Cassandra’s Dream
Dir. Woody Allen | 108 min. | Inglaterra – EE.UU.
Intérpretes: Ewan McGregor (Ian), Colin Farrell (Terry), Tom Wilkinson (Howard), Hayley Atwell (Angela), Sally Hawkins (Kate), John Benfield (padre), Clare Higgins (madre), Ashley Medekwe (Lucy)
Estreno en España: 26 de octubre de 2007
Woody Allen es un tótem, es nuestro santito al que ya tenemos programado dedicar parte de nuestro tiempo una vez al año, el momento exacto del alumbramiento de su criatura. Entonces, El sueño de Casandra hay que verlo desinfectado de prejuicios comparativos, teniendo presente que es un Allen, y como tal cabe la opción de lo inesperado, la diferencia con lo anterior y al mismo tiempo una ruta con los mismos genes. Vamos a tener problemas de dinero, de conciencia, de relaciones familiares, de aparentar lo que no se es, y de accidentes imprevisibles, y cómo no, de secretos. Todo el bagaje habitual de Allen. Este es el mito de Caín y Abel en sucedáneo donde se trastoca el orden de las cosas, y donde Woody muestra más de una incorrección política, como ese “Dios? Que Dios leche!”.
El orden de las cosas
Woody Allen es un tótem, es nuestro santito al que ya tenemos programado dedicar parte de nuestro tiempo una vez al año, el momento exacto del alumbramiento de su criatura. Y dicho momento ha llegado con su tercera pieza ambientada (de nuevo) en el Reino Unido, Cassandra’s dream (El sueño de Casandra), como si Allen cerrara una tesis que él mismo se ha planteado para solaz suyo (y nuestro) sobre las consecuencias de cruzar límites con el fin de saciar una desmedida ambición.
A tenor de ciertos sotaventos da la impresión que algunos críticos han visto la película con burka y sin rejilla, o quizá sufrientes de una resaca de mil demonios, porque no se explica (a no ser la excusa del autobombo publicitario del mismo crítico) el varapalo lanzado a esta cinta muy correcta. Este genio de las artes que es Woody Allen, Premio Príncipe de Asturias 2002, ha cumplido con su cita anual, que no es poco, y ha cumplido dejándonos satisfechos, sin necesidad de comparar continuamente entre sus criaturas. Bien es cierto que Match Point es la cinta bonita (de esta última etapa) de Allen, y a partir de ahí tanto Scoop como la que nos ocupa pintan débiles. ¡Calma señores!. Hay que acudir a ver El sueño de Casandra desinfectado de prejuicios comparativos, teniendo presente que es un Allen, y como tal cabe la opción de lo inesperado, la diferencia con lo anterior y al mismo tiempo una ruta con los mismos genes.
Observando detenidamente la larga filmografía de Woody Allen, donde se ha movido entre grandes diferencias desde Toma el dinero y corre (1968), Annie Hall (Oscar 1977), La rosa púrpura del Cairo (1985), Otra mujer (1988), Todos dicen I love you (1996), Celebrity (1998), Acordes y desacuerdos (1999), o La maldición del escorpión de jade (2001), apreciamos una inspiración bien heterogénea, lo que no hace sino confirmar la genialidad y versatilidad del genio.
Vuelve este grandioso director en su último estreno a regodearse en el querer y no poder de la eterna ambición sin límite, esencialmente masculina. El ansia de la mujer inalcanzable, (inestable en su evidencia de que siempre se arrimará al mejor postor), de la posición de prestigio soñada desde los escalones del currante medio, de pertenecer -al precio que sea- al reducido grupo de los privilegiados. De problemas de dinero, de conciencia, de relaciones familiares, de aparentar lo que no se es, y de accidentes imprevisibles, y cómo no, de secretos va esta cinta. Todo el bagaje habitual de Allen.
Puede que El sueño de Casandra (nombre del pequeño barco que se permiten comprar un par de hermanos para uso y disfrute) no se coloque en la estantería de lo mejor de su filmografía, pero destaca el perfecto dibujo que el director neoyorquino ha realizado de cada uno de sus personajes, desde los dos hermanos (Ian y Terry) tan diferentes como iguales, pasando por la novia trabajadora de Terry, los padres de los chicos, la actriz busca mecenas, hasta el manipulador tío, colocados en una trama sin sobresaltos que se mueve por diferentes rincones de un Londres hermoso y luminoso. Lo actores están muy correctos en sus papeles, especialmente Colin Farrell (a quién no puedo evitar ver como el niño de mis ojos) que escupe un Terry dependiente, débil de carácter y torturado por su propia conciencia. Ewan McGregor mantiene el aprobado, aunque podía haber dado más de sí y Tom Wilkinson (tío Howard) sigue su línea de estupendo actor británico.
Es curioso que hayan coincido en la cartelera varias películas que hablan de esa frontera entre el bien y el mal, cuyo cartel de frágil no impide que se quiebre y se traspasen límites que despojan al ser humano de su ética, convirtiéndolo en un desconocido con la marcha puesta hacía el abismo. En forma y ritmo que todas las voces han tachado de equilibrada marea, El sueño de Casandra recuerda a aquellas películas mudas de gran sencillez narrativa, sorprendente en medio de la ola de majors hollywoodienses de ritmos trepidantes y juegos audiovisuales malabares en los que la historia se pierde y nos hace perder masa cerebral. La cinta de Allen resulta refrescante y encierra más mensaje del que parece en su pura sencillez y aunque puede adivinarse un final previsible, les aseguro que no hay tal.
El mito de Caín y Abel en sucedáneo donde se trastoca el orden de las cosas, y donde Allen muestra más de una incorrección política, como ese “Dios? Que Dios leche!”.
Ni caso a los críticos vetustos, acérquense a ver este trabajo que encauza a las sagas blockbuster a su lugar, la papelera.
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