Dir. Brad Bird | 110 min. | EE.UU.
Intérpretes (inglés/español):
Patton Oswalt/Guillermo Romero (Remy), Ian Holm/Carlos Isbert (Skinner), Lou Romano/Fernando Cabrera (Linguini), Brian Dennehy/Juan Amador Pulido (Django), Peter O’Toole/Luis Mas (Ego), Brad Garrett/Héctor Cantolla (Gusteau), Janeane Garofalo/Inés Blázquez (Colette), Will Arnett/Jesús Carrasco (Horst), Julius Callahan/Álvaro Navarro (Lalo), James Remar/Abraham Aguilar (Larousse)
Estreno en Perú: 26 de julio de 2007
Ratatouille es una deliciosa y exquisita animación. Su “Petit Chef”, Remy, nos fagocita en un halo de sabor, olor y gusto por toda la cinta, literalmente nos hace agua la boca, y consigue (de lo que han desistido ya nuestras madres), que salgamos del cine con una disposición inusual a entrar en la cocina y manejar salsas, fritos y refritos, y reivindicar, de paso, la vuelta del “slow food”, o cocina de nuestras abuelas, aunque no sin darle nuestro toque siglo XXI. Con un ritmo acertado, la trama va discurriendo sin aburrir a los niños y sin decepcionar al adulto. Bird resuelve con rapidez e ingenio todo el entramado que pone en marcha a fin de dar normalidad a una rata chef de vanguardista genialidad gastronómica, junto a un grupo de personajes singulares, como el lavaplatos Linguini, y sus compañeros de empresa.
Con mucho «gustó»
Haciéndome un hueco entre los gritos y algarabía de todos los niños de mi ciudad, trato de convertirme en invisible detrás de mis gafas “incógnito”, procurando mirar solo al frente, como adulto que, sin haber conseguido alquilar la compañía de un sobrino, me adentro en terreno ingenuo donde todo es posible aún. Pero es que resultan irresistibles estas piezas artesanales que elevan la virtud de la paciencia por el detallismo, consiguiendo en cada encuadre un toque de acogedora calidez. Y créanme ha merecido la pena, una vez las luces apagadas, y la aparición de la última personalísima creación de los estudios Pixar, sorprendiéndonos cada vez más a cada nueva ánima insuflada de tanta vida, cosas y animales varios: Toy Story, Monstruos S.A., Los Increíbles, Buscando a Nemo, o Cars. Rompiendo barreras en la elección de la fauna, (lo de Bambi es el colmo de la cursilada para la infancia del milenio) y haciendo enemigos en la industria raticida, el director estadounidense Brad Bird ha hecho de las suyas con Ratatouille (vocalice ra-ta-tuí), y tal logro ha conseguido, que ya veo a todos los niños (y no tan niños) pedir a Papa Noel una rata de mascota.
Lo confieso. Sí, me pirran estas fantasías animadas en las que se inculca en los niños un respeto a toda clase de bestias (incluidos -trabajos previos-, los monstruos nocturnos de todo niño que se precie). Difícil se lo está poniendo este lenguaje cinematográfico a la práctica de la pesca, la caza, o las sempiternas fechorías de la chiquillada desollando ranas y lombrices. Deseable sería, puestos ya en tal filantropía, que un día llegue la película del torito, y su tribu, para ir implantando mentalidades antitaurinas en los futuribles.
Ratatouille es una deliciosa y exquisita animación. Su “Petit Chef”, Remy, nos fagocita en un halo de sabor, olor y gusto por toda la cinta, literalmente nos hace la boca agua, y consigue (de lo que han desistido ya nuestras madres), que salgamos del cine con una disposición inusual a entrar en la cocina y manejar salsas, fritos y refritos, y reivindicar, de paso, la vuelta del “slow food”, o cocina de nuestras abuelas, aunque no sin darle nuestro toque siglo XXI. Algo que expresan muy claramente los guionistas en una crucial escena de la divertida película, cuando el crítico Antón Ego, (tema estrella de la trama, la candente perspectiva de los infelices críticos culinarios), viaja de vuelta, mediante el paladar, a su… pero mejor no les estropeo el menú sorpresa de este chef tan peludo y talentudo.
Ser chef no es cosa fácil. Aunque si se posee un talento innato, se es consciente de su propia genialidad y por ello se es muy, pero que muy perseverante, hasta una rata puede conseguir ser el genio de los fogones. Y así lo cree Remy, adorador del gran rey parisino de la cuisine, Ms. Auguste Gusteau, que apostilla en su bestseller “Cualquiera puede cocinar” eso mismo. Si complicado es ser un artista gastronómico, cuando ese talento sin límites roza con sus chispas a una pequeña rata, por muy simpática, limpia y seductora que resulte, (el elemento incomprendido entre su colonia rateril), el milagro se torna harto complejo. ¡Mon Dieu, imaginen, una rata entre la huerta francesa! Pero Remy nos seduce desde el comienzo, y nos sorprende en su inocente atracción por los humanos, puesto que la buena bestia cree que todos son buenos.
El instinto de supervivencia ante un percance de cariz humano lleva a Remy a las alcantarillas de un hermosísimo París, engalanado de todos los tópicos que tanto gustan a los americanos, como si su única referencia fuera Cantando bajo la lluvia. La fortuna hace que esas alcantarillas estén justo debajo del restaurante de su admirado Gusteau (pronunciar «gustó») fallecido de pena por perder una estrella en la valoración de su cocina. Con un ritmo acertado, la trama va discurriendo sin aburrir a los niños y sin decepcionar al adulto. Bird resuelve con rapidez e ingenio todo el entramado que pone en marcha a fin de dar normalidad a una rata chef de vanguardista genialidad gastronómica, junto a un grupo de personajes singulares, como el lavaplatos Linguini, y sus compañeros de empresa.
No podía faltar la colaboración de nuestro chef estrella, el cercano Ferran Adrià, que además de prestar su voz a un comensal un tanto quisquilloso, ha sido generoso al regalar sus conocimientos culinarios a los guionistas, aportando, además, ideas para algunos de los platos que se muestran en la película, ¿es quizá la deconstrucción de un tradicional plato campesino, la ratatouille, uno de sus toques?
Permítanse este gustazo, donde se profundiza sobre la excelencia del artista y su don. Esta pequeñas grandes obras de animación son de un virtuosismo a admirar como cualquier película oscarizada (de hecho Los Increíbles consiguió el Oscar 2005 al mejor cine de animación). Les recomiendo no llegar tarde a la sesión, puesto que al igual que ocurriera con Ice Age, (y su obstinada ardilla), la pequeña pieza que sirve de aperitivo a Ratatouille es para caerse de espaldas.
¡Bon appétit!
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