Insisto: nunca iría a un festival donde lo más importante sean las películas.
Afortunadamente el BAFICI es esa clase de afortunados eventos que tienen bastante de hitchcockianos: las películas son, al fin y al cabo, simplemente un McGuffin. ¿A alguien le pueden interesar las películas, siendo el BAFICI un lugar ideal para encontrarse con amigos, charlar, hacer nuevos amigos, bailar, discutir, enamorarse, emborracharse, pelearse, ver recitales, desenamorarse, amigarse, reir, llorar, volverse a enamorarse y un largo etc?
El viernes tuvo lugar en Harold’s uno de los eventos, que si bien de manera oficial son casi considerados como prescindibles (no fue incluído en el catálogo oficial, fue cuestionado por la crítica más conservadora, que se horroriza por la inclusión que algo que no sea imágenes en movimiento en una pantalla), en el marco de MI festival fue de los más esperado y finalmente de lo más disfrutado: el recital del gran Nacho Vegas.
Fui acompañados de bastantes amigos y amigas, cuya presencia tiendo a dudar que haya sido provocada por un interés inicial por el artista, sino más bien por una mezcla entre aguante ante la posibilidad que yo fuese el único presente en el show, y de curiosidad por saber «¿quién carajo es Nacho Vegas?».
Nacho cumplió con creces. Su show, íntimo y cercano, fue impecable, verificando la total validez de la regla que afirma que menos es más. Con su voz susurrante e ibérica, recorrió los distintos trayectos de su obra solista, destellando con sus relatos repletos de historias tan universales como maravillosamente únicas. Acompañado muy adecuadamente por el músico Xel Pereda, su fórmula tiene un minimalismo y radicalidad casi punk en su actitud, pero una preciosidad e intimidad de un folk sin fronteras.
Asimismo Nacho presentó una canción nueva, que contó que había sido compuesta durante el viaje en avión hacia Buenos Aires. Como las grandes canciones que se encuentran en la vida, las de Nacho Vegas no parecen haber sido escritas por alguien, sino simplemente haber sido recogidas del susurrar del viento que todo lo sabe. Parece que el milenario viento asturiano sopla su poesía hasta dentro de los aviones.
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