El sur (1983)
Dir. Víctor Erice | 95 min. | España – Francia
Intérpretes:
Omero Antonutti (Agustín Arenas)
Sonsoles Aranguren (Estrella, 8 años)
Icíar Bollaín (Estrella, 15 años)
Lola Cardona (Julia, esposa de Agustín)
Rafaela Aparicio (Milagros)
Aurore Clément (Irene Ríos/Laura)
Francisco Merino (Coestrella de Irene Ríos)
Maria Caro (Casilda)
Estrella, una adolescente recuerda su infancia y a Agustín, su padre, siempre distante por un pasado misterioso que el filme irá desentrañando. Mediante estos recuerdos vemos los tristes efectos de este desapego paterno sobre su hija, al mismo tiempo que vamos conociendo sus motivos: la desilusión sentimental, la separación del padre a causa de la guerra civil española. Todo ello narrado con una relativa sutileza que destaca un tono nostálgico muy logrado. El afecto no correspondido (o, más bien, no suficientemente correspondido) es el centro emocional de esta bella película. El Sur.
Estrella, una adolescente recuerda su infancia y a Agustín, su padre, siempre distante por un pasado misterioso que el filme irá desentrañando. Mediante estos recuerdos vemos los tristes efectos de este desapego paterno sobre su hija, al mismo tiempo que vamos conociendo sus motivos: la desilusión sentimental, la separación del padre a causa de la guerra civil española. Todo ello narrado con una relativa sutileza que destaca un tono nostálgico muy logrado. Pero lo mejor es que no desbarra en la manipulación emocional ni el melodrama extremos, que caracterizan a otros directores relevantes (en particular, italianos, como Giuseppe Tornatore). Pero que tampoco llega a un grado de comedimiento que oculte o limite el compromiso emocional del director con sus personajes.
Para obtener estos resultados, Erice ha trabajado notablemente la iluminación, casi siempre en penumbra, alumbrando con los tonos del ocaso, cálidos o trabajando con escenas nocturnas. Incluso durante el día, la casa familiar tiende a la oscuridad. Adicionalmente la gran mayoría de las escenas del filme viene separadas por un fundido a negro, el cual resplandece un poco antes de aparecer o desaparecer. Ello sugiere la continua intrusión de la memoria, de los recuerdos que van acompañados por una oportuna voz en off de la protagonista que comenta los efectos del distanciamiento paterno, en situaciones y comportamientos adecuados a su edad; y que marcan también una pauta para ella: la de la soledad y el aislamiento emocional. A todo esto se suma un trabajo sobre los rostros de los personajes y un tempo lento, pero no pesante. Hay, en la suma de todo esto, una respiración y un ritmo que suavemente nos va envolviendo en el proceso de crecimiento de la protagonista. En ese sentido, el guión va introduciendo gradualmente y mediante diversas insinuaciones (situaciones, diálogos) los componentes del drama, hasta hacerlos patentes en la conversación final de padre e hija en el bar de un hotel. Plática en la que el padre no llega a verbalizar lo que implícitamente acepta y que es expresado por su hija. Es increíble cómo el dolor implícito en esta y otras situaciones aparece ya disuelto en la nostalgia de la que sólo un notable final abierto nos hace apartarnos en este bello cuadro de la temprana memoria de una vida. Un final que nos remite al título de este filme, presentado como espacio originario y a la vez mítico de los sucesos que se insinúan y muestran en el relato (no en vano, el cine donde Agustín y su hija ven a la ocasional actriz Irene Ríos se llama Arcadia).
Fuera de ello, nos encontramos también ante un mundo femenino. Salvo el distante padre, el otro personaje masculino aparece sólo mediante una voz en el teléfono. El mundo de Estrella es el de las mujeres, empezando por su madre y con la presencia, más ocasional de la empleada Casilda, la abuela paterna y la simpática aya de su padre. Todas ellas aceptan también, resignadas, la situación y la actitud del padre. El único momento de concesión masculina ocurrió en la primera comunión de Estrella, cuando el padre está (semioculto) en la iglesia y, luego, cuando baila con su hija un pasodoble que luego recordarán. El afecto no correspondido (o, más bien, no suficientemente correspondido) es el centro emocional de esta bella película. Quienes quieran conocer una versión de este rechazo emocional en un mundo masculino, pueden leer El tartamudo, la notable novela de Abelardo Sánchez León.
Para terminar, unas palabras sobre el uso del paisaje. En esta fragmentaria sucesión de flashbacks encontramos, a modo de intermedios, miradas al paisaje muchas veces otoñal y hasta invernal que rodea la vida de Estrella. Se trata de imágenes poderosas que sugieren un trasfondo mayor o representan un eco de los procesos emocionales que van emergiendo lentamente del relato. Para empezar, el camino a casa, que aparece una y otro vez como el camino de la vida, siempre abierto, como el final del filme; por allí transitarán en distintos momentos de su vida la protagonista, pero también Agustín y otros personajes. A ello se suma también el nombre de la casa (La Gaviota) y la veleta que marca en distintos momentos las distintas direcciones posibles abiertas al viaje y a la indagación; que siempre serán introspectivas. Más aún, todo ello va en contraste con unos personajes que a lo largo de los años prácticamente no se mueven del lugar; y si bien en el juego de luces y sombras hay siempre un tono cálido, el frío paisaje externo se encarga de apagar esos incipientes fuegos, de enfatizar el distanciamiento y la estabilidad del dolor en el aislamiento del campo. Esto se simboliza en las imágenes de la casa, tanto desde exteriores como los propios interiores, las imágenes de los alrededores en invierno, el barquito congelado, la nieve. Ecos de un conflicto antiguo y oscuro (del padre), pero también desarrollo de la hija y apertura a rutas que la película apenas deja vislumbrar a partir de unas postales: el sur.
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