La pianiste
Dir. Michael Haneke | 131 min. | Austria – Francia – Alemania – Polonia
Guión: Michael Haneke, basada en la novela de Elfriede Jellinek.
Música: Schubert, Brahms, Schoenberg, Schumann, J.S.Bach.
Intérpretes:
Isabelle Huppert (Erika Kohut), Benoît Magimel (Walter Klemmer), Annie Girardot (La madre), Anna Sigalevitch, Susanne Lothar, Udo Samel, Cornelia Köndgen.
La profesora de piano se presenta al principio como historia de aprendizaje, y a medida que asoman sus misterios sigue siéndolo, aunque ya en nota mucho más grave y amarga. El piano, artefacto macizo, tosco, de mortal impacto, capaz de trazar sutilezas y rigores, se convierte en el prisma de represiones, angustias y caretas femeninas. Haneke crea una experiencia singular, con uno de los pocos retratos femeninos que el cine contemporáneo puede ofrecernos con sinceridad y contundencia.
Habituado desde la primera posguerra al talento foráneo –Korda, Wiene, Ophüls, Mihaly Kertész (el futuro Michael Curtiz de Casablanca)– y exportable –Stroheim, Sternberg, Wilder, Preminger, Romy Schneider, Helmut Berger–, el cine austriaco tiene su mayor referente actual, de origen alemán para variar, en Michael Haneke (Munich, 1942), tardío autor que desde 1989 ha asaltado la pantalla diez veces –si contamos el filme colectivo Lumière y compañía (1995), homenaje al centenario del cine, y Le temps des loups, que se estrenara en el 2003– y provocado polémica con su adusto enfoque de la violencia extrema y el influjo pernicioso de los medios de comunicación.
Han calificado su cine de pesimista y desasosegante. «Quiero que el espectador piense», ha respondido él. Y contraatacó diciendo que las películas rebosantes de pesimismo son aquéllas que se conforman con entretener y manipular al público como si no fuera pensante. Las suyas, en cambio, pretenden sacudirlo, provocarle conmoción. «Mi ídolo es Bresson», ha confesado Haneke, como si faltaran indicios para encontrar en la porosidad entomológica de su mirada la impronta del maestro francés que durante más de cuatro décadas de obra austera y proteica vio pasar, sin pertenecer a movimiento alguno, los estertores del academicismo, el ímpetu y el otoño de la Nueva Ola y el transcurrir de los herederos.
El piano, artefacto macizo, tosco, de mortal impacto, capaz de trazar sutilezas y rigores, vuelve a ser el prisma de represiones, angustias y caretas femeninas. En 1993 la canadiense Jane Campion convirtió El piano casi en el único contacto con el mundo de la sordomuda Holly Hunter, mujer escocesa, madre desamparada, que viajaba a Nueva Zelanda para casarse con el colono que prácticamente la adquirió. Cada tecla serviría luego para llegar a la sensibilidad de un maorí que, en un comienzo, aprendía a tocar y devolvía de a pocos el instrumento comprado por cuotas de pasión.
La profesora de piano (La pianiste, coproducción franco–austriaca del 2001) es la primera adaptación literaria de Haneke, quien fue visto por la propia novelista Elfriede Jelinek como el ideal para rodarla. Se presenta al principio como historia de aprendizaje, y a medida que asoman sus misterios sigue siéndolo, aunque ya en nota mucho más grave y amarga. El aprendizaje se confunde con la autorepulsión, como consecuencia del cotejo que hace de sus instintos más turbulentos Erika Kohut (Isabelle Huppert, opción exclusiva para el rol), rígida profesora de piano que imparte clases en el Conservatorio de Viena. Ella, profesional de mucho respeto, esconde en su severidad y el rechazo al prójimo una profunda insatisfacción personal cuyos indicios más patentes son la sistemática depravación sexual (consumo intenso de pornografía, voyeurismo manifiesto y automutilaciones) y la mala relación con su madre posesiva (Annie Girardot), pero también se revela en el sabotaje cometido a su propia alumna.
Michael Haneke es un esteta del dolor y la alienación. En El séptimo continente (1989), su debut fílmico luego de hacer televisión durante dos décadas, recrea el suicidio de una familia vienesa en los días de la segunda guerra mundial; en El vídeo de Benny (1992) un fanático de thrillers sanguinolentos mata a una amiga y graba el crimen; en Funny Games (1997), película estrenada en el circuito cultural hace unos años, dos carismáticos psicópatas asaltan a una familia en su casa de reposo y la someten a una tortura de la que el espectador es cómplice a través de guiños e ironías. No se crea que Haneke cae en el sensacionalismo, su visión puede ser inclemente mas no pornográfica.
Si en Funny Games los asesinatos ocurrían en off y luego apreciábamos el saldo luctuoso en plano frontal, estático y dilatado, en La profesora de piano la cámara no se aleja, asiste diligentemente a cada escena y sólo una espalda es a veces la única limitación de su tangibilidad, por ejemplo en las reiteradas manipulaciones que Erika hace, casi unilateralmente, del miembro viril de su alumno Walter Klemmer (Benoît Magimel). La mayor parte de La profesora de piano está signada por el punto de vista de Erika. Mientras detenta el control se impone la frialdad, como en la arquitectura y los decorados impersonales del Conservatorio. En cambio, su departamento o las cabinas que exhiben espectáculos pornográficos constituyen espacios liberadores que proporcionan color a la puesta en escena.
Haneke exige tanto a la platea como a sus intérpretes. Huppert y Magimel (incluso la veterana Girardot por momentos) experimentan una suerte de interpelación corporal en el que los tiempos se alargan y las situaciones parecen irresolubles en el sentido secuencial del término. Haneke consigue crear una atmósfera irrespirable centrándose en personajes–intérpretes, hacia una relación autodestructiva que convoca la malicia de un lado a otro. A la turbación inicial de Walter, frente al abierto sadomasoquismo de Erika, seguirá el avivamiento de una agresividad hasta entonces oculta detrás de la fascinación y la insistencia por conquistar a tan complicada presa. Erika se topará así con el desconcierto de la consumación de sus deseos y la conmoción de ser agredida. Desde ese momento no hay tregua en la pareja y el espectador tampoco la tiene.
La profesora de piano, ganadora en Cannes de los reconocimientos para los extraordinarios Huppert y Magimel y del Gran Premio del Jurado, es una experiencia singular, uno de los pocos retratos femeninos que el cine contemporáneo puede ofrecernos con sinceridad y contundencia.
Deja una respuesta