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La tragedia
En tercer lugar, se ha mencionado que este filme es también una tragedia griega a partir de esa fatalidad que persigue al protagonista y lo sujeta a los designios de su contrincante. Efectivamente, en la tragedia griega el héroe está condenado de antemano a un destino ineluctable y todas sus acciones sólo pueden conducirlo al cumplimiento de esa fatalidad establecida por los dioses. En Oldboy, en cambio, encontramos que quien impone esos designios y manipula al héroe no es una fatalidad de carácter divina ni abstracta, sino un personaje muy concreto y humano, incluso diríamos que demasiado humano: Lee Woo-jin.
Esto marca una fuerte diferencia. Hace unos días chequeábamos con Jorge Esponda fragmentos de tres distintas puestas en escena de El anillo de los nibelungos de Richard Wagner y se me ocurrió que esta película nos conduce más bien hacia el citado drama wagneriano. En la famosa tetralogía, los dioses tienen los peores atributos de los humanos, en particular el afán de poder y la codicia por la posesión de la riqueza; mientras que los personajes humanos son portadores de valores como la libertad y el amor. No obstante, también estos valores son trasmutados en su contrario por la maldición que persigue al dichoso anillo. Si bien la película que comentamos es bastante diferente a esa doble tragedia germánica, comparte con ella al menos tres elementos: 1) surge un amor prohibido y transgresor de un héroe libre y que no conoce el miedo, 2) los dioses manipulan a los héroes humanos en busca de su beneficio egoísta, 3) mediante un agente externo (una poción mágica en la opera, la hipnosis en el filme) se cambia la personalidad y objetivos del héroe para favorecer el cumplimiento de un destino trágico y 4) al final la maldición se cumple, la heroína de inmola, el régimen de los dioses se derrumba y empieza –con un final abierto– la historia humana.
En Oldboy tenemos un amor transgresor promovido por el proto dios, que restringe y termina por eliminar la libertad buscada por el héroe que no conoce el miedo (y que también tiene oportunidades para ejercer su libertad, las que rechaza). Además, Lee Woo-jin busca controlar y predeterminar el destino de su héroe-víctima; como bien lo señala Diego Cabrera: “Lo que más desean los personajes de Park es apoderarse de las almas de sus enemigos y manejarlas a su antojo” (“Godard!”, Año 7, Nº11, p.40). Hay también una inmolación final, luego de la cual (y no lo hemos olvidado) viene la quinta parte de la película. Pero antes, el personaje “malvado” se despoja de sus pretensiones de control y poder cuasi divinas, dejando un final abierto en donde el héroe buscará reconstruir su vida (aunque siempre condicionado por la herencia que le dejó su enemigo, una vez satisfecho su ánimo de venganza). Por tanto, si bien todo el filme gira en torno al héroe (Oh Dae-su) hay otro gran personaje en la película, más trágico aún: el propio Lee Woo-jin. Con él concluye un mundo de dominio y control y llegamos a un final abierto, en el caso del filme, para que los sobrevivientes intenten rehacer sus vidas.
La parte final del filme es un desenlace liberador y purificador que transcurre por primera y única vez en un ambiente rural, un bosque nevado, donde –nuevamente– un mecanismo dialéctico (la partición en dos del héroe) le permitirá sobrevivir y mantener la vida en común con Mido. Si bien el rol de la hipnosis (que nunca es “mortal”, como erróneamente lo enuncia el título en castellano de la película) debilita la autoconciencia del héroe en un primer momento, en esta parte final juega un papel más bien compensador. Y la encargada de realizar tal función tiene un rol parecido al de las parcas que “tejen los hilos del destino”, en este caso, de forma benéfica. De esta manera, vemos cómo bajo esa imaginería tecnosurrealista de Oldboy subyacen temáticas y personajes de carácter mitológico, tributarios de arquetipos precristianos y muy antiguos; ciertamente acomodados y recreados para los fines de esta obra.
La violencia
Ahora bien, las analogías con la tragedia griega y el drama wagneriano no calzan del todo con el enfoque de Oldboy ya que si bien –por ejemplo– el tema de la venganza está presente en la tetralogía, no constituye el eje central de esa mega obra. Existe, en cambio, un enfoque que explica perfectamente el nervio dramático principal de esta película. Enfoque que, además, nos permite responder a las siguientes interrogantes: ¿es Oldboy una obra de mero entretenimiento, esteticista y vacía? ¿O, por el contrario, tiene cosas relevantes que transmitirnos sobre nuestra época, la sociedad contemporánea, sus asuntos políticos o los dilemas de sobrevivencia de la especie humana?
Gilles Lipovetsky, tiene un penetrante análisis de la violencia contemporánea (en “La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo”, Barcelona: Anagrama, 2000; obra que citaremos en adelante), el cual viene al caso ya que uno de los componentes principales hasta ahora no analizados en esta reseña es el de la ultraviolencia presente en esta película: “…asistimos en efecto a una sobrepuja de las escenas de violencia, dice Lipovetsky, a una debacle de horror y atrocidad… violencia hi-fi hecha de escenas insoportables de huesos triturados, chorros de sangre, gritos, decapitaciones, amputaciones, castraciones” (ibid., p.205). Y eso es lo que vemos en varias partes de Oldboy.
El análisis de este autor coloca como punto de partida la violencia primitiva: “A lo largo de milenios…, la violencia de los hombres, lejos de explicarse a partir de consideraciones utilitarias, ideológicas o económicas, ha sido regulada esencialmente en función de dos códigos estrictamente corolarios, el honor, la venganza, de los que cuesta comprender el significado exacto, por haber sido eliminados de la lógica del mundo moderno” (ibid., p.174). Y más adelante: “Estructuras elementales de las sociedades salvajes, el honor y la venganza son códigos de sangre” (ibid., p.175). Ahora bien, “…la venganza… se ejerce, dice Lipovetsky, …a modo de reparación del desequilibrio ocasionado… Debemos despsicologizar la venganza primitiva, que no tiene que ver con la hostilidad reprimida… La venganza es un imperativo social, independientemente de los sentimientos de los individuos y los grupos, independientemente de las nociones de culpabilidad o de responsabilidad individuales y que fundamentalmente manifiesta la exigencia de orden y simetría en el pensamiento salvaje” (ibid., p.176). Más claro aún: “…, la violencia vengativa es una institución social; no es un proceso ‘apocalíptico’ sino una violencia limitada que mira de equilibrar el mundo, de instituir una simetría entre los vivos y los muertos” (ibid., p.177).
Como vemos, esto se aplica perfectamente a lo que observamos en Oldboy. Son justamente la venganza y el honor mancillado los que motivan a Lee Woo-jin a emprender toda su operación contra Oh Dae-su. No hay rasgos de culpa en ninguno de los personajes de esta obra y la violencia (y muerte) se imparte como un imperativo en función de un “orden y simietría”. Es decir, lo que busca Lee Woo-jin es ese equilibrio perdido en la relación entre los vivos y los muertos (léase, su hermana).
Para ello se requieren sacrificios: “…, el sacrificio es una manifestación del código de la venganza, no lo que impide su despliegue: ni substitución ni desplazamiento, el sacrificio es el efecto directo del principio de venganza, una exigencia de sangre sin disfraces, una violencia al servicio del equilibrio, de la perennidad del cosmos y de lo social” (ibid., pp.177-8). De allí que no debiera sombrarnos los terribles sacrificios y automutilación que se impone Oh Dae-su para compensar a Lee Woo-jin por su honor mancillado y restituir el equilibrio social. Inversamente, en busca de su propia venganza, el héroe impondrá también terribles castigos compensatorios a sus carceleros.
Dos puntos más. Citando a M. R. Davie, Lipovetsky precisa que “los grupos primitivos ‘no poseen ni un sistema desarrollado de legislación, ni jueces ni tribunales para el castigo de los crímenes y sin embargo sus miembros viven generalmente en paz y seguridad. En este caso ¿qué es lo que reemplaza el procedimiento judicial de los civilizados? Encontramos la respuesta a esta pregunta en la práctica de la justicia personal o de la venganza privada’” (ibid., p.178). Pero, además, “[s]imultáneamente el código de la venganza sirve para impedir el surgimiento del individuo independiente, replegado sobre su propio interés” (ibid., p.178) y “[l]a crueldad primitiva es como la venganza, una institución holista, contra el individuo que se autodetermina, contra la división política, contra la historia…” (ibid., p.179).
Como vemos la violencia aparece ligada a la crueldad como un dato objetivo y necesario para el equilibrio de la sociedad. Una sociedad en la que, por otra parte, a falta de instituciones de seguridad y justicia estatal prima la “justicia personal o la venganza privada”. Ambos puntos se dan en la película que comentamos. Por un lado, la policía casi ni aparece en el filme, salvo al comienzo, en los interiores de la comisaría, donde se escucha la voz de un oficial. Fuera de esto, Lee Woo-jin ejerce su venganza con crueldad extrema de manera enteramente personal. Y lo hace, además, para impedir el surgimiento del “individuo independiente” que se “autodetermina”.
Todo lo que vamos mencionando hasta el momento abona a favor de considerar que el principal protagonista de esta extraordinaria película es Lee Woo-jin, antes que Oh Dae-su, como podría aparecer a simple vista. Ello porque el primero de los nombrados es plenamente consciente de sus acciones, aplica su venganza como un instrumento “cósmico”, destinado a restaurar el “equilibrio social” y no meramente desde un punto de vista individual. Ejerce el control y el dominio a costa también de su propio esfuerzo en aras de la reproducción de determinados valores humanos, aunque socialmente transgresores. Asimismo, una vez que ha sido satisfecho su honor mancillado mediante grandes sacrificios compensatorios por parte de Oh Dae-su, Lee Woo-jin cumple su promesa y hace mutis. Oh Dae-su, en cambio, es un personaje completamente dominado, mediatizado, rutinizado y reducido a una fase de instintos primarios. Para empezar, era un sujeto cualquiera, sin mayor nivel de conciencia ni voluntad, detenido en una comisaría y afectado por diablos azules causados por una borrachera. Luego es recluido durante 15 años en los cuales es sometido a una rutina de gaseado diario, noche a noche y alimentado con las mismas empanaditas, día tras día. Parte del envilecimiento mental del personaje es el consumo permanente y pasivo de la televisión, al punto que él mismo declara: “la televisión sirve de reloj y calendario. Es tu escuela, tu hogar, tu iglesia, tu amigo y tu amante”. Todo esto termina matando, internamente, la voluntad de autonomía e independencia del personaje; tanto así que rechaza las oportunidades de zafar de la esfera de influencia de su enemigo. En cambio, lo que sí desarrolla es su fuerza física y esa voluntad de venganza que lo obsesionará tanto como a su aún desconocido contrincante; no obstante, esa venganza también ha sido introducida y alimentada en Oh Dae-su por el propio Lee Woo-jin. Por otra parte, a éste último no le importará arriesgar el pellejo y ponerse, hasta en dos oportunidades, a merced de su víctima; no en vano ha invertido quizás más de 15 años en “estudiarlo”. En tal sentido, se llega a jactar por teléfono de haberse doctorado y ser un experto en… Oh Dae-su.
Pero lo más importante de todo esto es que las relaciones y características entre estos dos personajes configuran un modelo de sociedad. Hay en la visión de Park Chan-wook una añoranza del mundo primitivo; en una época que se ve a sí misma como “el fin de la historia” y donde vivimos en una desideologización, sólo queda el retorno a las fuentes étnicas en busca de sentido, pero también a substratos más remotos y primigenios (los códigos del honor y la venganza). Todo ello a despecho del despliegue tecnológico mostrado en el filme, con sugerencias de museo o colección tecnológica en la ambientación de la secuencia del enfrentamiento final entre los dos personajes centrales del filme. Más aún, toda esa tecnología de avanzada (y los propios medios de comunicación, especialmente la tele) no está puesta al servicio de la libertad del hombre, sino al contrario, puesta al servicio del control y sometimiento del individuo. Llegamos así a una parábola sobre la dominación de los que controlan la tecnología y el poder sobre la sociedad; dominio que se ejerce de múltiples formas: el “adormecimiento”, los medios masivos, la violencia pura y dura. Queda a los dominados el camino de las “ensoñaciones” (manifestaciones de soledad, encierro, neurosis, depresión) y de reacción violenta (o incluso muy violenta –¿terrorismo?–), pero controlada y manejada por el Estado o las corporaciones.
En esta interpretación nos apoyamos no sólo en lo presentado en la película, sino también en la interpretación decimonónica de la tetralogía wagneriana; en la cual Wotan viene a ser el gran personaje trágico que representa al Estado moderno impulsor de la revolución industrial y cuyas acciones prefiguran su destrucción. De igual forma, Lee Woo-jin representaría a los poderes tecnológicos de las corporaciones: ¡él mismo es propietario de una!; no en vano saca las maletas de billetes cual Vladimiro Montesinos cada vez que es necesario. Sus acciones lo llevarían también a un final trágico. Mientras que los héroes libres (Siegmund) o los alienados de su libertad (Siegfried y Oh Dae-su), contrariamente a lo que se piensa (o pensaba, en el caso de los dos primeros), son más bien personajes subordinados.
(Dicho sea de paso, Wolfgang Priklopil, el raptor de Natasha Kampush, ¿habrá sido conciente al lanzarse a las fauces del metro vienés, tras la fuga de su víctima, de que su suicidio ya había sido prefigurado a escala cósmica en esta notable película surcoreana? ¿qué desaforadas fantasías de dominio y control anidarían en su mente, quizás al punto de emparentarlo en alguna medida con Lee Woo-jin?).
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