World Trade Center
Dir. Oliver Stone | 129 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Nicolas Cage (John McLoughlin)
Michael Peña (Will Jimeno)
Maria Bello (Donna McLoughlin)
Jay Hernandez (Dominick Pezzulo)
Maggie Gyllenhaal (Allison Jimeno)
Estreno en Perú: 30 de noviembre del 2006
La historia real de dos policías portuarios, McLoughlin y Jimeno, que quedaron enterrados vivos dentro de una de las torres gemelas que fueron derribadas en setiembre de 2001. Oliver Stone cuenta esta experiencia extrema de supervivencia en medio de la confusión de las horas postreras al ataque, aunque no se anima a dar una conclusión.
Todo comienza como un día normal en esta película, mostrando la rutina de los personajes; para tras la breve introducción, presentarnos los aviones y las imágenes conocidas por todos como una sombra, amenaza fantasma, en la que primará el asombro y el llamado al servicio por parte de las fuerzas del orden. Casi como si se tratase de una de sus películas bélicas, Stone nos quiere mostrar el proceso de descubrimiento de la tragedia, del aprendizaje sobre el horror. Horror que se encuentra en su propia ciudad, en la cara misma de los ciudadanos de Nueva York. Horror para el que no hay que viajar a una selva distante, como en Vietnam. Pero este conocimiento llega súbitamente como un avión estrellándose o un edificio colapsando y no hay tiempo para la reflexión o el crecimiento. Sus personajes se ven atrapados, aplastados, literalmente.
A partir del momento en que sus héroes se transforman en víctimas y yacen inmovilizados, las voces del relato se diversifican, casi se transforma en un conjunto coral. Secundan a los policías las experiencias de sus familias, de sus mujeres sobretodo, de los vecinos, de los rescatistas, incluso hay espacio para el marine de fe patriota exacerbada. Un personaje que en otra película de Stone hubiese sido un punto para la crítica, halla su lugar en esta cinta, casi postulando que hasta el fanatismo es positivo, si es útil, si puede ayudar.
Tras el derrumbamiento de las torres nos percatamos que el verdadero protagonista es la ciudad, Nueva York, y sus habitantes, en lo que tiene de crisol de razas, representado una y otra vez en los apellidos y procedencias globales de sus personajes: irlandeses, latinos, chicanos, italianos, africanos, etc., que se confunden en la crisis, acaso como una victima común, en un abrazo fortuito o tras la mediatización del infortunio.
La película sigue su curso cambiando el tono constantemente, pasando de la alucinación al recuerdo íntimo y la crisis familiar, pero apoyándose más que nada en el melodrama, pues estamos ante una tragedia colectiva. Stone, que es un hábil narrador, sabe usar el recurso técnico de manera plena; basta recordar su JFK, sus Asesinos por naturaleza o Any Given Sunday para estar seguro de ello. En esta película no aburre, cumple, pero tampoco tiene el nivel de otras de sus obras.
Y es justamente por el melodrama que vicia las acciones y la trama, Stone usa el drama más evidente, satura las imágenes de recuerdos luminosos, a (todos) sus personajes sólo les queda la esperanza como luz para sobrevivir. Por eso, recurre a la figura de la resurrección, no solo en ese entierro, muerte y vuelta a la vida que sufren McLoughlin y Jimeno, sino también como símbolo del momento de debacle psicológico y moral para toda la sociedad americana. Así no son gratuitas la alucinación de Jesús y la botella de agua, o la imagen del rescate del policía, que interpreta Nicolas Cage, pasado de mano en mano, como si se tratase de aquel cadáver del que hablaba Vallejo en su poema “Masa”.
Este Stone no es la piedra de otras veces, que señalaba, juzgaba o criticaba momentos históricos en su sociedad, es otro que busca la catarsis de su pueblo, no critica, ni busca responsables, tan solo acompaña a los hombres comunes que sufren una adversidad más allá de sus posibilidades y su comprensión, “la maldad” como la definen sus palabras. Entre la amalgama de sentimientos y tópicos alrededor del fatídico 9/11, que si bien no deja de tener emoción, naufraga en la indefinición y el adulcoramiento, por justamente no querer decir nada más de lo que ya se sabía antes.
Antolín Prieto
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