Dir. Jaime Rosales | 123 min. | España
Intérpretes:
Sonia Almarcha (Adela)
Petra Martínez (Antonia)
María Bazán (Helena)
Luis Bermejo (Alberto)
Miriam Correa (Inés)
Jesús Cracio (Manolo)
Carmen Gutiérrez (Miriam)
Juan Margallo (Padre)
Nuria Mencía (Nieves)
José Luis Torrijo (Pedro)
Lluís Villanueva (Carlos)
Estreno en España: 1 de Junio de 2007
La Soledad no es una película fácil. Exige al espectador una implicación que va más allá de la sentada pasiva en la butaca del cine. Cuenta la historia de Antonia y Adela. Historia que tranquilamente puede ser la de cualquiera de nosotros. Adela es una madre separada que decide dejar su pueblo y probar suerte en la ciudad. Antonia es una mujer que borda los sesenta, dueña de un pequeño comercio de barrio y madre de tres hijas, con las que conversa en sobremesas largas, que mezclan la banalidad con tamizados conflictos familiares. La Soledad, las enfrenta con la violencia que azarosa e irremediablemente nos persigue y con la muerte que otorga sentido a la cotidianidad como reverso de la vida. La cinta no ofrece certezas ni soluciones, tampoco las busca. Es una película que se convierte en un espejo de nosotros mismos.
Existe un cine (y agradezco enormemente por eso) evasivo. Un cine que permite entrar a la sala y olvidarse de uno. Envolverse en la oscuridad y aparcar durante un par de horas los grandes o pequeños problemas diarios: el café derramado sobre la ropa durante el almuerzo, la ducha con agua fría porque se estropeó la caldera una mañana de invierno, la discusión con la pareja porque no te apetece ir a la cena con sus amigos de la oficina, o el cese repentino del trabajo. Pequeñas o grandes tragedias que se esfuman automáticamente cuando las luces de la sala se apagan y asoma el haz de luz del proyector sobre la pantalla en blanco. El espectador está sentado, con su canchita y su gaseosa, dispuesto a pasar un par de horas de sano entretenimiento.
Pero también existe un cine que busca una aproximación a nuestras pequeñas y grandes tragedias. Un cine que busca la reflexión acerca de cómo se afrontan; con irritación, paciencia, rabia, humor, indiferencia, ansiedad, entusiasmo o miedo. Un cine que invita al cuestionamiento, a la interrogante, a la duda. Con este tipo de cine, la canchita hay que dejarla afuera, después habrá tiempo para eso, o si quieren, para beber una cerveza.
Quiero ser claro. Si lo que el espectador desea es pasar un buen rato, este cronista le recomienda no entrar a la sala de cine. La Soledad no es una película fácil. Exige al espectador una implicación que va más allá de la sentada pasiva en la butaca del cine. La (S)soledad no es pasar un buen rato. Y quizás este es el origen del título del film. Cuando uno está solo, irremediablemente tiene que enfrentarse a uno mismo. Tarde o temprano uno tiene que mirarse al espejo y cuestionarse. Esto es lo que demanda la película.
La Soledad nos cuenta la historia de Antonia y Adela. Historia que tranquilamente puede ser la de cualquiera de nosotros. Adela es una madre separada que decide dejar su pueblo y probar suerte en la ciudad. Ella tiene las cosas bastante claras y enfrenta su vida con determinación. Comparte piso con otras dos personas, tiene un trabajo temporal que no le ofrece muchas garantías económicas, tiene un hijo que cuidar sola. Antonia es una mujer que borda los sesenta, dueña de un pequeño comercio de barrio y madre de tres hijas. La historia de Antonia con su familia está llena de sobremesas largas, conversaciones que mezclan la banalidad con tamizados conflictos familiares, labores del hogar, trabajo. Las acciones que realizan los personajes son las que hacemos en nuestra vida diaria: planchan, cocinan, discuten, hablan por teléfono, se sientan en el parque, viajan en autobús, van al médico. No existen acciones espectaculares que requieran gran destreza física de parte del héroe (en este caso heroínas). Aquí, la destreza que requiere el héroe es principalmente moral. La entereza que se necesita para afrontar la pérdida, los pequeños egoísmos, la muerte, la vida en una ciudad nueva, las mezquindades, el humor, la violencia. Porque uno de los grandes temas que flotan en La Soledad es cómo enfrentarnos a la violencia que azarosa e irremediablemente nos persigue. Violencia que puede ser externa como un atentado terrorista, o interna como el egoísmo desmedido de algún hijo, esposa, o amigo.
La muerte es otro tema importante a lo largo del film. Saber que todo tiene fin, otorga un sentido a la cotidianidad. La muerte como reverso de la vida. Así como el sonido alcanza su máximo esplendor en el silencio, la vida (la cotidianidad) alcanza una mayor plenitud cuando la certeza de la muerte se logra asimilar. Por eso, las heroínas tienen que enfrentarse con ella, con denuedo, resignación o aislamiento; con los mismos sentimientos contradictorios con los que encaran su rutina (vida).
La Soledad es una película dura, despojada totalmente de adornos estéticos o musicales. El discurso fílmico está lleno de contención, de planos largos, de silencios. Tiempos muertos que tanto escasean en el cine actual. Tiempos que resultan incómodos porque invitan al cuestionamiento. El cine que propone Jaime Rosales hace recordar al de Bresson, Kaurismaki o Rohmer, en donde la desnudez de la puesta en escena permite que cada movimiento, palabra, o ruido, pueda tener una connotación dramática. La narración que realiza Rosales no otorga ninguna concesión al espectador y arriesga, sin caer en el esteticismo, con una propuesta formal en la que divide la pantalla en dos en gran parte del metraje de la película. De esta forma, no solo muestra dos puntos de vista, sino que también permite situar a los personajes en el espacio. Ensanchando o acortando las distancias físicas (¿sentimentales?) que los separan, tanto respecto a otros personajes, como al espacio físico en donde se encuentran. Les permite sentirse más solos o más acompañados. Les permite asimilar su soledad o la ausencia de ella.
La Soledad es una película incómoda. No ofrece certezas ni soluciones, tampoco las busca. Jaime Rosales hace una película que busca cuestionar al espectador. Es una película que se convierte en un espejo de nosotros mismos. De nuestras aspiraciones, mezquindades, grandes y pequeñas alegrías o tragedias, de lo que en definitiva, nos hace humanos y por eso mismo contradictorios. En aras de cierta tranquilidad, quizás es mejor no verla. Uno se ahorrará la entrada y podrá irse a un bar y tomar un par de cervezas. Pero como escribió Bolaño en un verso perdido:
Bajo el puente,
mientras llueve,
una oportunidad de oro para verme a mí mismo….
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