Hace unas semanas apareció en la Revista Negocios Internacionales, publicada por la Sociedad de Comercio Exterior del Perú – COMEX PERU, un artículo escrito por Gabriel Quispe en el que contextualiza la problemática de la incipiente industria cinematográfica peruana. A continuación pueden leer el texto completo. Agradecemos a los amigos de COMEX PERU por brindar un espacio en su publicación para discutir un tema que urge de mayor atención.
Cine en el Perú, la industria esquiva
Ciento diez años después de la primera exhibición pública de una película en Lima, nuestra cinematografía no constituye aún una industria, y en el marco de América Latina se ubica en un tercer orden. Estamos lejos de Argentina, Brasil y México, líderes históricos de la región que, dentro de sus estándares, sí son industrias, con más de cien largometrajes al año en conjunto y un crecimiento sostenido gracias a una institucionalidad perdurable y a la aplicación de serias políticas culturales. Continúa una fila de cinematografías medianas, como Colombia, Chile y la emergente Venezuela –que está invirtiendo cifras millonarias–, donde los cineastas han convencido a distintas concepciones económicas de que el cine, aparte de expresión cultural y artística, es una posibilidad comercial, fuente de inversión, empleo e ingresos para el propio Estado y un factor de representación nacional de cara al mundo. Entre ambos grupos se ubica hoy Cuba, cuyo cine tiene, desde fines de los años ‘90, menos fuerza expresiva y económica que antaño, cuando fue pilar fundamental del cine latinoamericano.
Luego figura el Perú, cuya cinematografía se parece a la nación: diversa, heterogénea y poco integrada, en la que ocurren varios fenómenos. Por un lado, los cineastas de todo origen han producido cientos de cortos y mediometrajes, sin contar con un mercado para exhibirlos, y largos de diferente calidad y taquilla, obteniendo también centenares de premios internacionales en los últimos años. Además, en la presente década destaca el surgimiento de un cine regional, cada vez más visto en Lima y ya conocido en Europa, que ha descentralizado progresivamente la producción en zonas como Puno, Ayacucho, Huancayo, Trujillo, Cajamarca, Chiclayo, Arequipa, Cuzco, Piura, Áncash y Loreto. El vídeo digital ha facilitado esa ebullición expresiva y económica, con éxito local sin precedentes y constituido un circuito de exhibición alternativo en muchos lugares donde desapareció la exhibición tradicional. Un largometraje promedio hecho en celuloide requiere aproximadamente 300 mil dólares, mientras que en vídeo digital es suficiente la tercera parte de ese capital o menos todavía, siempre dependiendo de las características de cada proyecto.
Especial proyección internacional tuvieron Días de Santiago (2004), Chicha tu madre (2006) y Madeinusa (2006), debuts de jóvenes autores con éxito de crítica y asistencia promedio de 50 mil personas en el Perú. Asimismo, los largos animados Piratas en el Callao (2005) y Dragones, destino de fuego (2006), provistos de un inusual aparato publicitario y de merchandising, han sumado más de 500 mil espectadores sólo en nuestro país, y se han estrenado en buena parte de América Latina, incluido México (por cierto, la oferta de Hollywood, pese a su ubicuidad, también experimenta taquillas ralas, con cierta frecuencia logra alrededor de 10 mil personas, pero conservan su dominio por la cantidad de filmes que manejan y los índices extraordinarios que unos cuantos de ellos alcanzan).
El promedio anual de largos nacionales, considerando los estrenos en todo el Perú, oscila entre cinco y diez, lo que es insuficiente para competir internacionalmente. Un factor crucial es el incumplimiento de la ley 26370, por la cual el Estado, mediante el Ministerio de Educación, debería entregar al Consejo Nacional de Cinematografía (CONACINE) unos siete millones de nuevos soles para financiar proyectos fílmicos por medio de concursos. El ente oficial del cine peruano nunca ha contado con ese presupuesto en los trece años de vigencia que tiene la norma, teniendo la mayoría de veces alrededor del 15%, pero en el 2007 apenas si supera el 10%. El Estado viola así su propia ley y demuestra su falta de visión sobre los alcances económicos y representativos de las industrias culturales.
De otro lado, cinematografías pequeñas, en algún caso con una historia fílmica casi nula, como las de Ecuador, Paraguay y Panamá, están armándose estructuralmente para hacerse más fuertes en el ámbito latinoamericano, creando nueva legislación e incorporando criterios que el Perú no contempla, como la inclusión de un representante de Comercio Exterior en el directorio del flamante Conacine ecuatoriano.
Por todo lo anterior, se debe considerar a la cinematografía como una oportunidad más para que el Perú pueda darse a conocer internacionalmente, así se proyectará mucho más su imagen nacional en el mundo, en festivales, muestras diplomáticas y los vacíos que deje Hollywood en los cines del planeta. No existe razón para que sigamos perdiendo tanto terreno, cultural y económicamente.
*Gabriel Quispe: Crítico de cine, miembro de www.cinencuentro.com, vicepresidente de la Asociación Peruana de Prensa Cinematográfica
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