Dir. Augusto Tamayo | 135 min. | Perú
Guión: Augusto Tamayo San Román, basado en la novela de Augusto Tamayo Vargas.
Fotografía: Juan Durán.
Música: Víctor Villavicencio.
Intérpretes:
Diego Bertie (Enrique Aet), Vanessa Saba (Doris), Gonzalo Molina (Oswaldo Aet), Paul Vega (Rodolfo Rodríguez), Milena Alva (Guillermina Aet), Gianfranco Brero (Joaquín Cañedo), Alberto Ísola (Don Beltrán), Enrique Victoria, Cecica Bernasconi (María Cristina), Nidia Bermejo (Jacinta), Rossana Fernández Maldonado, Pierina Pirota, Wendy Vasquez, Daniela Winder (hermanas de Enrique Aet), Carlos Gassols (Presidente).
Joven ingeniero de caminos, Enrique Aet (Diego Bertie) es un profesional empeñado en la construcción de vías de comunicación a principios del siglo XX en el Perú. Son épocas de construcción y de desarrollo fuertemente influenciadas por el espíritu positivista de una República que está abocada a integrar un país de geografía agreste y difícil. Salida de una destructora guerra a fines del siglo anterior, la República Peruana ha iniciado su avance hacia la apartadas pero importantes regiones de la selva, en un intento por incorporar la enorme Amazonía al resto del país.
¿Qué relación hay entre Beethoven, monstruo inmortal y Una sombra al frente? En que la película de Agniezka Holland tiene un muy buen acabado técnico y artístico en todas las áreas de la producción pero que pese a ello la película termina en un fiasco; mientras que la película de Augusto Tamayo San Román tiene diversas debilidades en varias áreas de la producción pero finalmente levanta vuelo y nos ofrece una sólida visión de su personaje. Además, mientras que el filme sobre Beethoven no es exactamente sobre el compositor sino sobre su inventada copista, el filme peruano sí está centrado en un personaje real: el abuelo de su director Augusto Tamayo.
Por otra parte, este filme sobre los esfuerzos por integrar a la Amazonía peruana mediante las comunicaciones a comienzos del pasado siglo, puede compararse con la película Los Andes no creen en Dios del director boliviano Antonio Eguino, que comentamos el mes pasado. El principal punto de contacto es que ambos comparten como protagonista al mismo actor: Diego Bertie. Asimismo, las dos películas tienen como soporte importante el ser reconstrucciones históricas, en un caso la Lima de los años 20 del siglo pasado y en el otro el centro minero de Uyuni en esos mismos años. La diferencia está en que la película boliviana tiene varias historias del mismo peso en torno a varios personajes, uno de los cuales (interpretado por Bertie) viene a ser un observador participante que finalmente se salva de caer en la maldición de la mina. En cambio, en la película peruana no solo hay un personaje central sino que este sí logra vencer los retos de la naturaleza mediante el ideal positivista al hacerlo a través de la ciencia, en este caso, de la ingeniería. En ese sentido, hay un cierto tono épico no del todo logrado en ambos filmes.
Examinemos las debilidades de Una sombra al frente. Quizás hay un exceso de ambición de Tamayo por recrear hechos espectaculares con recursos más bien escasos. Escenas como la caída del puente, las marchas y conflictos sociales de la época y, en cierta medida, el viaje en barco, si bien están logrados, despertarán en el espectador acostumbrado a la espectacularidad de este tipo de escenas en el cine norteamericano, una incomoda e injustificada comparación. En segundo lugar, la escenografía y ambientación no alcanza el mismo nivel de elaboración y acabado que el conseguido por Eguino en su película. Los decorados y locaciones utilizadas por Tamayo parecieran no haber sufrido demasiadas transformaciones e, incluso, en algunos casos, encontramos espacios vacíos o que pudieron haber sido más o mejor ambientados con fines significativos. En cambio, la película boliviana muestra unos interiores muy trabajados que por momentos llegan a convertirse en un deleite estético; cierto que, en una situación “globalizada” en el altiplano y donde conviven bolivianos, peruanos, chilenos, europeos y norteamericanos, todos juntos y bien revueltos. Por si fuera poco escuchamos una orquesta típica boliviana tocando tangos y música popular de la época así como una convincente reconstrucción de la fonda campestre de una sensual hetaira andina; no hablemos ya de los excelentes y apropiados vestuario y maquillaje. Este tipo de trabajo podemos encontrarlo en los interiores de la casa de Doris (Vanessa Saba) y el restaurante señorial donde los antiguos amantes se vuelven a ver luego de algunos años, así como el café limeño donde se reunían varios parroquianos para hablar de política. Si bien la ambientación de Una sombra al frente no alcanza el grado de detalle, recargamiento y cuidado del filme boliviano, sí consigue dar credibilidad a las locaciones y época que quiere mostrarnos el director. Es posible que en este punto hayan intervenido factores de presupuesto o impedimentos para modificar algunos interiores en el Centro Histórico de Lima.
En cuanto a las actuaciones, aquí destacan sobre todo la veteranía y experiencia de varios de los actores con papeles secundarios como Enrique Victoria, Carlos Gassols, Gianfraco Brero y Alberto Ísola. Vanessa Saba también compone muy bien su personaje, no así la fulana con la que el ingeniero Aet se encama en su viaje a Alemania (Cecica Bernasconi), ni los caricaturescos personajes teutónicos (en esto Eguino le lleva ventaja con sus más convincentes gringos asentados en las alturas de Uyuni). Paul Vega y Carlos Carlín también logran buenas interpretaciones mientras que Diego Bertie luce en varios momentos un poco acartonado, quizás más de lo que le exige su personaje, que es un poco rígido y distante. En ese sentido el actor repitió el plato que ofreció en el filme de Eguino.
Pese a todas estas debilidades, Una sombra al frente logra salir adelante gracias a que tiene un guión mejor estructurado que la mencionada cinta boliviana. De esta forma vemos como la lucha del ingeniero Aet revela un personaje adicto al trabajo y que no es conciente de las tribulaciones políticas de la época ni de sus consecuencias. Igualmente, desde el punto de vista personal y familiar, no desarrolla relaciones profundas con su familia ni establece relaciones de pareja estables. Hacia el final va emergiendo ante nosotros una poderosa figura: la del “inasible”, la del impenitente viajero, incapaz de echar raíces en ninguna parte y que asimila dolorosamente las consecuencias emocionales y hasta físicas que acarrea en las personas que más ama. En este sentido, hay una visión más intimista que épica del objetivo que se ha planteado nuestro héroe. Lástima que este brío llegue un poco tarde en una acción que en algunas escenas puede parecer un tanto indiferente.
Finalmente, hay que destacar también la banda sonora donde destaca los rasgos épicos y dramáticos de la partitura original de la película; además de unos más que apropiados fragmentos de Beethoven y Chopin. No tanto así los trozos de valses de Strauss y los valses y mini preludio de Chopin que acompañan el almuerzo arriba citado y la escena de la fotografía; los que pueden dar quizás un curioso exceso de edulcoramiento. No obstante, como conjunto, la música es funcional para el argumento.
En suma, una película un tanto irregular con un héroe cuya profesión no da la talla para un tratamiento épico y cuya personalidad reticente alcanza a las justas para mostrarnos un drama interior más bien discreto. Desde un punto de vista político, el director no explota las diferencias entre los hermanos Aet; lo que sin embargo puede ser el único punto de contacto (quizás involuntario) con el presente, en que los jóvenes que participan de la política son pocos y –de acuerdo al filme– acaban mal, mientras que la mayoría se orienta hacia carreras técnicas, hastiados de la política y fascinados por las tecnologías de la comunicación.
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