Letters from Iwo Jima
Dir. Clint Eastwood | 142 min. | EE.UU.
Guión: Iris Yamashita y Paul Haggis
Música: Clint Eastwood
Intérpretes:
Ken Watanabe (General Tadamishi Kuribayashi), Kazunari Ninomiya (Saigo), Tsuyoshi Ihara (Barón Takeishi Nishi), Ryo Kase (Shimizu), Shidou Nakamura (Teniente Ito)
Estreno en Perú: 15 de febrero de 2007
Este filme es la “versión japonesa” del díptico cinematográfico que Clint Eastwood ha dirigido sobre la batalla de Iwo Jima, una pequeña isla volcánica en el Pacífico, durante la segunda guerra mundial. Hay que aclarar que, a pesar de compartir el tema (el espacio y algunas pocas tomas) con la “versión estadounidense” de ese enfrentamiento bélico, se trata de una película bastante distinta (más intimista) que Las banderas de nuestros padres (que en América Latina lleva el inadecuado título La conquista del honor). Cartas desde Iwo Jima está basada en las misivas que el Comandante en Jefe japonés escribió para sus familias antes de morir en una de las batallas más cruentas de la esa conflagración mundial.
A pesar de lo que acabamos de decir hay varias similitudes formales entre ambas películas. La primera es que las dos son grandes flashbacks (vueltas al pasado); en el caso de la versión japonesa, empieza en años recientes con la indagación y búsqueda de restos de la batalla en la isla y concluye con un hallazgo que explica las fuentes sobre las que se elaboró el relato. La segunda es que las escenas bélicas son sólo una parte más de ambas películas. Es decir, no se narra con detalle la batalla sino los aspectos centrales de la estrategia de ambos bandos y, luego, la aparición de lo bélico es más bien puntual y circunstancial (en la versión japonesa este componente es incluso más reducido que en la versión estadounidense). En tercer lugar, ambas películas están integradas por pequeñas historias más o menos tejidas y entrelazadas, cada una en torno a diversos personajes. En la versión que comentamos, tenemos las historias del panadero Saigo, del general Kuribayashi, del campeón de caballería Barón Nishi, del suboficial Shimizu, expulsado del cuerpo de elite. En estos relatos se producen, a su vez, algunas vueltas al pasado que recrean, con nostalgia o dolor, los momentos de separación pre bélico o ya en el transcurso de la guerra; en algunos casos nos remontamos a contactos profesionales entre oficiales japoneses y norteamericanos, en otros a episodios con prisioneros yanquis. En el caso del héroe nipón, el general Kuribayashi, se presentan además las discrepancias tanto militares como de personalidad entre él y algunos jefes de su cuerpo de oficiales.
Y aquí acaban las similitudes formales. A diferencia de la versión estadounidense, Cartas desde Iwo Jima no tiene esa compleja estructura de constantes idas y vueltas al pasado, sino que tiende a ser un relato lineal y donde las distintas historias y circunstancias están tan bien balanceadas que su entrelazamiento casi no se siente; de igual forma ocurre con los momentos de calma, los de acción bélica y algunas situaciones claustrofóbicas. La segunda gran diferencia, anotada por Héctor Gálvez, es que aquí el eje no es el cuestionamiento del héroe, sino más bien una cierta exaltación del heroísmo, sobre todo nipón y, especialmente, el de su jefe el general Kuribayashi. No obstante, hay también cierto grado de cuestionamiento de la figura del héroe (en el personaje de Saigo); pero, en todo caso, considerablemente más diluido que en la primera parte del díptico. Aparte de esto, el filme no cae en excesos sino que más bien mantiene un suave equilibrio entre la acción externa y la acción interna de los personajes; en este último apartado tenemos un tono introspectivo especialmente logrado y ausente en la versión estadounidense.
Un aspecto final importante lo constituyen algunos aspectos históricos e ideológicos que presenta la película. En primer lugar, el hecho de que los oficiales del ejército japonés compartieran las mismas condiciones de vida que sus soldados en el frente de guerra (lo que no ocurrió con los otros ejércitos que participaron en esa contienda). En segundo lugar, la concepción guerrera japonesa de luchar hasta morir; en tal sentido, resultan impresionantes los suicidios de la tropa –con granadas, sables (se extrañó el hara-kiri) o pistola– como comportamiento habitual, antes que aceptar ser capturados o rendirse. Es interesante, en este punto, la comparación con los líderes nazis que se suicidaban con pastillas (que Hitler regalaba), tal como se muestra en una película relativamente reciente: La caída, que narra los últimos días del dictador alemán en Berlín. Y, al igual que en esta última película, en Cartas desde Iwo Jima también se plantea el conflicto entre quienes están atrapados totalmente por el engranaje de la violencia y la ejercen de una manera incontrolada e injustificada (militar y moralmente) y quienes, en condiciones de guerra, luchan por mantener y defender la vida humana; este último punto de vista está representado por los personajes del panadero, del campeón de caballería y del general Kuribayashi.
Pero eso no es todo. Hay también un magistral (y muy del gusto oriental) juego de paradojas dentro del engranaje de la guerra que se muestra en el filme. Y es que la deserción y la rendición no siempre garantizan la salvación e, inversamente, los intentos de una autoinmolación heroica pueden terminar en una muy pacífica sobrevivencia. Junto al heroísmo y al sacrificio extremos hay también una alta dosis de azar. Esta mirada comprehensiva y enriquecedora de la guerra, con todas sus incongruencias, desperdicio de vidas y absurdos constituye otro de los grandes aportes de Eastwood, no sólo en esta película sino también en la primera del díptico. Habría que añadir también la escena de la muerte de Kuribayashi, épica y lírica al mismo tiempo.
El filme, hablado en japonés, presenta un enfoque enaltecedor y revelador –al mismo tiempo– del punto de vista nipón en Iwo Jima. Aunque algunos grupos ultranacionalistas en ese país han alabado ciertas escenas, lo cierto es que el filme no cae en una visión patriótica ni en una justificación de la guerra. Es una meditada reflexión sobre su sinrazón con una riqueza emocional y humana que es de agradecer.
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