La xenofobia le estalla en la cara a Freddy, un ex campesino cocalero del Altiplano que ha optado por emigrar sin reparar que en su condición casi da lo mismo que esté en La Paz, Buenos Aires o Lima. La fonda donde trabaja tiene como visitante crónico a un sujeto amargado y hostil llamado “Oso”, quien reniega de todo y contra todos, pero en especial pone la puntería en el extranjero. Bolivia funciona como microcosmos latinoamericano y tercermundista en general. A partir de un área de cien metros cuadrados, Caetano concentra, cual hervidero urbano, una serie de pulsiones que laten al borde del infarto colectivo. Setenta y cinco minutos de conciencia de límites logísticos y posibilidades creativas que han engendrado una propuesta rigurosa y honesta, sin ripio.
Hace casi cinco años, a fines del 2002, escribí sobre Bolivia, la notable película de Israel Adrián Caetano, en el segundo y último número de la revista Abre los ojos, una publicación que dirigió Mario Castro Cobos. A propósito de su exhibición en la muestra Un mundo casi perfecto. Cine, Sociedad y Periferia, incluyo el texto aquí, no sin cierto rubor, y percatándome que el mensaje social y político de la cinta aún sigue vigente. Uno de los momentos memorables es cuando le preguntan a Freddy: «¿vos sos peruano?».
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Adrián Caetano ha comprendido que el oficio de cineasta, artista en fin, consiste en decir algo. Si la parafernalia del cine industrial conduce a un artilugio inexpresivo y mimetizante, que equivale a la ausencia o la muerte del autor, ¿para qué filmar así? No vale la pena. La expresión artística está más allá de taquillas y premios. Lo fundamental es que la obra comunique el pensamiento o el sentimiento de sus creadores. Si en esta parte del mundo no estamos para lujos, lo recomendable es maximizar los escasos recursos y convertirlos, de ser posible, en fuente de estilo. Aprovecharlos. Evitar la acumulación de locaciones, personajes y caras conocidas en el reparto si sólo sirven para evidenciar la falta de creatividad y reflexión. ¿Para qué mostrar en la pantalla un despliegue generoso de medios que no se puede pagar sin hipotecar la casa ni, muy probablemente, sirva para una efectiva puesta en escena? Bolivia, en la frugalidad de su fabricación, funciona desde las calles bonaerenses aplanadas por Menem y De la Rúa como microcosmos latinoamericano y tercermundista en general. A partir de un área de cien metros cuadrados, aproximadamente, Caetano concentra, cual hervidero urbano, una serie de pulsiones que laten al borde del infarto colectivo.
La xenofobia le estalla en la cara a Freddy, un ex campesino cocalero del Altiplano que ha optado por emigrar sin reparar que en su condición casi da lo mismo que esté en La Paz, Buenos Aires o Lima. La fonda donde trabaja tiene como visitante crónico a un sujeto amargado y hostil llamado “Oso”, quien reniega de todo y contra todos, pero en especial pone la puntería, a veces de carambola, en el extranjero. Las relaciones de Freddy con su jefe, otros clientes y demás personas, son menos ásperas pero tampoco son agradables. Se impone una atmósfera asfixiante que el blanco y negro acentúa y la cámara, casi siempre estática, mira con laconismo estoico digno del maestro francés Robert Bresson. Los intérpretes, en su gran mayoría no profesionales, cultivan el notable acierto de no actuar, en el sentido histriónico del término, sino administran las emociones hasta lo indecible.
Así como L’America (1994), del italiano Gianni Amelio, encarnaba el sueño migratorio universal, aderezado con estereotipos sobre las grandes ciudades de Italia y Norteamérica, Bolivia simboliza mucho más que una nacionalidad específica. La película pudo haberse llamado Perú sin problema alguno y nadie podría haberse quejado. No se llama Argentina porque sería muy obvio, ese es el nombre que esconde debajo del desconcierto de Freddy. Si se llamara Brasil, Wall Street habría retraído sus inversiones en América del Sur, y si Caetano fijaba la mirada en Chile, las huestes pinochetistas eran capaces de írsele encima. Es que ahí creen en su progreso labrado a punta de artificio y sangre.
En fin, Bolivia es una radiografía de la actualidad de los desposeídos del planeta, acorralados por el desempleo, la carestía de vida y la xenofobia, entre otras perlas, y la desesperanza y agresividad hacia el otro que surgen como consecuencia de aquellos factores. En la fonda, donde se registra el clima de la calle, y en la calle, donde el maltrato de la policía revela el envilecimiento oficial que recorre el país. Bolivia es un ejemplo para el cine de América Latina, setenta y cinco minutos de conciencia de límites logísticos y posibilidades creativas que han engendrado una propuesta rigurosa y honesta, sin ripio.
Bolivia
Dir. Adrián Caetano | 75 min. | Argentina – Holanda
Intérpretes:
Freddy Flores (Freddy)
Rosa Sánchez (Rosa)
Oscar Bertea (Oso)
Enrique Liporace (Enrique Galmes)
Marcelo Videla (Marcelo)
Héctor Anglada (Héctor)
Alberto Mercado (Mercado)
Luis Enrique Caetano (Hombre Locutorio I)
Rodolfo Resch (Hombre Locutorio II)
Rafael Ferro (Borracho)
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