Stagecoach
Dir. John Ford | 96 min. | EE.UU.
Intérpretes:
Claire Trevor (Dallas), John Wayne (Ringo Kid), Andy Devine (Buck), John Carradine (Hatfield), Thomas Mitchell (Doc Boone), Louise Platt (Lucy Mallory), George Bancroft (Marshal Curly Wilcox), onald Meek (Samuel Peacock), Berton Churchill (Henry Gatewood)
El western se convirtió desde los albores de la historia del cine en el más característico género del cine norteamericano. Varias grandes películas habían ya dado forma a ese tipo de cine pletórico de acción y perennemente insertado en un tiempo y mundo de leyenda. Tales fueron las características por las que se le considera el género rey por excelencia. John Ford no sólo se convertiría en el forjador acaso mayor de esta vertiente (y del cine clásico norteamericano por excelencia) sino que desarrollaría a lo largo de su amplia y prolífica carrera una obra personal y pletórica en los más minuciosos aportes. A pesar de la famosa sencillez de considerarse sólo un trabajador o artesano de los estudios. En cierta manera esta posición simboliza su cine, el de su época y su mundo. El viejo y no siempre bien reconocido maestro de maestros que tras un temprano inicio en Hollywood recién alcanzaría la plenitud con la llegada de la era sonora. Esta película habría de ser el gran suceso que lo convertiría en el cineasta cabeza de una generación en expansión. Stagecoach puede verse acaso como el western mejor acabado hasta ese entonces, el más espectacular y deslumbrante que habría de sentar las bases para el desarrollo insospechado de este cine de acción y más, menospreciado en su tiempo, pero que alcanzaría cumbres majestuosas.
Como en la mejor tradición del género (antes sólo hablada y escrita) estamos ante la historia de la nación norteamericana forjándose el camino hacia el oeste, aventura que se pierde en esos paisajes extendidos casi al infinito donde se remontan los cuentos de este pueblo conquistando y transformándose a la vez. Ford mismo fue parte de esa evolución en cierta manera como hijo de emigrantes irlandeses (muchas de sus raíces ancestrales las manifestaría en otras películas suyas). Tras sus pasos pioneros en el periodo mudo pudo ya dominar sus recursos y creatividad cuando el sonido hizo su aparición. De esta etapa de exploración con el nuevo medio esta cinta es una de las cimas aunque ya realizada a fines de los 30´s precisamente cuando en ese Hollywood, también en expansión, se realizaban varios films no menos definitivos y notables como Gone with the Wind o Mr. Smith Goes to Washington. Stagecoach nos presenta una historia ejemplar en el cine de Ford, una (en apariencia) sencilla historia de aventura en la que un grupo humano le hace frente a los peligros de ese viaje de asentamiento del orden y civilización (o lo poco que hay de ella) en medio de las tierras por domesticar. Trama de la que se vale el director para presentarnos su perspectiva sutil y extrañamente liberal alrededor de la formación de su país. Dentro de esa aparente funcionalidad existe un verdadero autor aunque el siempre lo haya negado. Tal vez por ello evitó los accidentes de los iconoclastas declarados.
La película nos presenta a una serie de personajes delineados con precisión como representantes de un segmento de la sociedad norteamericana. Son figuras representativas o tipo: la dama de buena familia que va en busca de su esposo; el caballero sureño y romántico que sobrevive a costa del juego; Dallas, la prostituta que es arrojada del pueblo junto con el borracho Doc Boone (representante no tan presentable de la profesión médica), el banquero prepotente y el pequeño burgués (como dirían muchos) dedicado a la venta de licor. Esa nación en pequeño se embarca rumbo a la distante Lordsburg (pueblo ignoto como tantos en el western), cada uno con sus propios motivos y personalidades que no tardarán en entrar en conflicto a pesar de que la llama de alerta convoque la unidad: el legendario Gerónimo lanzando su último grito de guerra contra los extraños y sus diligencias, medio de transporte y comunicación clave para la época de la conquista. John Ford nos presenta este conflicto esencial en la historia norteamericana como el lento proceso llevando el lastre de los prejuicios y los intereses creados. En plena era de la censura reivindica la imagen de los “malvivientes” y en ello cuenta más que nada la aparición del héroe: Ringo Kid, (interpretado por un joven John Wayne, catapultado a la fama a partir de entonces). El héroe, tal y como rezan las historias de sacrificio y forjamiento de un hogar en medio de la nada, es un forajido a pesar suyo pero que conserva los modales y la voluntad de cualquier caballero. Su dama será la prostituta también hecha por las circunstancias y el sueño de un lugar bajo el solo como todos los demás. Pareja que se ve contrastada por la del autosuficiente Hatfield defensor de la señora Mallory como vestigio de una época y mundo desaparecidos (los palacios del sur)
Como ya desde las primeras imágenes, el director configura magistralmente su ficción alrededor de la misma idea de contemplar el nacimiento de la democracia. La diligencia se convierte en el local de asamblea para que esta sociedad en diáspora se enfrente o entienda. No son casuales los detalles de este viaje: la prostituta y la dama de sociedad tienen en medio al todopoderoso hombre de finanzas (representante de aquello que separa a las dos mujeres en realidad); el caballero del sur pone en practica un gesto ancestral de copas y gentilezas con la señora bien, pero también de segregación a pesar del corazón de oro de Dallas; Doc Boone (Thomas Mitchell, el gran actor secundario de la época) se convierte en la mirada despreciada pero más lúcida de este encuentro. Como en los mejores films de prestigio nos encontramos ante un magistral ejercicio de concentración dramática (seña indiscutible de los mejores films de su director, que son muchos) que se va desarrollando a cada secuencia de viaje y parada. El marshal Curly servirá entonces de moderador de esta pugna de idiosincrasias que llegarán incluso a desarrollar el voto, el ejercicio democrático por excelencia con el que Ford se complace dibujarnos un más que sorpresivo (para su momento) llamado al derecho igualitario que ejercen los unos y otros, los lords de su tiempo y sus damiselas tanto como los forajidos y las mujeres de dudosa reputación. Fruto de ello es que nacerá esa otra nación (la pequeña coyote que ve la luz en medio de esa incertidumbre). Sus ideas deslizadas (de manera tal vez subversiva en su contexto) fueron quizá pasadas por alto ante el poco interés que los bienpensantes otorgaban al cine de este tipo.
Es donde se manifiesta también la idea de que solo bajo los términos de esa igualdad es que se pudo conseguir la expansión hacia ese lejano oeste donde fue que las naciones más diversas se plantaron en busca de la felicidad, de su lugar en el mundo aún a costa de despojar a otros (aquellos que no se sometían a las bondades democráticas). Para bien o para mal la historia se escribió así y de ello es de lo que nos habla este film que nos depara ese enfrentamiento con lo desconocido en una de las más extraordinarias e influyentes secuencias del cine. El encuentro con los apaches y la persecución de la diligencia que se ha convertido en el clímax por excelencia en el cine de acción pero que aquí esta revestido de resonancias mayores. No en vano muchos sitúan a este film como el primer western moderno (sensibilidades como la de Eastwood se han formado a partir de ella). Ford nos habla de ese camino ya trazado en el que esos pueblos antiquísimos dejarán paso a otro concebido en ese constante debate entre sobrevivir o no a “las bendiciones de la civilización” como dice el sabio narrador por boca de Doc Boone contemplando a Ringo y Dallas partir tras crear a la leyenda. Sabiduría que ha sido convocada innumerables veces como el gran oráculo al que se acercan todos los que desean aprender esos pasos pequeños (pero necesarios) para contar bien una historia.
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