Lo siento. Ayer prometí regresar con los reportes, pero no pude. Como le explico a Laslo, vía email, es que el ritmo desenfrenado de este evento hace a veces literalmente imposible poder sentarse a continuar con este diario. Pero aquí estamos.
Son las 8:57 p.m. del sábado 7, pero continuaré contándoles qué sucedió con nuestras agitadas vidas cinéfilas ayer viernes. Me quedé en la charla del maestro Don Pennebaker. El asunto fue muy bien. Es decir, casi. Resulta que un malhumorado guardia de seguridad se negaba a dejarme ingresar al recinto cinemero por mi obsesiva presencia de cámaras (creo está prohibido filmar y tomar fotografías dentro de las áreas comunes del complejo). El fortachón representante de la ley repitió la misma frase durante un minuto: «Te saco, te saco, te saco», amenazaba. Menos mal entendió que únicamente estoy cumpliendo con mis obligaciones periodísticas y me dejó el camino libre.
D.A. Pennebaker nos regaló una interesante charla acerca del documental y el significado que éste tiene para él. Empezó contando una anécdota sobre un cortometraje que planeó filmar cuando su hija tenía solo 3 años. Todo estaba perfectamente escrito y planificado. Luego, se dió cuenta que escribir y planificar era un error (un «gran error», según sus propias declaraciones) y fue casi por esa misma época que se deshizo del trípode para dedicarse a filmar 100% con cámara en mano. Lo acompañana su esposa y codirectora Chris Hegedus. Al final de la charla, me acerqué a la Sra. Hegedus y le comenté una curiosidad mía como aspirante a documentalista. Le pregunté si, dentro de un proceso documental, habían momentos en que decididamente prefería no utilizar la cámara, para así recordar las cosas con su propia grabadora, es decir, su cerebro. Le conté que eso a veces me pasa, que apago la grabadora y de pronto un momento genial sucede. No sé si inmortilizarlo con la cámara o simplemente disfrutarlo y vivirlo. Ella, muy amable y seria, me dijo: «Sé a lo que te refieres. En mi caso yo siempre voy por la cámara, así pueda incomodar al personaje retratado. Pienso hay que siempre forzar los límites».
La tarde no fue tan genial. Estuve aqui en el shopping bloguendo algunas cosas y chateando con amigos. Lo de la noche si que fue interesante. Rodrigo y yo fuimos al Harrod’s Meeting Point para ver el concierto de Nacho Vegas que Sebastián recomendó hace poco (en el mismo post donde rajó de mis amigos, los cinéfilos «puros»). El Harrod’s estaba lleno y los muchos fans de Nacho pueden saber que grabé todo el concierto desde cerca, muy cerca. En un evento insólito, unos amabilísimos guardias de seguridad me dieron todas las facilidades para poder registrar el recital desde varios interesantes ángulos. Luego de eso, a la casa a dormir. No tanto para mí ya que, con una amiga, me dí una vuelta a eso de las 2 a.m. por una «disco», como le dicen acá, llamada Club Alterno, lugar que me hizo recordar mucho a uno de mis ex lugares locales, el Oso Bar. Vaya que es una delicia estar en Argentina, ir a una discoteca indie punk rock, y ver a decenas de punkekes (uniformados y con cresta incluída) pogueando ante canciones de Ramones.
Ya sábado, nos despertamos temprano (yo dormi creo que 10 minutos) y nos dirijimos hacia el teatro donde sería la presentación de Tom Waits. Aquí quiero abrir un pequeño parentesis, que algunos radicales llamarán «queja». Waits tenía programada para hoy una charla maestra donde hablaría de la relación cine-música. En la sala de prensa había, desde el primer día que llegamos, un pequeño cartel que anunciaba que, inclusive los periodistas, tendrían que hacer cola hoy temprano para recoger sus entradas. Yo insistí mucho, y de manera muy amable, para buscar la posibilidad de, como prensa acreditada y habiendo venido desde Perú, obtener un par de pases sin tener que hacer la bendita cola. Nada. En realidad nunca me creí eso de que no existían invitaciones para prensa. Ya con Rodrigo, en una cola que daba vuelta a la manzana, nos enteramos que, efectivamente, se habían otorgado 80 entradas entre invitaciones y pases de prensa. Por supuesto, jamás llegamos a obtener tickets para ingresar al teatro y, cuando faltaban casi dos cuadras de cola, los guardias salieron a revolotear sus brazos por los aires, haciendo la seña de «ya fue».
Amargado, regresé con Rodrigo al shopping para ver UPA! Una película argentina. Antes pasamos brevemente por la sala de prensa y así acreditarnos para el evento de cine mudo narrado por Geraldine Chaplin (que, hasta hace solo unos días, insistían que no habrían pases para prensa. Ahora sí hay, en fin…). Lo diré claramente: si una cinta como UPA! se estrenara en Lima (sería algo así como UPP! Una película peruana, pero eso suena a otra cosa) todos nuestros esmerados realizadores se ofenderían hasta el cansancio. Y, creo, lo mismo sucederá en Argentina, solo que asumo tienen más correa. UPA! se burla de una manera descarada y deliciosa de todo aquel cine gaucho indie. «Pero la cinta que vas a hacer ¿pasa algo? ¿o no pasa nada como todas esas películas que están saliendo? Osea ¿cuenta una historia?» pregunta, en la película, una reconocida actriz que quiere averiguar alguito más sobre esta cinta.
Sigamos hablando de Pennebaker, pues. Fuimos a ver Monterrey Pop, preciosa cinta documental que registra un importante concierto con bandas como The Mammas and The Pappas, The Who, Janis Joplin y demás gustos hipposos. La gente estaba alucinada, y participaban del concierto como si se encontraran en el mismo recinto registrado por la cinta. El público de la sala 11 del Hoyts aplaudía, reía, celebraba, al comienzo y final de cada espectacular tema. Fue a la salida donde nos encontramos con un gran amigo, el crítico Claudio Cordero que, emocionado por la cinta recién visionada, nos preguntaba si estaríamos a la medianoche para ver Ziggy Stardust and The Spiders from Mars. Nos desvelamos ya viendo Shortbus en función de trasnoche y, a al día siguiente, caíamos en cuenta que no era una buena idea. Por cierto, Claudio forma parte del Jurado de la sección Cine del Futuro del Festival.
Ya más tarde, y en el teatro donde se presentaría Tom Waits, agoté todas las posibilidades para poder ingresar al evento, mientras encargados, sub-encargados y hasta guardias de seguridad (esos sí, no tan amables) me decían «No, no, no». Al menos colocaron una pantalla gigante en la puerta del local para asi satisfacer la curiosidad de los cientos de fans que se quedaron, literalmente, en la calle. Vaya que el entrevistador preguntaba sonsera y media al músico, y este sólo atinaba a mirar al público que se reía de sus reacciones ante interrogantes básicas como «Tú has trabajo con Jim Jarmusch ¿qué piensas de eso?».
Regresamos al Abasto. Rodrigo vió Chain, y yo ingrese a la función de la cinta argentina Desierto Negro. Perdí mi gorrito favorito. Rodrigo me dejó en el shopping y tuve que regresar solo en taxi. Juan Daniel reapareció (¿volverá a desaparecer?).
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