L’ivresse du pouvoir
Dir. Claude Chabrol | 110 min. | Alemania – Francia
Intérpretes:
Isabelle Huppert (Jeanne Charmant-Killman),
François Berléand (Michel Humeau),
Patrick Bruel (Jacques Sibaud),
Marilyne Canto (Erika),
Robin Renucci (Philippe Charmant-Killman),
Thomas Chabrol (Félix),
Jean-François Balmer (Boldi),
Pierre Vernier (Président Martino),
Jacques Boudet (Descarts),
Philippe Duclos (Jean-Baptiste Holéo)
Estreno en España: 11 de mayo de 2007
Claude Chabrol ha vuelto con su recuperada grandeza, y como muestra este buen pedazo de cine de autor, delicia europea en pleno bombardeo comercial norteamericano de necedades sin fin. Con la impenetrable distinción de Isabelle Huppert, en el personaje de una juez estrella, que a diferencia de papeles anteriores, no es oscuro, ni ambiguo, sino bien al contrario claro como el agua. Borrachera de poder llega como aire fresco a las salas. Una perfecta muestra de la fragilidad del poder, y al mismo tiempo las infinitas conexiones de la corrupción que alcanzan a todas las esquinas, lo mismo da que sean políticos, jueces, banqueros, influyentes empresarios, y un largo etc.
El dinero es lo que engrasa el funcionamiento de esta máquina
“Como un dios que mira las flaquezas y locuras de sus criaturas con compasión, pero sin sentimentalismo”, así caracterizan desde el New York Times el estilo Chabrol. Y se puede afirmar que es una definición acertada a tenor de su último trabajo ahora en los cines, L’Ivresse du pouvoir, (Borrachera de poder, es la traducción española, aunque sería más justo y exacto La embriaguez del poder, asunto éste de las traducciones que no me canso de denunciar y manifestar mi disconformidad por la falta de respeto demostrada ante la propia identidad de la película).
Esta vaca sagrada del cine francés ha impreso un estilo frío y elegante, directo y sin el más mínimo victimismo en este desfile temático de corruptelas de asombrosa actualidad. Después de algunos trabajos (los más recientes) que han pasado sin pena ni gloria, Claude Chabrol, que comenzó como afamado crítico en Les Cahiers du cinéma a finales de la década de los cincuenta, y al que asociamos a las inmemorables Gracias por el chocolate (2000), No va más (1997) y La Ceremonia (1995) ha vuelto con su recuperada grandeza, y como muestra este buen pedazo de cine de autor, delicia europea en pleno bombardeo comercial norteamericano de necedades sin fin.
Para esta incursión en la actualidad más contemporánea, Chabrol ha recurrido a su musa pecosa, Isabelle Huppert, de impenetrable distinción que se absorbe magníficamente bien (como siempre sabe hacerlo) en el personaje de una juez estrella. A diferencia de papeles anteriores, este no es oscuro, ni ambiguo, sino bien al contrario claro como el agua, y justo como la justicia que pretende, con demasiados obstáculos, hacer valer a todos.
Jeanne Charmant Killman es una juez de paso firme, recto, austero, pero, eso sí, con un cierto sentido del humor que la hace flamboyante. Gran observadora de los comportamientos humanos, más al estilo de una psiquiatra que una juez, mueve fichas y peones en el tablero de la corrupción política y económica que impregna Francia, la grande. Mete en la cárcel a presidentes de importantes grupos industriales, corredores de comisiones, mediadores chivatos, testaferros, banqueros…y a quién se tercie para hacer cumplir la ley. A medida que más se adentra en informaciones comprometidas más limpia se trasluce, más poderosa en su honestidad.
El director francés, que ya había convencido a la Huppert para formar parte de su elenco de actores en siete ocasiones, enfoca la realidad con un zoom de tamaño gigante, zambulléndose en la verdad sin rodeos ni medias tintas. Humanismo es lo que rezuman los comportamientos tanto públicos como privados de los personajes, el que Chabrol siempre confiere a sus películas.
Lejos de esa sofisticación tan irreal de las superproducciones americanas, cuando abarcan el mismo tema, en L’Ivresse du pouvoir no hay superhéroes infatigables, ni perfectos, ni mucho menos malos carismáticos. La parte buena de la trama, la juez estrella que interpreta esta carismática actriz, tiene su talón de Aquiles, que se queda dentro de su propia casa. A medida que provoca respeto y miedo (tanto en sus colaboradores como superiores) con sus mediáticos expedientes, la talentosa juez pierde pie en su vida privada, que se desmorona, con un marido que no puede soportar tanto talento y éxito.
La cinta de Chabrol es un ejemplo más del necesario cine de autor, que llega como aire fresco a las salas. Una perfecta muestra de la fragilidad del poder, y al mismo tiempo las infinitas conexiones de la corrupción que alcanzan a todas las esquinas, lo mismo da que sean políticos, jueces, banqueros, influyentes empresarios, y un largo etc.
Feminista Chabrol, ha depositado la honestidad e inteligencia en dos mujeres enteras, que aupan a la poderosa Francia (donde la honestidad de otra mujer no ha conseguido representar a su pueblo) a un estatus protagonista. Los hombres se quedan un tanto dibujados en sus miserias, si bien hay que contar con la visión naturalista de un sobrino que se convierte en el mejor amigo de una mujer demasiado temida. Con pocos diálogos, muchos detalles a contraluz, (Chabrol juega con el detalle de los guantes rojos de la superjuez) la cinta se mueve en el terreno de la intuición, las miradas, los primeros planos, la humanidad irrisoria de los fantoches que manejan la corrupción, todo ello resaltado por la excelente fotografía de Eduardo Serra.
El final real como la vida misma: siempre hay alguien superior (mente) más poderoso.
Disfrutar de esta fría, pero ardiente actriz es todo un placer que atraviesa la pantalla, al igual que la historia de este ecléctico cineasta francés, que permanece en reposo (como el buen vino francés) en nuestras mentes más allá de la salida del cine.
“Borrachera de poder” obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine de Sevilla.
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