- La estructura, El lenguaje
- La tragedia, La violencia
- Resonancias sociopolíticas, El arte y la sociedad
Resonancias sociopolíticas
Podemos ser todavía más específicos y alcanzar también el ámbito político. El desarrollo de Corea del Sur fue llevado a cabo por un Estado controlado por los militares en una estrecha alianza con los principales grupos económicos. Éstos últimos formaron verdaderas corporaciones que se insertaron al mercado mundial dentro de una estrategia exportadora de bienes manufacturados y alta tecnología; todo ello bajo un régimen de control estatal, sucesivos planes quinquenales y gobiernos autoritarios no muy distintos de la dictadura comunista de su vecino norteño. En este esquema no es difícil identificar a Lee Woo-jin como el representante de esas corporaciones que obligan a trabajar salvajemente a millones de Oh Dae-su, privados de su libertad y autonomía, para producir una sociedad alienada por la tecnología y sometida al poder y el control de una elite militar y empresarial. La alusión de Lee Woo-jin a su expertise como conocedor de su víctima, luego de 15 años de estudio y observación, sólo puede equipararse al trabajo de un Estado dominado por (y que aplica) una determinada estrategia consciente de desarrollo a largo plazo. Estaríamos, por tanto, ante una parábola de las contradicciones del desarrollo industrial surcoreano.
Y si queremos rizar el rizo, podríamos proponer que aquellas noticias que nuestro secuestrado héroe ve por la tele son parte del proceso de democratización de la sociedad y de desarrollo institucional surcoreanos acontecidos en la última década. Eso estaría conectado con la misteriosa y “liberadora” secuencia final de la película, en la cual se entendería la partición de Oh Dae-su en dos: uno que moriría luego de pasar 70 años y que conocería la verdad y, otro, que continuaría su vida con Mido de espaldas al pasado. Esto sugeriría, políticamente, que pese a la democratización del país la estructura de poder económico y militar se mantendría intacta, sólo que invisible, luego que el régimen autoritario se ha retirado de escena (no sin antes dejar tamaña herencia). El proceso de liberación o crítica del pasado quedaría trunco o estancado. Las profundas heridas dejadas por el proceso de desarrollo permanecerían, de común acuerdo, ocultas en el marco de una sociedad individualista y satisfecha. La sociedad se escindiría en dos: una consciente de la verdad pero condenada a desaparecer y otra, ignorante de la verdad, que continuaría su vida normal. Ojos que no ven, corazón que no siente (con hipnosis de por medio; claro que faltando ver si esto funcionará).
Soy consciente de que estas interpretaciones pueden resultar excesivas. Sin embargo, hay algo que sí puede decirse con total certeza y es que Oldboy no es un ejercicio de fantasía y violencia gratuitos. Es evidente que el filme está lleno de alusiones a problemas que involucran poder y libertad en el mundo contemporáneo, así como un severo cuestionamiento a la preeminencia de la tecnología y, en cierta medida, los medios de comunicación sobre el individuo. Asimismo, en su vuelta al pasado en busca de las raíces más arcaicas el director Park Chan-wook se termina proyectando sobre un futuro más bien pesimista. El mundo regido por los códigos de sangre del honor y la venganza, la crueldad y el ensañamiento como expiaciones necesarias para mantener el equilibrio social que aplasta la autonomía y libertad del individuo; todo ello le permite dar luces sobre el presente de nuestro mundo globalizado y, quizás, sobre su propio país. La amplitud y características de esta iluminación pueden discutirse, pero no negarse. Oldboy es, entonces, una importante película que va más allá del género y nos ofrece –ahora sí– una inquietante y profunda visión sobre el mundo actual.
El arte y la sociedad
Curiosamente, todo lo que venimos diciendo sobre esta película rebate la conclusión del análisis de Gilles Lipovetsky, que hemos enunciado aquí sólo parcialmente. De hecho, el enfoque de este autor llega a una conclusión opuesta a la nuestra; es decir, que la violencia “hard” de nuestra época sería más bien producto del vacío y no tendría referentes en una sociedad (se refiere a la del primer mundo) más bien con crecientes niveles se seguridad. “A la paulatina disolución de referencias, al vacío del hiperindividualismo, responde una radicalidad sin contenido de los comportamientos y representaciones… el tiempo de las significaciones, de los contenidos pesados vacila, vivimos el [tiempo] de los efectos especiales y el de la performance pura, del aumento y amplificación del vacío” (“La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo”, p. 205-6). En tal sentido, señala este autor, “[l]a forma hard no expresa una pulsión, no compensa una carencia, como tampoco describe la naturaleza intrínseca de la violencia posmoderna; cuando ya no hay un código moral para transgredir, queda la huida hacia delante…, el hiperrealismo de la violencia, sin otro objetivo que la estupefacción y las sensaciones instantáneas” (ibid., p. 205). En otras palabras, la violencia “hard”, con su secuela de crueldad eviscerante, es una manifestación gratuita, fugaz, sin mayor referente en la realidad social.
Este punto es pertinente porque cineastas como Quentin Tarantino, por ejemplo, afirman precisamente que su culto a la violencia no debe tomarse en serio, que no se refiere a hechos o situaciones reales y que inclusive sus filmes deben considerarse humorísticamente. Esto es consistente con el orden “cool” de la sociedad posmoderna, caracterizada por su narcisismo, personalización e individualismo extremo. Esta es la fuente teórica de quienes señalan que películas como Oldboy son prodigiosos trabajos de maestría técnica, pero esteticistas y vacíos de contenido, cuya única función sería generar “estupefacción”.
Dejando de lado el hecho de que todo esto fue escrito antes del 11 de setiembre, no podemos explayarnos aquí desarrollando el planteamiento de Lipovetsky que, por otra parte, tiene aspectos interesantes y rescatables. Sin embargo, es necesario cuestionar su punto de vista ya que desvaloriza no solo la obra de arte (en este caso, cinematográfica) sino también el aporte que puede hacer el artista a la sociedad, ya sea local como global. (Paciencia, que con esto termino).
En primer lugar, el culto a la violencia es posible que no persiga objetivos de ningún tipo fuera del mero y chirriante entretenimiento, como es el caso de Tarantino. Sin embargo, su cine es un efecto de tendencias profundas de la sociedad estadounidense que, por otra parte, no son recientes. La novela negra y el policial negro norteamericanos son un testimonio artístico de la violencia soterrada que está en la base de la sociedad y el sistema político yanquis; lo que también ha sido mostrado sin tapujos por Michael Moore en sus conocidos documentales. Es imposible no relacionar las cifras y datos de la violencia en el país del norte con ese refosilamiento y obsesión de Tarantino con la violencia en estado “puro”. En el caso de Oldboy la violencia –aunque ficticia, de formato cómic y ligeramente gore– refleja en mayor o menor medida las tensiones sociales y políticas que hemos descrito extensamente más arriba.
En segundo lugar, el artista creador normalmente tiene intuiciones que le permiten auscultar las grandes tendencias sociales o culturales de la época. Esas intuiciones muchas veces adoptan el tono de profecía, aunque están sólidamente afincadas en el presente, solo que ocultas para el común de los mortales. En tal sentido, el artista hace muchas veces el papel del economista, es decir, es el portador de las malas noticias. En consecuencia, decir que el filme de Park Chan-wook es inquietante no significa que sea misterioso; al contrario, es una advertencia sobre fenómenos sociales y políticos profundos que socavan la estabilidad de un mundo que, pensamos, es equilibrado y relativamente pacífico. Eso es justamente lo que este extraordinario filme pone en la picota.
No podemos seguir aquí, como desearíamos, la refutación del análisis de Lipovetsky; no sólo por razones de espacio, sino porque ello también nos llevaría mucho más lejos del ámbito de la película que comentamos. Solo me queda disculparme ante los lectores que hayan llegado hasta aquí por la extensión de esta reseña, por haberme arriesgado un poco al irme ocasionalmente por las ramas y por haber incluido (como por su parte lo hace también Park Chan-wook) algunas alusiones gratuitas. Sin embargo, sino hiciéramos todo esto ¿para qué entonces estaríamos los críticos de cine?
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