Perfume: The Story of a Murderer
Dir. Tom Tykwer | 147 min. | Alemania – Francia – España
Intérpretes:
Ben Whishaw (Jean-Baptiste Grenouille), Alan Rickman (Antoine Richis), Rachel Hurd-Wood (Laura Richis), Dustin Hoffman (Giuseppe Baldini), Simon Chandler (mayor de Grasse), Jessica Schwarz (Natalie), Sian Thomas (madame Gaillard), Sam Douglas (Grimal), Corinna Harfouch (madame Arnulfi)
Guión: Andrew Birkin, Bernd Eichinger y Tom Tykwer; basado en la novela «El perfume» de Patrick Süskind.
Estreno en Perú: 5 de abril de 2007
Basada en la extraordinaria novela de Patrick Süsskind del mismo nombre, esta película tiene una cualidad: Para unos, sus virtudes serán meros efectos técnicos faltando mayor consistencia y humanidad al relato. Para otros, esos factores técnicos transmitirían el sentido y sensaciones que un relato demasiado extenso de contar no lograría llegar a plasmarse en un largometraje. Más que un thriller pareciéramos estar ante un filme biográfico. Más que emoción o suspenso, el director logra asombro, estupefacción y hasta goce estético. ¿Por cuál de estas dos lecturas nos inclinamos?
Jean-Baptiste Grenouille (Ben Whishaw), nacido en medio de los peores hedores de una de las más pestilentes ciudades europeas allá por el siglo XVIII (París), sobrevive a las intenciones asesinas de su propia madre casi en el mismo momento del parto y a otras que lo seguirán a lo largo del fantástico relato de su vida. Pero la principal característica del bebito Grenouille, su verdadero don, es su poderosísimo olfato; el cual literalmente llevará adelante las peripecias de la acción de este filme y los de la propia vida del protagonista, un macabro asesino en serie.
Basada en la extraordinaria novela de Patrick Süsskind del mismo nombre, esta película tiene una cualidad poco común para el desaprensivo espectador, pero que el olfato –esta vez– del crítico no dejará escapar; a saber: lo que para algunos será un defecto, para otros constituirá una virtud y viceversa.
Como defecto se podría señalar que es demasiado fiel a la novela, al punto que se trataría de una extensa promoción (o invitación a la lectura) de la misma. Esto hace que la fuerza emocional del filme sea algo endeble, porque el suspense del thriller resulta muy mitigado por la narración descriptiva de la acción, antes que por la acción misma. Es decir, que el filme prácticamente pasa revista a la novela, al punto que incluso se recurre a la voz en off de un narrador que cuenta y hasta explica lo que estamos viendo en imágenes. De esta forma, el efecto sorpresa en el clímax y el posterior desenlace, no resulta tanto de las acciones del protagonista como de la propia fuente literaria. En otras palabras, el ansia de poder que anida en su personalidad aparece prácticamente de la nada, no está conectada ni debidamente preparada en el guión; lo cual aparentemente funciona en el libro (aunque en mi opinión el final no es la mejor parte de esta novela, ni –por tanto– del filme).
Sin embargo, estos “defectos” pueden ser leídos como “virtudes” por otro sector del público. La fidelidad a la novela se expresará en el trabajo sobre el olfato (y nariz) del protagonista, es decir con tomas de detalle y muy cerradas de su casi permanente –valga la redundancia– olfateo; el cual se ejecuta sobre las más variadas superficies (preferentemente las muy femeninas) y en el aire mismo. El uso apropiado de estos encuadres concita el interés emocional (y mantienen la asombrada atención) del espectador y los extienden hacia los rostros o acciones del protagonista. Por otra parte, gracias a un extraordinario trabajo de montaje, las peripecias narradas en el libro aparecen comprimidas de manera virtuosística, presentadas a un ritmo acelerado y siempre recurriendo a tomas cerradas. En consecuencia, la acción descansa más en la efectividad de estos elementos antes que en un trabajo sobre los personajes. Más que un thriller pareciéramos estar ante un filme biográfico. Más que emoción o suspenso, el director logra asombro, estupefacción y hasta goce estético.
En este sentido, tenemos un notable trabajo de reconstrucción histórica, con escenarios y vestimenta espectaculares (y cuasi pictóricos), tanto (y sobre todo) de los ambientes sórdidos como de los más lujosos; así como de las locaciones rurales. Todas estas se muestran en oportunas panorámicas que son un regalo para la vista y un necesario contrapeso tanto al rápido avance del relato como a la planificación más micro de la puesta en escena. Sumemos a ello una música eficaz, que apoya tanto el contexto histórico, el factor emocional y la misteriosa incertidumbre requerida por la trama y el propio protagonista.
Todos estos componentes debemos colocarlos en el haber del filme. Mientras que en el debe tenemos una escasa caracterización de los personajes; consecuencia inevitable del enfoque del director. Así, a las víctimas las vemos muy de pasada y casi ni las conocemos. Los únicos dos personajes (fuera del protagonista) que exhiben alguna consistencia son Monsieur Baldini (Dustin Hoffman) y el siempre acertado (salvo al final) Monsieur Richis (Alan Rickman); no obstante, es triste ver a tan notables actores –sobre todo al primero– prodigarse en vano (cuando no desperdiciarse) en papeles que no ofrecen muchas posibilidades de desarrollo. El mismo trabajo de Ben Whishaw como Jean-Baptiste Grenouille destaca más por el misterio y contención que destila su personaje, antes que por algún tipo de emoción que transmita. El resultado es que posiblemente no haya ningún personaje con el cual nos podamos identificar en esta película.
En suma, esta quizás excesiva fidelidad al libro genera sensaciones encontradas que hemos tratado de sintetizar en estas dos hipotéticas percepciones del público; y que explicarían esa impresión ambivalente que sienten algunos luego de verla. Para unos, sus virtudes serán meros efectos técnicos faltando mayor consistencia y humanidad al relato. Para otros, esos factores técnicos transmitirían el sentido y sensaciones que un relato demasiado extenso de contar no lograría llegar a plasmarse en un largometraje.
¿Por cuál de estas dos lecturas nos inclinamos?
En realidad, esta es una película altamente disfrutable, de un elevado nivel de acabado artístico, salvo por las limitaciones que hemos señalado más arriba. Cabe preguntarse ¿era posible una adaptación distinta de esta novela a la conseguida por Tykwer? Ciertamente sí, pero a costa de alejarse parcial o considerablemente de la novela. Por tanto, el director se ha (o le han) impuesto de entrada una condición, un límite que supone un reto a lograr. Estamos, en consecuencia, ante esa difícil categoría de películas que sin ser obras maestras contienen algunos elementos de éstas y no son tampoco películas malas o fallidas. Hasta cierto punto una obra de arte mediana, no pretenciosa, consciente de sus límites. Con la diferencia de que el argumento del filme es sorprendente y su conclusión, hiperbólica. Y con el añadido, en este caso, de que El Perfume también incluye algunos elementos de una superproducción; pertinentes y justificados. La opción del director –privilegiar los elementos del lenguaje audiovisual sobre los meramente dramáticos del guión– resulta interesante, funciona (aunque chocará un poco a quienes tengan una lectura del tipo thriller), está lograda y supone una alternativa eficaz para superar el reto planteado por la producción audiovisual de esta concisa y a la vez exuberante novela. Recomendable.
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