Antes que se nos pase más el tiempo, y esto termine fuera de nuestro alcance, elaboramos un balance de lo que nos pareció lo bueno y lo malo del festival que acabó hace una semana:
Lo bueno
- Filmo-corto: un puente que, por fin, después de una década, vincula al festival con las bases de la cinematografía peruana, sobre todo gente muy joven, más allá de quienes hayan sido los ganadores.
- Algunos brillos en la imagen del festival: el nuevo logo, armónicamente diseñado, con buen empleo del color y grafías sugestivas, y el relanzamiento del trofeo Spondylus, el premio del festival, una bella obra de la diseñadora Ester Ventura.
- Ceremonia de inauguración y clausura: aunque con los retrasos de siempre, las ceremonias se llevaron a cabo sin contratiempos ni mayores errores. La clausura, en especial, fue menos aparatosa y más ordenada que otros años.
- Ganadores anteriores invitados: se ha invitado a ganadores del festival del año pasado en calidad de jurado, como el argentino Rodrigo Moreno, Cristóbal Vicente, documentalista chileno director de Arcana, o la misma Claudia Llosa.
- Relación con Fipresci: la presencia de Klaus Eder por segundo año consecutivo, esta vez como jurado.
- La hospitalidad con los invitados extranjeros: el excelente trato que el festival le da a los invitados, el actor argentino Arturo Goetz, por ejemplo, manifestó en la presentación de la película El asaltante, que el trato del festival es muy cálido, se sentía muy bien atendido y feliz, a diferencia de los grandes festivales del mundo, donde hay mucha frialdad y distancia.
- Los homenajes póstumos a José Watanabe y Pablo Guevara.
- Las películas del ciclo de la Semana de la Crítica de Cannes, que elevaron la cuota de buen cine durante el festival.
- Algunas ficciones en competencia: Luz silenciosa, El otro, Hamaca paraguaya, Una novia errante, El violín, XXY, El camino de San Diego.
- La excelencia de la sección documental: Santiago, El telón de azúcar, Copacabana, Forever, y de las muestras de Francia y Canadá.
- Los cortos de Pablo Guevara rescatados por la revista Tren de Sombras.
Lo malo
- Las contradicciones de la campaña: los errores del afiche y la esquizofrenia en la imagen del festival.
- Encarecimiento del festival: el costo de las entradas, 12 soles general y 10 estudiantes en el CCPUCP y 15 soles en CinePlanet Alcázar -las salas con la programación más variada-, y de la cafetería del Centro Cultural, volvieron prohibitivo para cinéfilos con menos recursos asistir al festival. En CinePlanet no hubo descuento alguno.
- El poco nivel de la muestra y de la calidad de las proyecciones en algunas sedes, como el Cine Metro y Arequipa; desconocemos lo que haya sido de la muestra en Vichama de Villa El Salvador o en la Biblioteca Nacional. Pero en general, el hecho que no sean eventos en la sede principal no significa que se deban realizar descuidadamente, más aún cuando son los espacios donde efectivamente se debería democratizar y descentralizar el festival.
- La reducción de plazas: aunque se aumentó la cantidad de pantallas de exhibición este año, se redujeron los CinePlanet donde se proyectaron las cintas, CinePlanet Norte y Risso no contaron para los planes del festival de este año.
- La mala selección de la mayoría de ficciones en competencia, con mediocridades de las que no se libró casi ningún país: Cuba, Ecuador, Bolivia, México, Brasil, Chile, Argentina y Perú, el anfitrión.
- El problema de las acreditaciones de prensa para las funciones en los CinePlanet. Un maltrato que no se debería repetir.
Con todo, errores y aciertos, el Festival de Lima es un espacio para poder ver y reconocer nuestro cine (latinoamericano) que esperamos siga creciendo, conciente de sus puntos fuertes y débiles, y que el próximo agosto nos sorprenda con nuevos brillos y cintas valiosas.
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