Dir. Julio Medem | 112 min. | España
Intérpretes:
Najwa Nimri (Ana), Fele Martínez (Otto), Maru Valdivielso (Olga), Nancho Novo (Álvaro), Peru Medem (Otto niño), Sara Valiente (Ana niña), Víctor Hugo Oliveira (Otto adolescente), Kristel Díaz (Ana adolescente), Pep Muné (Javier), Jaroslaw Bielski (Alvaro Midelman), Rosa Morales (Sofía), Joost Siedhoff (Otto Midelman), Beate Jensen (Ula), Petri Heino (Aki)
Estreno en Perú: 1 de enero de 2002
El cuarto largometraje de Julio Medem se centra en dos personajes, Otto y Ana. Es una historia de amor contada desde ambas perspectivas, la de él y la de ella, en tres momentos de sus vidas: niñez, adolescencia y juventud. El hecho de que los nombres de ambos sean palíndromos es una clave que adelanta lo que veremos en el filme, una historia circular y rodeada de azares que en el fondo son regidos por un inclemente destino.
Estamos ante una historia de amor, contada en tono melancólico, nostálgico, que se desarrolla en un ambiente lleno de coincidencias y casualidades que entrelazan la vida de los dos personajes en tres momentos distintos de sus vidas. Es un argumento que se rinde ante el azar, pero que en resumidas cuentas refleja un firme determinismo, una cierta fatalidad en el destino de estos dos seres.
Otto y Ana son quienes protagonizan esta historia, ambos nombres palíndromos, como curiosamente también lo es apellido del director (capicúa sólo es aplicable a los números); ellos narran a través de locuciones en off los distintos capítulos que componen la cinta, son caracteres opuestos, Otto, más parco y lacónico, mientras que Ana es más soñadora y vehemente. A medida que avanza el relato, las coincidencias y desencuentros se suceden y guiados por la mano del destino vemos a ambos discurrir caminos paralelos.
Medem constantemente apela a los propios recuerdos de los personajes haciendo avanzar y retroceder el relato mientras que el destino une y separa a Otto y Ana, primero en su edad temprana cuando se conocen, luego cuando comparten el mismo techo, pues sus padres se casan y por último cuando ya adultos corren por distintos caminos, hasta llegar a parar al mismo fin de la tierra (Finlandia, en el círculo polar ártico).
Najwa Nimri y Fele Martínez (el de Tinta roja) dan vida a los personajes adultos y aportan el aire melancólico a la cinta, son como dos seres suspendidos en el vacío, en busca de su otro yo, desligados de su otra mitad, ese clima está apoyado por la fotografía, de tonos fríos y azules, lo mismo que por la música de Alberto Iglesias, habitual de las películas de Almodóvar. En el apartado técnico también hay que reconocer el trabajo de montaje de Iván Aledo, que en su momento cosechó un Goya por su labor.
Los amantes del círculo polar es entonces una historia de amor que se cuenta de una manera poco ortodoxa, pero funcional e interesante, a pesar de que las voces en off y los flashback no sean un recurso novedoso, e incluso cuando las casualidades que empujan el argumento resulten un poco forzadas. Con todo es un filme que toma sus riesgos y se constituye un referente obligado dentro del cine español de los años 90.
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