Hollywoodland
Dir. Allen Coulter | 126 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Adrien Brody (Louis Simo)
Diane Lane (Toni Mannix)
Ben Affleck (George Reeves)
Bob Hoskins (Eddie Mannix)
Lois Smith (Helen Bessolo)
Robin Tunney (Leonore Lemmon)
Larry Cedar (Chester)
Estreno en Perú: 22 de febrero de 2007
El mundo de Hollywood, y el revés de su apariencia de ensueño, ha sido el punto de partida de varios filmes que desde las más diversas perspectivas y sensibilidades se atrevieron a dar cuenta de sus ritos de ascenso y caída, como desencantadas y hasta malévolas versiones del cuento de la cenicienta con final de horror. Hilo casi de tradición, que va de Sunset Boulevard a Mulholland Drive, y que es retomado en clave menor por esta película que recoge como trama la muerte del actor George Reeves, el primer Superman televisivo. Es el móvil de un nuevo acercamiento al film noir, sus pesquisas y apariencias que poco a poco y paralelamente nos irán dando a conocer la otra cara detrás del hombre de acero que emociona a los niños. El experimentado director de televisión Coulter hace un buen debut con esta película, tal vez no menos conocedor que los de antes de aquel Hollywoodland repleta de leyendas de todo tipo.
Recordando esa tradición que se remite a su vez a lo literario, la muerte del actor en decadencia se convierte en móvil de una terca investigación que emprenderá Louis Simo (un cumplidor Brody), detective sin traje o sombrero como si estuviera transportado en el tiempo (y con todo el descreimiento de nuestros tiempos). La película aparentemente nos prepara para una historia de rastros apenas definidos al estilo de The Black Dahlia, pero rápidamente Simo tendrá que compartir protagonismo con la misma víctima vuelta a la vida en flashbacks que nos irán dando a conocer los pormenores en el tránsito del mismo Reeves durante los años de la posguerra, disfrazados (como lo estará él) bajo el oropel de los mejores lugares de diversión y encuentro de gente importante. Reeves (en las facciones del no menos hollywoodense Ben Affleck) es el representante de muchos ilusionados con ser protagonistas del cuento de hadas, siempre a la espera de algún elegante productor, celebridad o persona influyente, cualquiera que haga de su hada madrina a fuerza de dar vueltas por toda el ambiente de comfort y elegancia como mosca molesta (también como lo será el investigador de su muerte).
Rápidamente la narración en paralelo no solo nos estará otorgando una perspectiva del caso sino también presentándonos a ambos personajes con símiles. Simo y Reeves, (un interesado por el otro) viven en esa ciudad sostenida por los mitos, por la obsesión en la celebridad que se alimenta de ellos y sus ritos de ascenso, así como la discreción elaborada de manera muy particular. Ambos arrastran el aura maldita del fracaso como inadaptados a este dogma no escrito. Simo fue arrojado de la élite profesional a la que pertenecía y que lo ha obligado a buscársela en la periferia, mientras que el aún esforzado Reeves habrá de correr la misma suerte a pesar de que una luz al final del túnel le haya dado el encuentro personificada en la señora Mannix (la bella como siempre Diane Lane). Ella a su vez personifica a las apariencias del american dream que convertirán al actor en esclavo de una rutina y voluntad ajena, como si se tratase de los mismos ejecutivos de la máquina de ilusiones quienes lo convierten en un Superman apagado (en tonos grises). El disfraz recubierto del cual no podrá salir ni siquiera en un filme de despegue rotundo como From Here to Eternity. Algunos pasajes del filme condensan esa sensación de fracaso detrás del maquillaje de manera interesante, como el risible vuelo del héroe en el estudio o el patético show infantil en el cual Reeves asume con amargura su condición de payaso ante pistolas de mentira y de verdad.
Simo irá cayendo en cuenta de ese mal que lo contagia también con la misma intensidad mientras sus investigaciones obtienen resultados más difusos y multiplican sus teorías, como perdido frente a una encrucijada. Mientras se va obsesionando y contagiando de esta certidumbre, va dejando de lado a aquellos otros que han solicitado su interés, como su propio hijo (tocado también por la desilusión) o el señor Sinclair que se convierte en posible adaptación de otra “historia” en la ciudad del espectáculo. Resulta bastante sorprendente (a pesar de los antecedentes) que un cineasta asentado en los fueros más internos de la industria norteamericana actual se permita ofrecer tal retrato de la frustración (pintado en otra época como una vez más aparenta) en un mundo hecho para concebir las posibilidades más allá de lo imposible. La industria de hoy no será menos intransigente pero ha debido sufrir más golpes a la luz pública. La idealizada burbuja muchas veces exorcizada de su aura mística por la prensa y el mundo arrastrado hasta la realidad pura y dura.
La imagen del último intento u oportunidad de Reeves por salir de las arenas movedizas (la prueba de lucha libre) es contemplado por su rastreador como el show de despedida ante un contrincante invisible y de muchas toneladas de peso. Ya no interesa para ese momento la resolución de un probable crimen y que tal vez lo mejor sea asumir la verdad oficial (otra frustración más). Como sea que haya ocurrido, la muerte era ya algo inevitable y acaso sea la única satisfacción que se le puede otorgar a la obsesión por la fama en esa ciudad: llegar a convertirse en un misterio o escándalo que alimente a la leyenda con su nombre. El director Coulter se ha tomado la libertad, dentro de la invariable rutina de los productos hechos en serie, de hacer una coherente y buena revisión de su mundo bajo esa oscura y moderna tradición de conocer lo que se ocultaba detrás del arco iris.
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