Dirección y guión: Paz Encina | 78 min. | Paraguay – Argentina – Holanda
Interpretación: Ramón del Río (Ramón), Georgina Genes (Cándida).
Producción: Marianne Slot, Lita Stantic e Ilse Hughan.
Música: Óscar Cardozo Ocampo.
Fotografía: Willi Behnisch.
Montaje: Miguel Schverdfinger.
Diseño de producción: Carlo Spatuzza.
Festival de Lima: Sección Oficial Ópera Prima
Película de austeridad absoluta, tanto en lo formal como en la puesta en escena, nos presenta la cotidianidad de una pareja de ancianos agricultores paraguayos. Mientras el tiempo pasa, en el simple compartir de la sombra de un árbol, juntos, en la hamaca que da título a esta sugerente obra, o en la faena diaria, se va descubriendo a través de conversaciones disociadas de la imagen, la peculiaridad, la trascendencia íntima de los momentos mostrados, una carga emotiva que, como la lluvia que se presiente y se espera en el filme, está someramente apuntada.
Paz Encina logra a través de la contemplación -no hay otra manera de decirlo- de su opera prima, con planos eternos, como si se tratasen de postales pasadas a cámara lenta, que nos sintamos extraños, invasores, forasteros, dentro de la vida rural. Más aún cuando sus personajes sólo se expresan en guaraní, forzándonos a leer los subtítulos y adoptar una perspectiva globalizada, sin la cercanía del idioma común, pero con la empatía (o la conmiseración) que genera el conocimiento del sufrimiento humano, de la zozobra por la noticia que no llega y la angustia por el paradero del hijo que se embarca en un viaje incierto, del cual solo conocen la definición: guerra.
El discurrir del tiempo, de las conversaciones reiterativas, por momentos amargas, de unos personajes casi espectrales -a los que oímos en un tiempo indeterminado- evoca algunas sensaciones de la lectura de Rulfo, donde el campesino se configura en una interrogante que solo se lo entiende a través de los afectos. Aunque una vez aceptado el artilugio formal, sólo queda «escuchar» la historia, es el caso singular de una película de apenas 78 minutos, que en el procesamiento de un luto lejano, y dejándonos con las manos vacías -el encuadre mismo con el que empieza- se convierte en una experiencia cinéfila interesantísima, que requiere, eso sí, paciencia y compromiso por parte del espectador.
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