Andrecito Caicedo es otro de los escritores que se dejó fascinar por el cine (así como a su vez lo hicieran Cabrera Infante y Javier Marías). Hay quienes le reprochan una prosa descuidada y un abuso del lenguaje coloquial en su literatura (“uno se da cuenta queso lestá ocurriendo a uno no lo vastar creyendo porque únicamente lo ha visto en las películas, pero te digo que antes me pegaba un puño donde fuera y soltaba semejante berrido cuando me acordaba della”; fragmento del cuento Los dientes de caperucita); otros, y justamente por la prosa que algunos le reprochaban, además por su visión ensoñadora y juvenil del mundo, como por su atracción por las películas de horror, de vampiros y una marcada seducción por la antropofagia (“Hay varias maneras de comerse a una persona. Empezando porque debe ser diferente comerse a una mujer que a un hombre. Yo he visto comer hombres, pero no mujeres.” Así comienza un cuento suyo titulado Canibalismo) lo consideran como un escritor adelantado para su época, y para su edad; y muy leído en su Colombia natal luego de que se quitara la vida apenas cumplidos sus 25 años. A juzgar por las fechas de sus escritos, parece ser que 1969 fue el año en el que Andrés logró imponerse una disciplina de trabajo, la cual dio como resultado una gran cantidad de cuentos, dos borradores de novelas, algunos guiones para cine, y poemitas varios. Es en ese año cuando escribe siete versiones de Los Dientes de Caperucita, cuento con el que ganaría el segundo premio del Concurso Latinoamericano de la Revista Imagen de Caracas, a los diecinueve años. Luís Ospina (¿será el mismo que acaba de publicar un libro y viene a Trujillo a presentarlo en la Feria del Libro?) y Sandro Romero Rey, amigos de Andrecito, recopilaron y ordenaron sus textos y publicaron los libros de cuentos Destinitos Fatales, Angelitos Empantanados y la novela Noche sin fortuna, que con el correr de los años se convirtió en objeto de culto.
Su pasión por el séptimo arte lo llevó a convertirse en un reconocido crítico de cine. Incluso fundó en Cali uno de los cine-clubes de mayor importancia a nivel nacional, no solo por su trabajo sistemático y develador, sino, por la obsesiva fascinación fanática que envolvía a todos sus miembros. En aquellos días y a causa del Cine-Club de Cali, Andrecito editaba una guía de cine con comentarios cinéfilos en un folleto llamado Ojo al cine, de distribución gratuita entre los asistentes, en el cual Caicedo se explayaba a sus anchas, con disquisiciones lúdico-patafísicas, deliciosas para cualquier lector. Allí se ponía de manifiesto el indudable talento literario de Caicedo, mezclado con su impresionante canibalismo cinematográfico. Su máquina de escribir era casi inseparable, pues la llevaba incluso a las fiestas que asistía, y entonces no era raro verlo tabletear de un solo tirón sobre las teclas, como si el tiempo no fuera suficiente, por eso sus amigos lo llamaban “Pepito Metralla”. Posteriormente, en 1974, Ojo al cine se convertiría en una revista, de la cual se editaron cinco números. Con el nacimiento de aquélla mítica revista se formó un quipo de colaboradores de reconocida importancia a nivel de la crítica en lengua española. Y a causa de dichas colaboraciones se produjo una fluida correspondencia entre Caicedo y sus cómplices cinéfagos los españoles Javier Marías, Ramón Font y Segismundo Molist, los peruanos Isaac León Farías y Juan M. Bullita (de “Hablemos de Cine”), el venezolano Alberto Valero, el costeño Jaime Manrique Ardilla, sus compañeros de generación, con todos ellos Caicedo se desdobló en una correspondencia rica en reflexiones sobre el cine. El Nº 6 de Ojo al cine jamás vería la luz, pues Caicedo se suicidó antes de concluirlo. En su lugar quedó un grupo de últimos textos, su “testamento”, algunas cartas y una nota al dueño del Edificio Cordiki en que vivió hasta que le llegó el fin de sus días.
La publicación de su novela póstuma ¡Que viva la música!, de la que cuentan que Caicedo sólo llagó a ver una prueba de imprenta, ha marcado la ruta de la nueva narrativa colombiana de una manera contundente. A pesar de que dicha novela está pensada más desde la música (los Rolling Stone y Ricardo Rey sobre todo) que desde el cine, se aprecia en ella una fuerte, y quizás inevitable influencia, de lo cinematográfico; o de su visión cinematográfica de la vida puesta en evidencia en la potente carga visual, estructura narrativa e intensidad propias de lo audio-visual. Respecto a esto se podría agregar que Caicedo comprendió que hacer cine en Colombia era algo bastante difícil, no obstante su amor por el cine; es así que jamás pudo terminar una sola película, sino ser asistente de dirección junto a Carlos Mayolo en 1971, de un film titulado Angelita y Miguel Ángel, basado en un relato suyo. Película inconclusa que Luís Ospina recupera para plasmar en 1986 su documental Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos. Así, su escritura recibía lo que jamás pudo plasmar en su cine. El cine fue para Caicedo –en palabras de su amigo Luís Ospina– el filtro por el cual pasó todo su trabajo. Se había impuesto la bizarra misión de ver “todo” el cine del mundo, o morir en el intento, y como sabemos, lo segundo fue lo que venció, o en todo caso, lo que antes se le presentó.
Los escritos de Caicedo sobre el cine que apreció, es decir, el cine hecho hasta de su muerte en 1977, abarcan, como era de esperarse por la época, trabajos sobre los “monstruos sagrados”: Bergman, Visconti, Pasolini, Buñuel, Chaplin, Winder; pero también le dedicaba pupilas a directores de una filmografía “imperfecta”, poco reconocidos en aquél tiempo en esta parte del mundo: Arthur Penn, Sam Peckinpah, Roger Corman, Cronenberg, Philip Kaufman, Robert Benton solo por citar algunos de los nombres que despertaban en Caicedo curiosidad y admiración, e incluso lo entusiasmaban más que los “maestros”. Así lo demuestran los textos del libro Ojo al cine, editado por Norma en 1999, seleccionado y anotado por Luís Ospina y Sandro Romero Rey, que recoge todos los folletos que se editaron para el Cine-Club de Cali, así como varios textos publicados en diversas revistas y medios de prensa y, quizá lo más interesante, incluye inéditos escritos sobre cine (que posteriormente colgaré en estas páginas) que hubieran permanecido olvidados en el fondo del baúl bajo su cama, luego de que Andrecito, atribulado y cumpliendo con su aciago destino, se quitara la vida ingiriendo decenas de barbitúricos de un solo trago, cuando no hacia mucho que había cumplido veinticinco años tan solo.
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