A Good Year
Dir. Ridley Scott | 118 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Russell Crowe (Max Skinner), Albert Finney (Henry Skinner), Marion Cotillard (Fanny Chenal), Tom Hollander (Charlie Willis), Freddie Highmore (Max joven), Didier Bourdon (Francis Duflot), Isabelle Candelier (Ludivine Duflot), Archie Panjabi (Gemma)
Estreno en Perú: 30 de noviembre de 2006
Max Skinner es todo un héroe en el mundo de los brokers, disfruta tanto despedazar a sus rivales como devorar hasta la saciedad los fugaces placeres con que se ven recompensadas sus mañas en el negocio. Es un ser que tiene de aventurero pero paradójicamente se encuentra parametrado por la soñada (por muchos) rutina del éxito, o así es como nos lo pinta esta película del también “asimilado” Ridley Scott. El vanidoso Max habrá de convertirse en el protagonista de toda una fábula al iniciar un viaje de regreso a su pasado, a lugares donde vivió su niñez en medio de la calidez y dulzura de un viñedo francés. Intento de comedia de situaciones, romance y demás ítems a los cuales como aplicado y discreto artesano se acerca el otrora meteórico cineasta de culto.
Ridley Scott demuestra con este film su absoluta preocupación por mantenerse en actividad. La naturaleza de sus proyectos son lo de menos pues la confianza en el oficio –producto de varios filmes en la espalda- son motivo suficiente para aceptar el encargo y tal vez hallar espacio para algún pequeño guiño a los títulos que labraron su fama. Después de todo su cine (inclusive el de los buenos años) se forjó bajo la sombra de alguna moda impuesta. La última de ellas fue la épica caballeresca de Kingdom of Heaven en la que al menos su talento visual puede lucirse con más comodidad. La versatilidad no es su fuerte y en ello siempre se pareció a su hermano Tony.
El buen año al que se hace alusión es el de las cosechas que Max habrá de recoger en un tono menos espectacular como si fuera el mismo Scott tratando de buscar una identidad (acaso perdida), como si el bullicioso y veloz círculo de sus negocios (industria) no permite surgir del pantano del olvido. Casi a regañadientes asume su labor para encontrarse con su hogar abandonado años atrás y en el cual habrá de suscitarse la crisis para la cual nunca tuvo tiempo en su recargada agenda. Crisis que se desarrolla tan despersonalizada y convencionalmente para dejar por sentado su objeto de lucimiento único: Russell Crowe quien no lo hace mal en medio de disparates pero que se ve sofocado por lo poco natural del género del timing por excelencia.
En medio de este tránsito rutinario el buen Max encontrará sus recuerdos extraviados, el romance (en brazos de la bella Marion Cotillard) y toda una serie de personajes que harán de reemplazo de la familia perdida o soñada por su viejo tío Henry (Albert Finney disfrutando del exótico exilio en el cual lo dejamos en Ocean’s Twelve) todo un experto bon vivant. Pero ello no resulta suficiente para crear el idílico universo que quiere su director; al contrario habremos de presenciar un film hasta aburrido y poco entusiasmado con la fantasía de romper con la rutina y el rumbo predeterminados (a diferencia de lo que podría hacer un Woddy Allen). A pesar de todos sus disfuerzos a la cinta le hace gran falta la envolvente cualidad de la que se jacta. El timing no lo consiguen sólo una edición trepidante y una acumulación de sucesos más o menos “curiosos”. La extraña alquimia de las imágenes en movimiento y sus espectadores se deja extrañar en este Scott en busca de alguna fórmula que lo remita a la comedia sentimental con la precisión del los agudos maestros del género.
Así como los herederos del buen tío Henry son incapaces de crear un vino digno de los mejores paladares, nosotros (como los que le dan una probada) podemos sólo mostrar un rostro de desgano ante la presencia actual de este artesano perdido en la órbita y el lustre de la industria. De esta impresión no nos sacan ni las pretendidas imágenes bucólicas que se regodean una y otra vez en el paisaje francés (por mayoría de votos) de los viñedos y el aroma de la tradición que envuelve este buen año de Max Skinner, pero que definitivamente no es un buen año para los que admiramos al Scott de antaño.
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