Dir. Martin Campbell | 144 min. | EE.UU. – Reino Unido – Alemania
Intérpretes:
Daniel Craig (James Bond), Eva Green (Vesper Lynd), Mads Mikkelsen (Le Chiffre), Judi Dench (M), Jeffrey Wright (Felix Leiter), Giancarlo Giannini (Mathis), Caterina Murino (Solange)
Estreno en Perú: 7 de diciembre de 2006
Como es usual desde hace más de 40 años, el agente secreto al servicio de su majestad, hace su aparición como queriendo dejar en claro su preponderancia en el género de espionaje tan popular en su momento pero que ha debido adaptarse a los continuos cambios tecnológicos y socio-políticos para poder sobrevivir. La franquicia alrededor del personaje creado por Ian Fleming permanece inextinguible como lo habrían querido sus orgullosos padres Harry Salztman y Albert Cubby Broccolli. Pero al parecer las ideas andan escaseando a tal punto que los herederos optan por esta especie de precuela. Casino Royale es anterior a todos las aventuras de Connery, Moore y demás. El 007 que presentan es un personaje menos relajado y sibarita. El duro Daniel Craig personifica a Bond como una maquina recién salida de fábrica por momentos más cercano al Jason Bourne de otra serie de libros que logró su entrada al cine.
Esta edición (Nº 21 si no me equivoco) corre a cargo de Martín Campbell quien ya tuvo oportunidad de dirigir otra aparición de Bond con rostro nuevo: Goldeneye en la cual Pierce Brosnan asumía el reto de la última oportunidad para la franquicia tras años de sequía en la taquilla. Esa versión fue acaso una de las más resueltamente paródicas, pues para ese entonces el humor se había convertido en parte de la serie, como lo fue para su émulo Get Smart. Lo que llama la atención del nuevo Bond es la casi total ausencia de matices, la película se concentra en ser toda lo expeditiva que pueda en la intriga que elabora. Tan sólo el inicio nos deja claro el norte del film a través de su pétreo protagonista, un ajuste de cuentas resuelto con brutalidad y sin apelar a mayores parafernalias es lo que le basta de introducción para arrancar los fuegos artificiales de sus créditos iniciales.
Daniel Craig es un actor de temple que en sí mismo encarna el tono de la película. Demás está ya, tras tantos cambios, el seguir haciendo comparaciones entre los actores que han asumido el papel y usado los mejores modelos y a las mejores modelos (fácilmente llegarán a diez de acá a un tiempo). Craig interpreta a un Bond novato y concentrado en su misión, listo para resolver cualquier problema aún cuando estén por expedirle su licencia para matar. Los coqueteos de Connery y las flemáticas ironías de Roger Moore no tienen lugar. Trato semejante recibe reacción idéntica y así M (nuevamente Judi Dench) y cuantos giran a su alrededor no tienen tampoco motivos para regalarnos algún momento de relax (resulta evidente el por qué de la ausencia de Q o R o la letra que sea).
Con esa consigna el director se entrega a la labor de rutina, estatus al que no puede escapar por más que su entrega y oficio en la acción lo intenten. Este Bond como todos está fabricado bajo patrones rígidos a causa misma de la serialidad de su fuente. En esta versión hay por lo menos tres momentos espectaculares que valen la visión de la cinta (especialmente la incesante persecución en las calles y alturas de la exótica Madagascar) en ellos la habilidad de Campbell en el terreno es innegable. Lo pobre del asunto es cuando el thriller desaparece para dar lugar a la intriga y pesquisas propias del género, elemento con el que convive la estructura del film y que es asumido con mecánico desgano. Tras el espectacular comienzo sólo nos queda presenciar las “curiosidades” del guión. El primero y mayor es el villano de turno Le Chiffre, personaje que se presenta como un antecesor-continuador del Donald Pleasence de Solo se vive dos veces. Pero al cual, con toda su siniestra apariencia, Bond siempre dejará un paso atrás.
Lo que resta es volver hacer el tour mundial junto con el héroe hasta la aparición (algo tardía) de Vesper Lynd, personaje inicial de tantas Bond’ girls, que es representado por Eva Green sin afán mayor que el de caminar por una pasarela (bueno más no se le pide a la inquietante chica rebelde de The Dreamers). Hasta Montenegro se extiende la aventura finalmente concentrada, tal como lo anticipa el título, en una mesa de póquer. Ya no hay mayores sorpresas para ese momento salvo el dejar expandirse aún más el costado cruel (mientras lo comercial lo permita) del agente y sus afanes. Sólo un giro al final pretende rescatar el interés del espectador de cierta modorra que acaeció a partir de la mitad. Que lo consiga o no, ya es una misión que va más allá de los encargos que recibió Bond durante todo el metraje. Bien valdría después de tanto correteo dejarlo descansar un poco para disfrutar de los placeres sencillos. El éxito al parecer se lo negará por el momento.
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