mes, en el marco de la inauguración del IV Festival Cero Latitud, se firmó el Reglamento de la Ley de Fomento al Cine Nacional aprobada en febrero. Entre otros aspectos, la norma crea el Conacine ecuatoriano, donde junto a representantes de entes culturales y de los cineastas, habrá uno del Ministerio de Comercio Exterior. Nada menos. Como en cualquier rubro, se lucha por colocar los productos nacionales en el mercado.
El Estado Peruano debe comprender que no se pide dádivas, sino se exige cumplir la ley, que significa invertir en un sector de enorme potencial para el progreso nacional. El audiovisual peruano también puede perfectamente ser un continuo producto exportable, como Días de Santiago y Madeinusa, y en especial Piratas en el Callao y Dragones: destino de fuego, largos de animación 3D estrenados exitosamente aquí y en varios países latinoamericanos con clara visión empresarial. Esperemos que se aplique el cumplimiento del deber postulado por el gobierno y Conacine reciba el presupuesto que le corresponde.
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