El revuelo causado por los comentarios de Alfredo Vanini, sobre el carácter racista del afiche del Festival de Lima, nos ocupó buena parte de la semana pasada. Luego de la respuesta de Sandro Venturo, decidimos ocuparnos a profundidad del tema una vez acabado el festival. Y eso haremos ahora.
Este debate, que tuvo raíz en La habitación de Henry Spencer, se diseminó rápidamente por la blogosfera alcanzando luego a distintos medios escritos, radiales y televisivos, y pasó a convertirse en un tema de discusión cultural. Hablamos de cultura en un doble sentido. Como pieza artística (un afiche) o evento (festival de cine) y como reproducción en esos ámbitos de una fractura social profunda en el Perú. Una fractura no reciente que se refleja en situaciones de exclusión, discriminación y racismo. Si esto no fuera un fenómeno real, si no tuviera lugar en un festival con sede en el exclusivo (y excluyente) distrito limeño de San Isidro, posiblemente nadie hubiera hecho caso de este post publicado por Luis Carlos Burneo en su blog.
En Cinencuentro habíamos observado que en la campaña de difusión del Festival de Lima no aparecían personajes que podrían ofrecer una visión más completa del cine o la cultura nacionales (e incluso limeñas). Por ejemplo, hubiera sido ideal que en la campaña estuvieran intérpretes como Marisela Puicón, Tula Rodríguez o Jesús Aranda y no sólo personajes como Christian Meier o Vanessa Saba. Incluso, esta imagen de la campaña Perú en pantalla, realizada a fines del año pasado para exigirle al Estado mayor presupuesto para el Conacine, fue una muestra de la diversidad nacional y de la propia cinematografía peruana, con la participación desinteresada de Jimena Lindo, Magaly Solier y la propia Melania Urbina, actrices de las películas La prueba, Madeinusa y Un día sin sexo, que se habían estrenado recientemente por esas fechas.
Asimismo, el tema del precio de las entradas es otro punto que limita un mayor acceso a los filmes del Festival. Estas inquietudes eran parte de un cuestionario enviado el 18 de julio a Alicia Morales, Directora Ejecutiva del Festival, quien por razones de tiempo se excusó de no poder responder. Sin embargo, estas preocupaciones ya eran indicios a considerar por los organizadores. Algunas preguntas del cuestionario eran las siguientes:
8. En el aspecto económico, ¿Cómo se logra financiar un evento de la magnitud del Festival?
9. ¿Las entradas forman parte importante del presupuesto? Porque si se va a pérdida, ¿Los precios del Festival no deberían ser, como actividad cultural que es, menores a los del cine comercial?
10. Tenemos entendido que este año habrá un concurso de cortometrajes. ¿El Festival de Lima emprende así el intento de contribuir de manera directa a la cinematografía peruana?
11. El Festival se realiza sólo en un pequeño sector de la ciudad, ¿Se planea llevar el festival a nuevos públicos (los conos, el centro) en un mediano plazo?
12. Si están buscando ampliar el público del festival, ¿por qué emplean los referentes de siempre: Lombardi, Meier, Melania Urbina?
Cuando apareció la entrevista a Vanini, el asunto cobró una dimensión más completa (y compleja). Visto desde fuera (léase desde Madrid, Buenos Aires o México) todo este debate parece un poco exagerado. Sin embargo, hay que colocar todo en su contexto y no verlo aisladamente. Si el objetivo de la campaña era que el festival representara o llegara a todo Lima, entonces eso no se reflejó en los personajes del afiche, extranjeros famosos en sus países pero desconocidos para los limeños. Peor aún si vemos que uno de los personajes limeños –el probable vendedor ambulante– aparece de espaldas, sugiriendo que no le interesa el evento. El problema de esta campaña es que no ha sido coherente, los mensajes están contrapuestos al objetivo declarado de la misma; con el agravante de que aparecen personajes desconocidos para la gran mayoría del público (incluyendo posiblemente a muchos cinéfilos). Al no estar claro el mensaje, la gente comienza a buscar uno y lo que aparece es este tema de exclusión social y racismo. En ese sentido, coincidimos con el fondo del análisis de Alfredo Vanini, el cual ha sido comentado acertadamente por el sociólogo Martin Tanaka:
Los personajes de la cola no miran al pata de la gorra; pero el pata de la gorra tampoco parece interesarse en ellos. A mí lo que me dice el afiche más bien es cómo todo el mundillo del festival está aislado del contexto de la ciudad y del país, así como este debate, básicamente virtual, pasa totalmente desapercibido para la mayoría de la gente. El afiche, desde este punto de vista, es injusto, porque en las películas y documentales del festival hay cosas muy interesantes y relevantes para el país. El esfuerzo del CCPUCP y del festival debería ser justamente mostrar que tiene algo interesante que decir a todos, más allá del círculo de siempre. Y que no son una isla aislada del país, sino parte integrante de éste.
Gonzalo Portocarrero, aludido en la conversa por Vanini, también se interesó en el tema y comentó así en el blog de Luis Carlos:
Me parece que el análisis de Alfredo Vanini es impecable… Efectivamente, es clarísimo cómo nuestro inconsciente social nos “traiciona”… Creo que lo que cabe aquí es una reflexión pues el afiche nos dice cómo, pese a todo, el racismo está tan profundamente dentro nuestro.
Por tanto no basta con entender las razones del emisor, sino qué lectura hace el receptor. Es posible que la intención de los organizadores haya sido otra (así lo sugiere el spot de Aldo Miyashiro, más fiel a la intención del evento que el resto de la campaña); y también es comprensible que existan limitaciones presupuestales (como lo indicaría que varias de las personalidades hayan prestado su imagen ad honorem). Sin embargo, la reacción de muchos profesionales, cineastas y cinéfilos constituye un llamado de atención y reflexión para que el Festival tome en consideración estas reacciones. No en vano, Sandro Venturo y Gustavo Rodriguez, directores de Toronja Comunicación Integral, reconocieron en mayor o menor medida el error y se disculparon por eventualmente haber afectado los sentimientos de muchos peruanos que se sienten excluidos de este evento cultural.
Venturo dijo:
“Si alguien se ha sentido ofendido, sepa que esa no ha sido nuestra intención”.
Mientras que Gustavo Rodríguez dijo en una entrevista en La República:
¿Cómo tomaron la acusación de racismo por el afiche que hicieron para el Festival de Lima?
Con sorpresa. Somos culpables de no haber previsto una lectura válida del personaje que el artista puso ahí, cuando pudo haberlo hecho de otra forma. No hablo en nombre de Toronja, pero creo que el inconsciente nos juega malas pasadas. Pero de ahí a decir que somos racistas hay una gran distancia. Se mueven otros intereses.
Y es que el Festival de Lima es realmente el principal evento cinematográfico del país, cuya existencia sería inviable si dependiera de las posibilidades económicas y organizativas de la cinematografía peruana. Valoramos el esfuerzo que realiza la PUCP, la ardua labor de su Centro Cultural y el apoyo de los auspiciadores que permiten la llegada a Lima de filmes que de otra forma difícilmente veríamos; así como por hacerlos llegar a los conos de Lima y de algunas ciudades del país. Pero, al mismo tiempo, les hacemos notar que posiblemente este Festival sea aún más importante de lo que sus organizadores perciben. Hace poco, el sociólogo Julio Cotler recordaba que cuando iba al cine y la película se retrasaba o fallaba la gente gritaba “a romper bancas”; de esa forma comparaba la protesta de las regiones ante la existencia de ingentes reservas fiscales y el retraso en su distribución al resto del país. Salvando todas las distancias, en un mercado dominado por la producción hollywoodense, la posibilidad de ver algo distinto y la llegada de un lote de películas latinoamericanas (varias de ellas de primer nivel) tiene un potencial de público mucho mayor que el imaginado; y estimula también las expectativas por verlas.
Es por ello que el reclamo –la “rotura de bancas” mediática que hemos visto en estos días– debe ser un llamado de alerta a los organizadores del festival, para que se tracen la meta de lograr un festival que refleje la identidad de nuestra urbe, plural y diversa; donde no sólo se trabaje mejor la estrategia de comunicación, sino que los beneficios culturales de esta actividad lleguen a amplios sectores. Esto es algo que todos agradeceremos.
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